Felicité a José Vicente en Onda Almagro, cuyo programa de radio sobre el Festival estaba este martes hasta arriba. Eso está muy bien. Entre otros, se encontraba allí Antonio León, que anda reinventándose con un bululú en las Bernardas. Nos contó luego que Isabel Barceló, que tan importante fue en el Festival y que ahora vive en Almagro, no anda demasiado bien de salud. Eso no está bien.
Por la noche fui a los Villarreal a ver El muerto disimulado. Tuve que abandonar una cuchipanda que había en el parque de Las Nieves para ir, pero mereció la pena. Lo más valioso del tsunami filofeminista que ha arrasado el teatro, que es lo nuestro, en los últimos años, ha sido la recuperación de algunas autoras de las que sabíamos poco (Sor Juana, María de Zayas) o casi nada, como es el caso de la portuguesa Ángela de Azevedo, que escribe en castellano algunas obras, entre ellas la que nos ocupó ayer. No tenía noticia suya y por eso me decidí por verla, porque había otras opciones atractivas para la noche del martes. Por una vez, y sin que sirva de precedente, creo que acerté. Teatro a bocajarro nos ofreció un montaje fresco, divertido, anotado, de una obra disparatada en el argumento, pero no más que otras muchas del Siglo de Oro, pero muy valiosa en el verso. Los actores de esta compañía madrileña son, además, muy versátiles. Los jóvenes actores de ahora casi siempre lo son: tan pronto te tocan el violín como bailan, ya te cantan un aria como se ponen a llorar. Son los verdaderos JASP, aunque eso sea ya de viejunos y ellos no sepan lo que es.
Leo que Ángela de Azevedo tiene dos obras más, Dicha y desdicha del juego y la devoción de la virgen y La margarita del Tajo que dio nombre a Santarem. Suenan más a principios del siglo XVI que al XVII, pero habrá que echarles un vistazo, ya que lo que vimos este martes me ha dejado un buen sabor de boca.