En un mundo donde los números y las decisiones estratégicas parecen regirlo todo, esta obra se atreve a explorar con ingenio y mordacidad los rincones más humanos y contradictorios del ámbito corporativo. Si desean disfrutar de una comedia para reflexionar –entre risas y situaciones descabelladas– sobre el complejo universo de la economía empresarial pueden asistir al Teatro Pavón.
La trama gira en torno al dueño de una empresa de tecnología que, con la intención de venderla, recurre a un actor en paro para interpretar al presidente ficticio de la compañía, figura que había inventado años atrás para evadir decisiones incómodas. El problema surge cuando los posibles compradores insisten en conocer al presidente, lo que obliga al empresario a contratar al actor para que se haga pasar por él. Sin embargo, la estrella, un ferviente seguidor del método, se ve inmerso en un conflicto ético cuestionando su propia moralidad y el sentido de su rol en esta farsa corporativa.
El libreto de Lars Von Trier se destaca por su habilidad para mezclar el absurdo con la crítica social, lo que se traduce en una comedia de enredo con tintes de teatro del absurdo. Desde el principio, reconozco que me costó entrar en la trama. El arranque me resultó algo pesado, con una introducción en la que la estructura de la historia no parece encontrar un ritmo claro. Sin embargo, a medida que la obra avanza, logra mejorar significativamente, pues la trama se va soltando y, con ello, las situaciones cómicas y los giros inesperados empiezan a generar el impacto esperado.
Lo que definitivamente resalta del libreto es el claro sello de su autor, Lars Von Trier, bajo la dramaturgia de Jack McNamara. El cineasta danés, conocido por sus provocadoras películas y su estilo desafiante, se deja sentir en cada línea de diálogo. Aunque esta es su única incursión en la comedia hasta la fecha, su mirada crítica y mordaz hacia la sociedad y el capitalismo se traslada con eficacia a las tablas tocando temas como la manipulación, la hipocresía y la lucha por el poder, todo ello envuelto en una atmósfera de comedia negra. Su estilo cinematográfico permea la estructura de la obra, con un enfoque en los personajes que parece emular la dinámica de un guion de cine, donde cada escena está diseñada para sorprender y descolocar al espectador. La adaptación al castellano llevada a cabo por Ricardo Hornos y Fernando Gil es excelente, manteniendo la esencia irreverente del original y adaptando las referencias culturales para que la crítica sea igualmente relevante en el contexto local.
La dirección de Ricardo Hornos es fundamental para que “El jefe del jefe” logre equilibrar la sátira política con el ritmo vertiginoso de una comedia de enredo. Como ya he mencionado, los primeros compases se sienten algo pesados, como si los personajes no terminaran de encontrar su lugar en la trama. No obstante, a medida que avanza la acción, la dirección empieza a encontrar su cauce y el ritmo se acelera, introduciendo las situaciones cómicas con más claridad y efectividad. El también productor y director cinematográfico ha logrado que la obra no se pierda en su propio caos, sino que encuentre una estructura sólida que permita a los actantes navegar por situaciones cómicas para, además de arrancar carcajadas, reflexionar sobre la fragilidad de la moralidad humana en un entorno empresarial tan despiadado. La dirección, por tanto, fluye entre el absurdo y la crítica, mostrando un dominio claro de los recursos cómicos que Von Trier emplea, pero sin perder de vista la potencia subyacente de la sátira.
La actuación del reparto es sólida y enriquecedora, donde cada miembro del elenco sostiene de forma notable y entregada el arquetipo de su personaje. Fernando Gil, en el papel de Cristian, el actor contratado para interpretar al presidente ficticio de la empresa, es el verdadero motor cómico de la obra. Su capacidad para navegar por el enredo absurdo con una mezcla de ingenuidad y desesperación es impresionante. La forma en que logra improvisar constantemente, a pesar de no saber nada sobre la empresa ni sobre el papel que está interpretando, es un tour de force actoral y uno de los mejores representantes de la técnica Meisner. Este actor, participante en infinidad de series televisivas como Machos Alfa, mantiene al público a su favor en todo momento, ofreciendo una actuación llena de matices cómicos, desde la confusión más genuina, pasando por momentos de histrionismo y euforia, hasta el momento en que su personaje comienza a asumir una parte del control, creando situaciones absurdas de gran dinamismo.
Casi sin despegarse, Críspulo Cabezas, quien interpreta a Gabriel, el Jefe original y fundador de la empresa, ofrece una interpretación más contenida, pero igualmente eficaz. Su papel como el socio mayoritario, cínico y manipulador, se hace sentir en cada escena, aportando la dosis necesaria de seriedad que contrasta perfectamente con el caos que genera Cristian. Cabezas sabe cómo jugar con la sutileza de su personaje, manejando la distancia emocional de un empresario que ve a los demás como piezas en un tablero, pero siempre con un toque de humor irónico que no lo convierte en un villano unidimensional, sino en una figura compleja y necesaria para la trama.
Por su parte, Carol Rovira da vida a Merche, la socia más tímida, cuya evolución revela una interesante capa de vulnerabilidad y fuerza. También destaca su versatilidad como la intérprete del comprador chino, añadiendo momentos de humor absurdo. Laura Laprida encarna a Lila, la socia más feroz. Su energía y determinación generan tensiones que aportan dinamismo a las escenas, equilibrando lo cómico con lo agresivo. Viti Suárez brilla con dos roles contrastantes: el socio desafiante e insolente y el comprador chino, interpretado con un toque de parodia cómica bien calibrada. Por último, Aure Sánchez, como Alex, el conciliador del grupo, aporta equilibrio y serenidad, funcionando como el ancla en medio de los conflictos y locuras de sus compañeros.
La escenografía diseñada por Maxi Vecco es un claro ejemplo de cómo la simplicidad puede ser altamente funcional en el teatro. Con pocos elementos cuidadosamente dispuestos, consigue recrear de manera convincente el interior de una oficina, el espacio principal donde transcurre la acción. Las proyecciones, también obra de Vecco, aportan un aire cinematográfico que conecta directamente con el estilo de Lars Von Trier. Modernas y sorprendentes, estas imágenes enriquecen la experiencia visual y aportan un dinamismo adicional, especialmente en el inicio de la obra. Sin embargo, su uso es limitado, y se echa en falta una mayor presencia de estas proyecciones a lo largo de la representación, lo que podría haber potenciado la conexión entre el teatro y el lenguaje audiovisual que inspira esta pieza. Por último, la iluminación metálica de Carlos Torrijos juega un papel crucial en la atmósfera de la obra. Su diseño frío y funcional refuerza la estética empresarial e introduce al espectador en un entorno deshumanizado que refleja el trasfondo crítico de la historia.
Autor: Lars Von Trier
Dramaturgia teatral: Jack McNamara
Versión en castellano: Ricardo Hornos y Fernando Gil
Dirección: Ricardo Hornos
Reparto: Fernando Gil, Críspulo Cabezas, Carol Rovira, Laura Laprida, Viti Suárez y Aure Sánchez
Escenografía y proyecciones: Maxi Vecco
Vestuario: Pablo Battaglia
Diseño de iluminación: Carlos Torrijos
Producción: MP Producciones