Esta nueva versión en Teatros del Canal nos brinda una lectura moderna y vibrante de una obra maestra del Siglo de Oro. Adaptada con precisión y respeto hacia el texto original de Calderón de la Barca, esta puesta en escena logra trascender los siglos para recordarnos que los conflictos sobre el honor, la justicia y los derechos humanos que aborda siguen vigentes en nuestra sociedad contemporánea.
Como seguramente sabrán, Calderón nos traslada a un pequeño pueblo de Extremadura, donde las tensiones entre la autoridad civil y militar desencadenan un profundo conflicto moral y social. La historia gira en torno a Pedro Crespo, un humilde labrador que, ante la llegada de tropas del rey, ve cómo su familia es víctima de un acto infame. El capitán Don Álvaro Ataide, representante del poder militar, abusa de su rango y deshonra a Isabel, la hija de Crespo, provocando una crisis de honor que marcará el rumbo de la trama. En un giro inesperado del destino, Crespo es nombrado alcalde del pueblo, lo que le otorga la autoridad para exigir justicia. A partir de este momento, la obra explora la lucha entre el individuo y las jerarquías del poder, en la que Crespo, ahora investido de autoridad, enfrenta la difícil tarea de castigar al militar que ultrajó a su hija. El conflicto entre la ley, la moral y el honor personal se despliega con gran intensidad, cuestionando las nociones de justicia en una sociedad marcada por las diferencias de clase.
José Luis Alonso de Santos logra actualizar la obra sin perder de vista la esencia del texto calderoniano, lo que constituye un logro notable. Consciente de que el drama central, la honra, puede resultar chocante o arcaico a los ojos del espectador moderno, el director se esfuerza por contextualizarlo y expandir su significado, abriendo un debate ético que trasciende la mera venganza o el ajuste de cuentas personal. En esta versión, el tratamiento del conflicto entre los derechos individuales y la estructura del poder, tanto civil como militar, se amplifica, y esto dota a la obra de una resonancia contemporánea innegable. Al situar al espectador como un «jurado moral», como bien menciona Alonso de Santos, la obra se convierte en un espejo crítico de nuestra propia sociedad, en la que los abusos de poder y las vulneraciones de derechos humanos aún resuenan trágicamente. Este planteamiento invita a la reflexión y otorga al público un papel activo en la recepción del mensaje de la obra.
La dirección también recae en este prolífico y multipremiado dramaturgo vallisoletano con una capacidad magistral de equilibrar la solemnidad del texto clásico con una sensibilidad contemporánea. La puesta en escena evita caer en el formalismo estático que a menudo aqueja a las representaciones del Siglo de Oro, ofreciendo una fluidez dinámica en los movimientos y en el uso del espacio que dota a la obra de una frescura casi cinematográfica. El ritmo es intenso, pero nunca apresurado, permitiendo que los momentos de mayor tensión dramática —especialmente en los enfrentamientos entre Pedro Crespo y el capitán— adquieran el peso emocional y ético que requieren. La estructura formal del libreto, con su perfecta arquitectura de acciones y réplicas, se respeta sin caer en la tentación de diluir el drama con excesos retóricos. El trabajo coreográfico es preciso, con movimientos que reflejan el orden y la jerarquía, pero también la discordia y la ruptura presentes en la trama.
Uno de los grandes aciertos de esta versión es el énfasis en los temas universales que, a pesar de su contexto histórico, siguen apelando a nuestras sensibilidades modernas. Como bien expresa el director en sus palabras, «“El alcalde de Zalamea” no es solo una obra sobre la honra familiar, sino sobre la dignidad humana en un sentido mucho más amplio». Bajo su atenta mirada los personajes se nos presentan con una profundidad psicológica notable. Cada uno de ellos encarna un valor, un conflicto o una reflexión en torno a la justicia, el poder y la dignidad humana. El trabajo del elenco es notable y cada actor aporta matices que enriquecen la complejidad de la obra.
El papel de Pedro Crespo, interpretado de manera magistral por Arturo Querejeta, es el eje sobre el que gira toda la trama. Crespo es un personaje humilde y aparentemente sencillo, un campesino que se ve arrojado a una situación de extrema gravedad cuando su hija Isabel es deshonrada. La interpretación de este actor especializado en teatro clásico es contenida y firme, y destaca por su profundidad emocional y su capacidad de transmitir su evolución, desde un hombre común hasta un defensor inflexible de la justicia. Crespo es la encarnación de la lucha por los derechos y la equidad, y bajo la batuta de dirección, el personaje adquiere una dimensión universal como defensor de los valores humanos.
