El archiconocido guionista y productor Francis Veber –considerado como uno de los mejores directores de comedias francesas–, gracias a esta versión de Josema Yuste bajo la dirección de Marcelo Casas, nos invita a entrar a la habitación de Sergei (Josema Yuste), un asesino a sueldo hospedado en un hotel para cumplir un “encargo” con la ayuda de su rifle. Pero su tarea se verá constantemente interrumpida por Ramón (Santiago Urrialde), el huésped de la habitación contigua. Un hombre muy, pero que muy pesado, que pretende suicidarse después de que su mujer le haya abandonado.
Con tan solo leer esta breve sinopsis, recogida en el programa de mano en forma de marcapáginas, nos viene a la cabeza la categoría de comedia de enredos al más puro estilo vodevil. Este género del teatro de variedades pretende entretener, provocar la hilaridad del público y ofrecerle escenas de asombro con un argumento ingenioso plagado de malos entendidos. Todas estas características están presentes en este libreto del flamante director y guionista de La cena de los idiotas (1998). Tal y como está diseñada esta comedia, sería perfectamente viable trasponerla al género televisivo y estaríamos ante uno de los mejores referentes de la comedia de situación o sit comedy.
Versionar un texto original requiere de un gran talento, pues el objetivo suele ser conservar lo mejor de la idea inicial y añadirle una visión actual y propia. Si hablamos de comedia, nadie mejor que Josema Yuste –uno de los grandes maestros de la risa de nuestro país– para llevarlo a efecto. Como bien señala, “es una comedia para que el espectador la vaya cocinando y digiriendo casi a la vez”, dado su ritmo ágil y argumento ligero y depurado. El fin último de este género es hacer reír al espectador, y vaya si lo consigue. De hecho, el propio Yuste afirma con atino que “es una comedia para reír por dentro y, después, reír hacia fuera y te hará cosquillas en el corazón”, que sumado a la facilidad para contagiar la risa, tenemos como resultado carcajadas casi constantes durante los 80 minutos de duración. Desde mi óptica, en los momentos centrales, la obra baja de intensidad y puede hacernos desconectar por momentos, pero rápidamente encuentra revulsivos para enfilar los últimos compases y llevarnos a un final sorprendente a la vez que lógico.
Contar con la dirección de Marcelo Casas es ya un acierto en sí mismo. Quizá muchos le asocien con su faceta de actor por su genial vis cómica e hilarante gestualidad y, precisamente, por esta experiencia sobre las tablas, tiene un amplio conocimiento que sabe poner en práctica llevando la batuta de esta representación. Casas sabe exprimir, en el buen sentido del término, el talento y el buen hacer del reparto, dejando que cada actor muestre su mejor faceta y facilitando un ambiente propicio para la comedia. Destacaría los ingeniosos juegos de palabras y el humor basado en los acentos propios de Europa del Este, manteniendo encendida la llama de la “comedia cómica”, que como muy bien explica su objetivo es: “hacer llegar y crear en el espectador el disfrute continuado y las risas aseguradas durante toda la representación. Su fin y máximo exponente es la risa”.
El trabajo mano a mano de Yuste y Casas permite que los personajes sean percibidos por el espectador como arquetipos de la sociedad y, a pesar de las locuras y el embrollo generado, podamos sentirnos identificados con algunos de ellos; pues como indica el primero, El aguafiestas: “tiene en sus personajes principales y secundarios todo lo que muchas comedias desearían tener: generosidad, ternura, maldad, ingenuidad, surrealismo, estupidez aparente y profundidad desaparente”. Esta suma de atributos hace plantearnos las relaciones sociales con aquellas personas que elegimos como compañeros de viaje, los amigos, y qué escalafón ocupa en nuestra escala de valores.
El reparto continúa con la senda del humor y con su actuación logra potenciar la carga cómica del libreto; pues un texto cómico sin una buena implementación es como una ley con sentido en manos de ineptos; bueno, mejor salgo de este charco. Del elenco destacaría su buena comunicación y complicidad. Esto puede deberse a haber compartido escenario en otras comedias de corte similar como Taxi o Sé infiel y no mires con quién, con gran acogida en el público.
Los protagonistas de esta historia son Sergei y Ramón, unidos por el destino, o mejor dicho por la pesadez de este último. Josema Yuste se desdobla de su faceta de adaptador y da vida a un asesino a sueldo con problemas de pronunciación. Su principal virtud es saber modernizar y adaptar su inconfundible forma de hacer humor, en esta ocasión con errores en la dicción de las palabras, mediante inflexiones de voz y acompañadas de una gestualidad única que le permite ganarse adeptos de distintas generaciones. Por su parte, Santiago Urrialde encarna a un pobre desdichado en el amor con intentos suicidas. Dar vida a este tipo de personaje no es sencillo, porque se cae en el error de aburrir al respetable con actitudes afligidas y melancólicas, pero de ningún modo ocurre. Urrialde clava este carácter abatido mientras va evolucionando a una actitud combativa y decisiva en el desarrollo de la acción. Todo con una pesadez, por exigencias del guion, que ya les gustaría a los comerciales de las compañías de teléfono.
El resto del reparto, conocido por sus incontables apariciones televisivas y trayectoria teatral, sirve para añadir una subtrama amorosa y terminar de apuntar la principal. Por ello, no voy ni siquiera a desvelar a quiénes interpretan, salvo el papel de botones cotilla interpretado por Arturo Venegas, al más puro estilo de su homólogo en la cinta de Jerry Lewis, que prácticamente todo lo que ve, no es lo que parece. Maribel Lara aporta desconcierto a la acción e interpreta con convencimiento a una mujer cansada en búsqueda de nuevas ilusiones. Vicente Renovell por su parte, es el encargado de complicar aún más la trama con malos entendidos e inyectar la dosis de surrealismo. Por último Kiko Ortega sale mal parado y recibe golpes a diestro y siniestro.
Otro de los aciertos, que puede pasar desapercibido por el quilombo montado, es la funcional y realista construcción escenográfica por Javier Ruiz de Alegría. Este maestro del decorado recrea a las mil maravillas las habitaciones de un hotel, con una estratégica colocación de las puertas que oxigena el escenario y facilita las entradas y salidas del reparto, recordándonos el tono vodevilesco. Por si no fuera suficiente, las ventanas también tienen un papel importante en este ir y venir constante, donde las poyatas pueden jugar malas pasadas… Los demás elementos en escena complementan la acción, como el teléfono fijo de la mesilla que, con algunas frases del libreto, me recordó a la escena de Greta Garbo donde pronuncia “Quiero estar sola” en la película Gran Hotel (1932). El trabajo de iluminación de Carlos Alzueta es sensacional al emular la luz natural y dar colorido a una comedia que irradia humor.
Una comedia ingeniosa, hilarante, desternillante y alocada de la mano de maestros del humor donde descubrirás quién es El Aguafiestas
Versión y supervisión General: Josema Yuste
Dirección: Marcelo Casas
Reparto: Josema Yuste, Santiago Urrialde, Maribel Lara, Vicente Renovell, Kiko Ortega y Arturo Venegas
Ayudante de Dirección: Laura Santana
Escenografía: Javier Ruiz de Alegría
Iluminación: Carlos Alzueta
Diseño Gráfico: Javier Naval
Regiduría: Kiko Ortega