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El aroma de Roma: Nerón, quiero ser artista

Recién estrenada en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida –un acontecimiento clave para los amantes del teatro– con enorme acogida de la crítica, y sobre todo del público, llega a la capital una comedia musical gamberra y desenfadada de gladiadores. En ella conocemos a Cayo (Leo Rivera), un bailarín aspirante a formar parte de una prestigiosa academia de baile. Por un traspiés, ofende a Nerón (Jaime Figueroa) en una de sus famosas bacanales, por lo que el emperador le condena a muerte. Tras conseguir escapar, logra refugiarse, sin él saberlo, en la escuela de gladiadores del senador Pisón (Agustín Jiménez). Este llevará a Cayo, sin pretenderlo, a formar parte de una conspiración contra Nerón, a ocasionar el declive de los juegos de gladiadores y a revolucionar el teatro, la música y la danza.

Relato original sorprendente, sorpresivo e hilarante con ingeniosas letras repletas de contenido

En una primera lectura, juntar Roma con musical resulta atrayente, y más aún si se trata de una comedia. Sobre esta premisa han trabajado los hermanos Lancha. Santiago, al frente del libreto, crea un relato original, sorprendente y sorpresivo con inteligentes menciones a obras y autores clásicos y tramas y subtramas cruzadas repletas de locuras hilarantes, que van convergiendo hasta un final redondo e inesperado. Ya saben ustedes que todos los caminos conducen a Roma. Obviando el chascarrillo, la historia está hábilmente hilada, con giros inesperados y conexiones sorprendentes entre los personajes que consigue mantener la atención de los espectadores durante las dos horas y treinta minutos, con descanso de cuarto de hora incluido. En definitiva, el libretista crea un texto enérgico, ágil, y sobre todo ingenioso y muy divertido. No obstante, hubiera reducido alguna escena amorosa del segundo acto o acortado algunos de los números musicales.

Por su parte, Fernando, al frente de las letras, continúa en esta línea y está sembrado con unas canciones de enorme contenido humorístico, referencias a otros musicales y ganchos cómicos de la actualidad. Ya sea a través de juegos de palabras, sarcasmos o malentendidos, las letras mezclan lo absurdo y lo ingenioso y capturan a la perfección la personalidad de los personajes y las situaciones disparatadas en las que se encuentran. Esta fusión de trabajos consigue mantener la sonrisa en el público, con carcajadas incluidas, creando un ambiente festivo y alegre en todo el espectáculo. La balanza entre las fases recitadas y cantadas es perfecta y, en este punto, me sorprendió muy positivamente el elevado número de canciones que no solo potencian los sentimientos de los protagonistas, sino que glosan las escenas y sirven como hilo conductor del relato. En un análisis más personal, tanto en el relato como en las letras, extraigo una condena firme a la violencia y esclavitud y un grito a la libertad. Queda escenificado en las distintas formas de vida entre los esclavos y los hombres libres, que fácilmente podemos adaptar a los tiempos presentes. Santiago y Fernando Lanchas lo consiguen a través de un carácter metateatral (un bailarín que actúa como bailarín) que excede de la propia historia y logra transmitir al respetable estos valores universales de superación, entrega y lucha por un mundo mejor.

Música con ritmos fuertes acompasada con el relato y una inteligente dirección que potencia la originalidad, sorpresa y surrealismo

La música, como no puede ser de otro modo, es otro motivo para acudir a este musical. Al frente de este cometido está Woody Aragón, de quien conocía su faceta como prestigioso mago pero no como compositor. De su trabajo, destacaría el ritmo marcado de las canciones y su buen acople con las letras creando un conjunto musical sensacional. En este relato moderno y gamberro caben numerosos estilos musicales y, con gran ingenio y acierto, Aragón introduce reggae, pop, rock, música clásica de tipo Broadway y hasta un tango, en un momento de conspiración. Una variedad y riqueza musical con un late motive reconocible, tarareable y pegadizo. El mejor ejemplo es la canción que da nombre a la representación, interpretada incluso en diferentes escales y Saltator, con un lirismo y elegancia exquisitos.

La dirección también recae en Woody Aragón, quien es capaz de plasmar en escena la originalidad, sorpresa y surrealismo de lo mencionado anteriormente. Da la sensación de que con escasas directrices consigue que los actores y actrices saquen lo mejor de sí –aprovechando sus fortalezas individuales y creando una sinergia entre ellos– y potencia la sensación de diversión y continuidad de la trama. Cada escena complementa y apoya a la anterior con un equilibro y buena combinación entre el relato, los elementos escénicos, musicales y performativos para contar la historia de manera efectiva. Esto también es posible gracias a un elenco formado por hasta catorce artistas entregados a la causa romana y con una energía infinita.

