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Año VIIINúmero 379
22 NOVIEMBRE 2024

El crédito: un préstamo teatral de risas y negociación

Imagen de escena de la obra
Imagen de escena de la obra

¿Quién no ha ido o conoce a alguien que haya acudido a una sucursal bancaria para pedir un crédito? Ya sea para comprarse un coche, hacer una reforma o saldar alguna deuda pendiente, un préstamo puede ser la solución… o quizá el inicio de un problema. Para aquellos que deseen poner cara y voz a las complejidades que subyacen en este proceso, el Teatro Arlequín es el escenario perfecto para esta experiencia teatral reveladora.

Después de infinidad de representaciones con enorme acogida por parte del público, tenemos la oportunidad de volver a conocer a Antonio (David Carrillo), un hombre común, que enfrenta apuros financieros y decide solicitar un crédito en el banco con su palabra de honor como único aval. Allí se encontrará con la negativa del director (Leo Rivera), quien en un primer momento rechaza dárselo al carecer de todo tipo de garantías. Sin embargo, lo que parece ser un proceso rutinario, toma un giro inesperado y cómico: si no se lo concede su matrimonio podrá verse afectado.

Reconozco, con cierta vergüenza, que era uno de los pocos amantes de este arte que no había visto esta producción de Jordi Galcerán, a mi juicio una obra de culto del teatro contemporáneo. El libreto lo tiene todo, una temática actual que invita a la reflexión, momentos de humor, situaciones absurdas y giros de trama inesperados. Sin profundizar demasiado, el espectador va a asistir a una clase práctica sobre el proceso de concesión de un crédito y los actores implicados, pero poco a poco la trama despoja a las estadísticas y números de su impersonalidad, transformándolos en la historia concreta de un hombre que, al carecer de avales y propiedades, se ve obligado a confiar en la simple honestidad de su palabra. Dicho de otro modo, el libreto no solo ofrece una visión ilustrativa del funcionamiento de los préstamos, sino que también humaniza un proceso, que a menudo se percibe como frío y calculador, y construye una historia palpable por peregrina que pueda parecer.

Galcerán, autor de éxitos teatrales como Burundanga o El método Grönholm, demuestra un control magistral sobre la revelación progresiva de detalles, tejiendo una trama intrigante que invita al público a especular y a anticipar cada desarrollo. El también guionista y traductor dosifica los elementos esenciales de la trama de manera gradual, con giros inesperados en momentos estratégicos, acaparando así la atención del espectador. Esta técnica narrativa sirve, además de para mantener un constante estado de expectación y añadir profundidad a la historia y sus personajes, crear capas de complejidad que se revelan de manera precisa en el momento adecuado. Para ello, asistimos a una clase magistral de negociación, donde las posturas inicialmente enconadas evolucionan a través de estrategias y tácticas de persuasión.

Los diálogos, afilados y perspicaces, se transforman en una suerte de partida de ajedrez emocional donde cada movimiento tiene repercusiones en el tablero de la negociación. Los envites estratégicos y los órdagos bien calculados revelan no solo la astucia de los personajes, sino también sus vulnerabilidades ocultas. La trama logra tejer una red de interdependencia, uno necesita al otro y viceversa, desdibujando las líneas de confrontación inicial y dando paso a una colaboración forzada por las circunstancias. Resulta fascinante la combinación de comedia ácida, momentos surrealistas y un juego perspicaz entre lo aparentemente real y lo ilusorio, llevando la historia a terrenos inesperados y provocativos.

Bajo la batuta magistral de Gabriel Olivares, a mi juicio uno de los mejores directores de nuestro país, la disposición se asemeja a una astuta partida de esgrima, los actores despliegan estrategias cuidadosamente calculadas para alcanzar sus objetivos, a pesar de que un florete parece estar más afilado que el otro. Con el estilo característico del director de éxitos como La madre que me parió o Cádiz, actualmente en cartelera, la acción transcurre con un ritmo trepidante, con hábil alternancia entre momentos de éxtasis y clímax y pausas más sosegadas, creando así una experiencia teatral similar a una montaña rusa. Este vaivén emocional no solo mantiene la atención del público de manera constante, sino que también contribuye a la intensidad y la inmersión en la trama.

He tenido la oportunidad de ver a ambos actores en proyectos anteriores, algunos musicales, en un registro totalmente diferente a este y la sorpresa ha sido grata. Por un lado, Leo Rivera se enfunda en la piel del director de banco, encorbatado, con un inicio de posición dominante, que parece controlar la situación con firmeza. No obstante, su metamorfosis es palpable, desvaneciéndose como azucarillo en el agua de manera gradual, hasta el punto de que le sobra la camisa. La forma en que aborda el cambio de actitud es sensacional. Este polivalente actor curtido en musicales logra transmitir de manera impactante la transición de su personaje: abandona su seguridad para sumergirse en una complejidad de emociones y circunstancias rozando la desesperación. De su actuación, también destacaría el instante donde pierde la cordura y pasa a un estado de enajenación; tal fue así que consiguió el aplauso espontáneo de los presentes.

Por su parte, David Carrillo logra transmitir desde el principio la honestidad y desesperación de Antonio, quien busca por todos los medios un pequeño crédito para superar sus apuros financieros. Con el paso de las escenas, este actor, con innumerables apariciones en series televisivas, va imbuyéndose del rol de su personaje a medida que avanza la negociación. Este contagio se refleja claramente en una mayor seguridad, astucia y confianza en su actuación. Su capacidad para jugar con la situación y saber qué teclas emocionales tocar, desde un comienzo aparentemente vulnerable hasta una posición de control cómico, es exquisita.

La escenografía destaca por su simplicidad funcional, al recrear de manera efectiva el despacho de una entidad bancaria con roles perfectamente asumidos. La disposición estratégica de la silla del director junto a la mesa refleja con precisión la posición de dominio, como un elemento visual que refuerza la dinámica de poder en juego. A esta ingeniosa disposición se suma una iluminación bien ejecutada, que cambia de manera pertinente en función de la acción. Todo ello aporta cohesión visual a la obra, contribuye a la inmersión del espectador en el entorno y acentúa los matices de la trama de manera efectiva.

 

En El Crédito asistirán a una comedia financiera con un libreto que despliega agudeza satírica, una inteligente y rápida dirección donde las estrategias de negociación son la moneda de cambio, junto a la sorprendente versatilidad de una pareja de conveniencia

 

Autor: Jordi Galcerán

Director: Gabriel Olivares

Reparto: Leo Rivera y David Carrillo

 

 

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