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Encuentros breves con hombres repulsivos: Reflexiones incómodas sobre el ego y la vulnerabilidad masculina

Jorge Bosch y Gustavo Salmerón

Jorge Bosch y Gustavo Salmerón

En el Teatro Bellas Artes, “Encuentros breves con hombres repulsivos” cobra vida en una propuesta teatral que no deja indiferente a ningún espectador. Con las sólidas actuaciones, esta adaptación de la obra de David Foster Wallace transforma el escenario en un espacio de confrontación y reflexión, donde el público se ve invitado a explorar las entrañas de la psique masculina. La puesta en escena minimalista y la aguda dirección de Veronese hacen de esta obra una experiencia intensa e inquietante, que convierte al Teatro Bellas Artes en el epicentro de una exploración descarnada de las relaciones y la incomunicación humana.

El libreto presenta una serie de escenas breves e intensas en las que diversos personajes masculinos, con sus defectos y contradicciones a flor de piel, interactúan en conversaciones incómodas y confesiones abiertas. Adaptada de la obra de relatos de David Foster Wallace, la pieza explora las complejidades de la masculinidad contemporánea, exponiendo temas como el egoísmo, la manipulación emocional, la soledad y la falta de empatía. Cada “encuentro” muestra a un hombre diferente en situaciones que revelan sus vulnerabilidades y aspectos más obscuros, dejando entrever tanto su debilidad envuelta de hombría, como su lado repulsivo. Estos individuos, tóxicos por sus acciones y actitudes, dejan entrever una desesperación y un vacío existencial que los convierte en figuras trágicas atrapadas en su propia incomprensión y disfunción emocional. Wallace no busca exponer estos comportamientos para juzgarlos de manera obvia, sino para que el espectador bucee en los personajes y en sí mismo.

La fragmentación del relato aporta un interesante efecto de “espejo roto”: cada escena refleja partes dispares de un mismo tema central, donde hombres frágiles y autoengañados confrontan su toxicidad. Este recurso permite que cada encuentro revele facetas distintas de su lucha interna y de la desconexión emocional en sus relaciones. Sin embargo, la falta de un hilo conductor claro también tiene un efecto negativo; al carecer de una narrativa cohesiva, la obra puede sentirse ardua y poco atractiva para quienes buscan una historia más unificada.

Daniel Veronese, conocido por su habilidad para llevar textos literarios al teatro con psicología, profundidad y agudeza, logra mantener la esencia del autor, respetando la estructura fragmentaria y el tono irónico de los relatos originales. Los «hombres repulsivos» que Wallace retrata en su obra no son simples caricaturas, sino exploraciones profundas de las máscaras, los miedos y las inseguridades que muchos tratan de esconder. El también dramaturgo argentino acierta al no embellecer ni suavizar los defectos de estos personajes. Por el contrario, los presenta de forma directa, obligándonos a enfrentarnos a los límites de la empatía y la tolerancia. Con una escenografía minimalista que permite que el foco esté en los diálogos y la tensión entre los personajes, Veronese construye una atmósfera casi asfixiante. La ausencia de ornamentos externos lleva al espectador a observar con crudeza cada tic, cada mirada y cada vacilación en los actores. Esta decisión estética resulta en una experiencia teatral íntima y, a la vez, inquietante, ya que invita a la audiencia a sentirse casi como un cómplice incómodo de las confesiones y manipulaciones en cada escena.

La actuación del reparto es precisa y contundente, logrando plasmar con maestría la manipulación, los artificios lingüísticos y las tácticas de persuasión que dominan cada episodio. Los actores interpretan a seres complejos que, a través de su gestualidad contenida y un uso calculado del lenguaje, exponen las capas que utilizan para ejercer control y proyectar poder sobre el otro. En sus diálogos, cargados de sarcasmo y dobles sentidos, Jorge Bosch y Gustavo Salmerón navegan hábilmente entre el cinismo y la vulnerabilidad, mostrando cómo los personajes manipulan sus palabras y emociones para mantener una fachada que esconde inseguridades profundas. La química entre ellos y su capacidad para sostener la tensión en cada escena realza la atmósfera incómoda y obscura de la obra, permitiendo que el público sea testigo de los juegos de poder y de la lucha por el control que define a estos encuentros.

Bosch se luce en su interpretación de personajes arrogantes y despectivos que, pese a sus grandes defectos, nos permiten atisbar fragmentos de debilidad y una incomprensión profunda de sí mismos. Su habilidad para modular entre lo grotesco y lo patético permite que, en ocasiones, estos roles generen una mezcla de repulsión y empatía en el espectador, lo cual añade una capa de complejidad a la obra. Salmerón, por su parte, tiene un enfoque distinto en su interpretación. Su lenguaje corporal y su capacidad para matizar la intensidad de las emociones logran crear personajes que no solo desnudan sus propios miedos, sino también los del público. A través de su actuación, logra captar la fragilidad y las contradicciones de las figuras masculinas que interpreta, explorando temas como la soledad, el vacío existencial y la incapacidad para conectar genuinamente con otros.

Para quienes buscan en el teatro un lugar para cuestionarse y cuestionar a la sociedad, “Encuentros breves con hombres repulsivos” es una experiencia enriquecedora, aunque incómoda. La combinación de la mordaz escritura de Wallace, la aguda dirección de Veronese, y las interpretaciones impecables de Bosch y Salmerón dan lugar a una obra que cala hondo y deja una marca. Al final, esta puesta en escena nos recuerda la complejidad del ser humano y nos confronta con una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto somos capaces de aceptar la “repulsividad” en nosotros mismos?

Autor: David Foster Wallace

Dirección y versión teatral: Daniel Veronese

Reparto: Jorge Bosch y Gustavo Salmerón

Fotografía: Manuel Carranza en Centro Niemeyer

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