Reparto coral de altura y experiencia que exhala energía

En el escalón imperial, los ojos se depositan en Jaime Figueroa en el papel de un particular Nerón. Su papel reviste de enorme complicidad por los innumerables matices de este emperador cercano a la bipolaridad, desde el infantilismo y ñoñería hasta los delirios de grandeza. Nada se resiste al talento y versatilidad de este actor, conocido por su destreza en magia y ventriloquía. Estos atributos también están presentes en su actuación y logra mimetizarse con el personaje hasta el punto de que a veces produce miedo. A su lado le acompaña, por un lado, Lorena Calero, como la mujer de Nerón –quien mantiene una actitud silente y ladina notable y desborda con un solo brillante– y Agustín Jiménez como Pisón, un senador al frente de la escuela de gladiadores. Una vez más, y uno pierde la cuenta, este reputado humorista demuestra su facilidad para encarnar a personajes cómicos y su inherente vis cómica, a la que sumamos su buena afinación, gracias, seguramente, a su participación en el programa televisivo Tu cara me suena. Ambos, Calero y Jiménez, protagonizan momentos maquiavélicos y conspiratorios muy divertidos con tango incluido.

En el plano opuesto, el protagonista indiscutible es Leo Rivera en su papel como Cayo, un bailarín deseoso de convertirse en un “saltator” y poder formar parte de una prestigiosa academia de baile. Este actor ha demostrado su versatilidad interpretativa a lo largo de su carrera, destacando en diferentes géneros y roles desde cómicos como en Scape Room o Burundanga hasta musicales como Lehman Trilogy o Avenue Q. Su presencia en el escenario es magnética y su capacidad para conectar con el público innegable. En el prisma actoral destacaría, por un lado, la profundidad emotiva que otorga a su personaje y, por otro, la fortaleza, garra y energía como demostración de resiliencia. En lo musical, Rivera muestra su voz melodiosa y expresiva con gran afinación y dominio de la difícil técnica del parlatto. En definitiva, la mejor expresión de un protagonista en un musical.

El resto del elenco da forma al relato y va aportando con sus respectivos roles color a la historia. Por su importancia en el relato, destaco a Javier Canales como La bestia de los Cárpatos con un baile que no quiero desvelar. Este maravilloso elenco ejecuta unas complejas, coordinadas y vistosas coreografías diseñadas por Sonia Dorado, que lejos de ser accesorias o complementarias juegan un papel decisivo. Como no puede ser de otro modo, van en consonancia con los estilos musicales. Sin querer destripar nada, el espectador, una vez vista la representación, se dará cuenta la importancia de los movimientos como técnica equivalente a la lucha. Por otra parte, el acertado vestuario, diseño de Anabela Lubisse y Gelsomina Torelli, nos recuerda que estamos en la Antigua Roma, con bastante libertad en algunos complementos.

La construcción escenográfica, diseñada por Daviz Pizarro es simple pero funcional y recrea los espacios en los que se desarrolla la acción. Además, ha encajado a la perfección en Teatro Romano de Mérida que nos ha dejado bonitas estampas visuales. Por su parte, el diseño lumínico de Rodrigo Ortega juega un papel fundamental en la creación de la ambientación. Las luces resaltan los momentos clave de la obra, iluminando el escenario de manera estratégica para realzar las emociones y resaltar los puntos focales. Los cambios de iluminación reflejan la dinámica de la historia, desde escenas vibrantes y llenas de energía hasta momentos más íntimos y emotivos. Por último, el espacio sonoro de Rubén Martínez es correcto y se adapta al espacio teatral. En definitiva, el diseño técnico y escenográfico crea un entorno visual y auditivo que complementa y realza la historia y hace respirar al público El aroma de Roma.

 

Una comedia musical original, electrizante y divertida donde la música, el libreto y el ingenio del reparto se entrelazan con maestría, invitando al público a reír, reflexionar y entregarse al Aroma de Roma

 

Letras: Fernando Lancha

Libreto: Santiago Lancha

Música: Woody Aragón

Dirección: Woody Aragón

Reparto: Leo Rivera, Jaime Figueroa, Agustín Jiménez, Lorena Calero, Javier Canales, Cecilia López, Antonio Villa, Pablo Ceresuela, Imanol Fuentes, Joan López, Mel Álvarez, María C. Petri, Fran del Pino

Ayudante de dirección: Raúl Ibai

Coreografía: Sonia Dorado

Arreglos vocales y director musical: Guillermo González

Escenografía: David Pizarro

Vestuario: Anabela Lubisse y Gelsomina Torelli (LeFreakOlé)

Iluminación: Rodrigo Ortega

Sonido: Rubén Martínez

Una coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con la Compañía de El Aroma de Roma.

 

 

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