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Año VIIINúmero 379
24 NOVIEMBRE 2024

«El método Grönholm»: la mejor elección del éxito humano y teatral

¿Cuál ha sido su trayectoria profesional? ¿Por qué es el candidato óptimo para este puesto? ¿Por qué quiere trabajar con nosotros? Esta y otras cuestiones similares son el abecé de los procesos de selección envueltos en interminables entrevistas personales y grupales y embarazosas y competitivas dinámicas de grupo. Todos en alguna ocasión hemos pasado por las manos del departamento de recursos humanos con mejor o peor éxito. Si consideran que son los mejores candidatos para esta representación no esperen al “Ya le llamaremos” y acudan al teatro Cofidis Alcazar.

Después de la gran acogida de la primera temporada, quedarán pocos en descubrir el exitoso método de Jordi Galcerán, dirigido por Tamzin Townsend, que el director argentino Marcelo Piñeyro llevó a las pantallas. Cuatro últimos aspirantes optan a un cargo ejecutivo en una multinacional y se someten a la prueba final del proceso de selección. Una dinámica conjunta donde pondrán al límite a los candidatos. La astucia, la crueldad y la falta de escrúpulos marcarán la diferencia para ser la persona elegida.

Desde su estreno en la cartelera teatral, la primera y gran virtud de esta representación es su novedosa temática; de hecho, ha abierto el camino para que otras puedan virar sobre los procesos de selección. Todos los espectadores podrán sentirse identificados en mayor o menor medida con lo representado en escena y, aunque pueda parecer exagerado o absurdo, solo a así podemos apreciar la crítica y reflexionar hasta dónde estamos dispuestos a llegar para conseguir el trabajo de nuestros sueños o dónde están nuestros límites cuando la recompensa es lo suficientemente alta. Dicho de otro modo, el dramaturgo barcelonés autor de obras como Carnaval (2005), Cancún (2007), Fuga (2011), Burundanga (2011) o El Crédito (2013) construye un libreto inteligente, profundo y lúcido, cercano al teatro psicológico, donde desde los primeros compases de la representación el espectador se convierte en un candidato más al puesto. La elección y los roles de los personajes, como posteriormente desarrollaré, no puede ser más acertada y es la mejor metáfora de los comportamientos sociales.

Volviendo a la gramática del libreto, la facilidad para sumergirse en la obra se explica por la sencillez temática envuelta en ingeniosos giros argumentales, con un final catártico y sorprendente y una acertada duración. Por otra parte, los diálogos se suceden de forma vertiginosa y algunos de ellos recuerdan a las fórmulas lógicas (tautológicas, contradictorias y contingentes) que derivan en digresiones, falacias y silogismos convirtiendo el lenguaje en un juego más de la representación. Además, vienen cargados de un humor ácido y corrosivo. Ese humor, en ocasiones hace desequilibrar la buena conexión de todos los factores por un intento de abrazarse, desde mi óptica, a un lenguaje comercial, cuando la propia obra ya de por sí exhala comedia.

La dirección corre a cargo de Tamzin Townsend, quien continúa con la senda de la sencillez en la puesta en escena y la rapidez en el transcurrir de las escenas. La mayor dificultad, resuelta con acierto, es haber sabido perfilar, potenciar y transmitir la conexión de roles de los cuatro integrantes; pues, no debemos olvidar que estamos ante un juego donde cada actor debe jugar sus propias cartas. Para ello, destacaría el buen uso de las pausas y silencios, que recuerdan a “las conversaciones con el silencio” descritas por Stanislavski. En definitiva, la directora de origen inglés con más de cuarenta montajes en su haber, termina de coser esta sátira teatral de las relaciones humanas.

Los encargados de pasar de las musas al teatro son tres actores y una actriz de reconocido prestigio con un resultado sobresaliente. Cabe mencionar, la importancia de sus respectivos roles e idiosincrasias porque en ellos está la esencia de esta representación. Sus personajes parecen peones extraídos de una partida de ajedrez, abducidos y controlados por uno o varios seres superiores de naturaleza humana ubicados en el departamento de recursos humanos. Personajes de aspecto fuerte pero de grandes vacíos emocionales, donde su fin compartido justifica las formas y, donde el patetismo y la ausencia de valores morales y éticos, conducen sus acciones. En este río revuelto, emerge la calidad interpretativa del reparto.

El primero en aparecer en escena es el archiconocido actor de teatro y series televisivas Luis Merlo, quien encarna a Fernando, un hombre soberbio, arrogante y engreído, aunque a su vez competitivo y luchador. Merlo es quien lleva la fuerza y el peso de la acción y los traslada sobre su personaje y la obra en su conjunto. La mayor dificultad de su papel reside en hacer verosímiles y creíbles algunos giros cercanos a despropósitos, fin que consigue a la perfección. Su marcada gestualidad facial y corporal, como sello personal, y su fortaleza escénica, sin caer en la sobreactuación, le hacen firmar una excelente actuación. Por su parte, Ismael Martínez se viste de Enrique, un hombre excéntrico que encierra un halo de misterio. Esa actitud enigmática la sabe potenciar de manera brillante y junto a su incontinencia verbal, su prosa petulante y sus movimientos estridentes desata la risa de los presentes.

Marta Belenguer interpreta a Mercedes, una mujer de carácter fuerte y coraza robusta con debilidades emocionales. Esta doble condición es sostenida con enorme habilidad por la actriz valenciana y aporta a su personaje seguridad y contundencia. Uno de sus mejores momentos en la obra lo comparte junto a Merlo, donde protagonizan una escena de cruces dialécticos para enmarcar. Casi sin despegarse, Jorge Bosch interpreta a Carlos, un hombre bonachón con muchas sorpresas que desvelar. Su personaje destaca por su carácter descuidado que le hace pasar desapercibido, aunque un anuncio inesperado le hará eclipsar por unos instantes la trama y brillar sobre el escenario.

Los elementos técnicos y escenográficos ayudan a introducir al espectador en la acción y destacan por ser minimalistas y escasos. Anna Tussel, al frente de la escenografía, diseña un espacio diáfano, para facilitar el movimiento del reparto, con paredes grises de apariencia metálica, creando sensación claustrofobia, inherente en la trama. Un cajón extraíble será el único elemento disuasorio y el centro de todas las miradas. La iluminación, a cargo de Felipe Ramos, va en consonancia con lo anteriormente descrito al potenciar la sensación de encierro en una habitación que perfectamente podría ser la de una sala de experimentación; o quizá así lo sea.

Un clásico contemporáneo de temática actual y novedosa, envuelto en un ingenioso juego de roles y con una gran actuación del reparto son las claves del Método Grönholm

 

Autor: Jordi Galcerán

Directora: Tamzin Townsend

Reparto: Luis Merlo, Jorge Bosch, Marta Belenguer, Ismael Martínez

Producción: Carlos Larrañaga

Ayte. producción: Andrés Belmonte

Ayte. dirección: Chema Rodríguez

Diseño escenografía: Anna Tusell

Diseño iluminación: Felipe Ramos

Diseño vestuario: Gabriela Salaverri

Música: Andrés Belmonte

 

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