En el papel del general Lope de Figueroa, Daniel Albaladejo interpreta a un personaje que, si bien es parte del estamento militar, tiene una perspectiva más pragmática y humana. Albaladejo aporta una interpretación sólida y equilibrada que permite ver el conflicto interno de un hombre que, aunque sigue el código de honor militar, no cierra los ojos ante las injusticias cometidas por sus subordinados. Su relación con Pedro Crespo es respetuosa y sus lances dialécticos nos dejan algunos instantes cómicos, lo que genera un interesante contrapunto con el comportamiento de Don Álvaro. Este archiconocido actor de innumerables series y obras teatrales logra plasmar la complejidad de un personaje intermediario entre el mundo militar y el civil, mostrando que dentro de las estructuras de poder también pueden coexistir la empatía y la justicia.
El capitán Don Álvaro, interpretado con intensidad por Javier Lara, es el antagonista principal de la obra y el causante del conflicto de honra que impulsa la trama. Don Álvaro es un hombre arrogante y despótico, representante del poder militar más tiránico. Su desprecio por los campesinos y su abuso de poder lo convierten en el villano perfecto en una obra donde la justicia y la moral están en constante tensión. La actuación de Javier Lara consigue captar la soberbia del personaje y, al mismo tiempo, reflejar la alienación de alguien que no siente remordimiento por sus actos. Este incombustible actor encarna a Don Álvaro como un hombre que se ve a sí mismo por encima de los demás debido a su rango y que considera que sus acciones, incluso las más viles, están justificadas por su posición. Este personaje es el catalizador del drama, pero también es un espejo de los abusos que aún persisten en muchas estructuras de poder contemporáneas.
Isabel, interpretada con gran sensibilidad por Adriana Ubani, es la víctima central del conflicto de honra. Aunque sufre una profunda humillación, la actriz dota al personaje de una fuerza interior que la convierte en más que una simple víctima pasiva. Su interpretación refleja el dolor y la vulnerabilidad de Isabel, pero también su lucha por la dignidad en una sociedad que la oprime. La actuación de Ubani evita el sentimentalismo, logrando que Isabel sea un símbolo de resistencia y que su tragedia resuene profundamente con el público contemporáneo.
Rebolledo, interpretado por Jorge Basanta, aporta ligereza y comicidad a la obra. Su carácter pícaro y oportunista contrarresta con la seriedad del drama, pero bajo la dirección de Alonso de Santos, también revela las contradicciones del sistema militar. Basanta equilibra el cinismo y la ironía del personaje haciendo de Rebolledo una figura entrañable y crítica, que añade un toque humano a la trama sin perder su esencia divertida. A su lado, Chispa, encarnada por Isabel Rodes, es su complemento perfecto. Con una interpretación fresca y enérgica, Rodes convierte a Chispa en un personaje vivaz y simpático que aporta humor a la obra. Aunque secundaria, su astucia y desenfado muestran la dureza de su entorno y su capacidad para enfrentar la adversidad con dignidad. La química entre Chispa y Rebolledo añade calidez a la representación, aportando momentos musicales de ligereza en medio del conflicto principal.
La construcción escenográfica de Ricardo S. Cuerda es sobria y funcional, alternando con habilidad entre el bosque donde acampan las tropas y la casa de Pedro Crespo. La transformación entre ambos escenarios es rápida y fluida, aportando dinamismo a la obra. Los espacios reflejan los contrastes entre el caos militar y el orden civil, reforzando visualmente el conflicto central. Felipe Ramos utiliza la luz para marcar las tensiones emocionales, con contrastes entre las sombras del campamento y la calidez del hogar de Crespo. La iluminación crea atmósferas inquietantes y amplifica los momentos clave, dotando de mayor intensidad dramática las escenas cruciales. Elda Noriega, por su parte, presenta un vestuario que combina rigor histórico con narración visual. Los trajes militares, oscuros y rígidos, contrastan con la sencillez campesina, acentuando la división social. El vestuario de Isabel refleja su evolución, destacando su inocencia inicial y su sufrimiento posterior. Por último, la música original y el espacio sonoro de Alberto Torres y Alberto Vela maximizan la atmósfera dramática, con composiciones que acompañan y amplifican las emociones de la obra. Los sonidos ambientales, como el viento o los pasos militares, crean una experiencia inmersiva que refuerza el realismo escénico.
Autor: Calderón de la Barca
Dirección y versión: José Luis Alonso de Santos
Dirección adjunta: Daniel Alonso de Santos
Reparto: Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo, Javier Lara, Adriana Ubani, Jorge Basanta, Isabel Rodes, Andrés Picazo, Fran Cantos, Pablo Gallego Boutou, Jorge Mayor, Carmela Lloret, Jose Fernández, Guillermo Calero, Daniel Saiz, Alberto Conde
Diseño de escenografía: Ricardo S. Cuerda
Diseño de iluminación: Felipe Ramos (AAI)
Diseño vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Música original y espacio sonoro: Alberto Torres & Alberto Vela