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Año VIIINúmero 376
30 OCTUBRE 2024

Equus: la dualidad humana-animal más teatral

Las pulsiones exacerbadas y las conductas psicóticas pueden traer consecuencias a propios y ajenos. Pedir ayuda o simplemente dejarse ayudar es siempre la solución, pese a no saber si el que tenemos enfrente también la necesita. Si desean poner cara y voz a esta reflexión y disfrutar de un clásico de la literatura universal, pueden visitar el Teatro Infanta Isabel.

Gracias a la versión de Natalio Grueso y a la dirección de Carolina África rememoramos el texto del dramaturgo Peter Shaffer y nos adentrarnos en la consulta del psiquiatra Martin Dysart. Su trabajo será tratar a Alan Strang, un joven que ha cometido un acto de una brutalidad atroz: sacar los ojos con un punzón a la media docena de caballos a los que cuidaba en un establo. A través de una profunda terapia deberá́ indagar sobre su fascinación por el género equino, la sublimación del deseo sexual y qué llevó a un joven de buena familia, con una madre devota y religiosa y un padre estricto y trabajador, a cometer semejante acto; y a su vez, enfrentarse a sus propios fantasmas entre un matrimonio caduco y sin sentido y unas permanentes dudas sobre la utilidad de su profesión.

La grandeza de los clásicos reside en que sus obras pueden ser reinterpretadas con el paso de los años mientras su mensaje permanece intacto. Este título es uno de ellos y tanto desde su primera puesta en escena en el Royal National Theatre en 1973, como en reinterpretaciones posteriores como en el West End, con Daniel Radcliffe en el papel protagonista, o en el 2015 en España, con Jaime Lorente, ha sido todo un éxito. El libreto del dramaturgo y guionista inglés entra dentro de la categoría de thriller psicológico con una trama detectivesca de tintes psicoanalíticos. Un texto sorprendente, antes y ahora, que destaca entre la abundante cartelera teatral actual por su imponente puesta en escena, la verbalización de instintos primarios y la interacción humano-animal.

Toda adaptación debe ser fiel al libreto original y aportar un valor añadido para convertirlo en único. En esta ocasión, Natalio Grueso, al frente de la adaptación, no solo cumple este axioma sino que consigue ir directamente a la fuente primaria, el texto del propio Strang. Este detalle es esencial pues, tal y como expone, a diferencia de otros montajes donde se han seguido los patrones de la primera puesta en escena, en este se ha hecho una adaptación ex novo, basándose únicamente en el texto del autor. Este arduo y difícil trabajo de traducción desemboca en una adaptación sensacional, sorprendente, llena de intriga y simbolismo.

Quien fuera director del Teatro Español y director de artes escénicas de la ciudad de Madrid potencia la crítica implícita del libreto en la represión de las pasiones y los deseos más ocultos del individuo, la educación basada en la prohibición y en el tradicionalismo católico, la esclavitud en una sociedad consumista, ahora adicta a las tecnologías y a las redes, y la forma de tratar las afecciones a través de psicofármacos. Temas de gran calado en la sociedad actual medio siglo después. Con buen criterio, Grueso ha reducido los pasajes referentes al mundo clásico, pese a su importancia en la forma de ver y entender el mundo actual, para aligerar la obra y hacerla más teatral. Mi sensación es encontrarme con un texto puro, primario e impactante donde el pragmatismo queda rebajado con la prosa versada. En definitiva, un trabajo sublime e inteligente.

La dirección recae en Carolina África, mujer polivalente en todos los escalones teatrales, desde la producción a la actuación. Esta visión completa le lleva a poner en valor el sustrato y la filosofía del libreto antes mencionada y exponer no solo la adicción a las pantallas, sino la abducción que estas producen, traducidas en aislamiento y comportando la pérdida de contacto real con el otro. Su puesta en escena combina la sutileza, entendida desde el simbolismo como un inteligente aprovechamiento del tiempo –con alteraciones y regresiones–, espacio y elementos escénicos, con la crudeza y fortaleza propias de alguien que ha cometido un acto atroz. El mejor ejemplo en la primera variable escénica es la fusión entre el humano y el caballo servidos de máscaras negras en un ejercicio de ritualización. Su cénit es el instante en el que el protagonista cabalga sobre los hombros de un actor en una simbiosis de libertad y pasión. Algo similar ocurre con los movimientos sobre las tablas, supervisados por Andoni Larrabeiti, pues con inteligente criterio hay una ligazón de las escenas como elemento de continuidad, ayudado por un reparto que permanece sentado en escena contemplando la acción al igual que el público. La manera más gráfica de describirlo es compararlo con las piezas de un puzle expuestas sobre un tatami, donde todas deben encontrar su posición para logar el fin, en este caso saber qué le ha llevado al protagonista a cometer un crimen y poder sanarse.

La construcción y evolución de los personajes por parte de África me parece exquisita, así como una representación palpable de roles e idiosincrasias, que si bien a veces pueden adolecer de ciertos tópicos son trabajados y expuestos de manera sensacional. En este punto, adquiere relevancia la categoría teatral del subtexto, entendido como todo aquello por debajo del personaje teatral, al significado profundo y dotador de sentido al papel interpretado y que, en definitiva, responde al “por qué”. Algo similar a lo que Stanislavski definía como “esferas de atención”.

Los encargados de plasmar lo expuesto anteriormente son un reparto conformado por cinco actores cuyo trabajo es sobresaliente, en un texto de alta implicación y exigencia, tanto física como mental. El centro de las miras está puesto en el joven Alan Strang, quien padece una fijación enfermiza hacia los équidos, interpretado con maestría por Álex Villazán. Este actor, quien ya deslumbró en El curioso incidente del perro a medianoche, firma una de las mejores actuaciones dramáticas de su carrera y de la temporada actual con un dominio absoluto en este género. Su personaje es un diamante en bruto, el cual explota con garra, contundencia y dolor provocando una desnudez mental y física genialmente sostenida, un caballo cimarrón o asilvestrado a quien intentan domar. Resulta muy complicado ponerse en la piel de una persona de conductas enfermizas, pero Villazán lo logra sin apreciar atisbo de sobreactuación, con una naturalidad y realismo desbordantes.

En el papel de psiquiatra está Roberto Álvarez como rostro y voz a la relación médico-paciente con una tranquilidad, sosiego y profundidad sobresalientes. Este reputado actor de teatro, cine y televisión deleita a los presentes con parlamentos recitados con contundencia y pasión; así como con profundas conversaciones con el resto de compañeros. A su lado, le acompaña Manuela Paso en el papel de jueza, quien le pide ayuda para tratar al joven. Sus apariciones, son un halo liberador muy bien ejecutado, ponen en contexto al espectador, ahondan en los conflictos del psiquiatra y, en definitiva, son su vía de escape.

El resto de papeles sirven para complementar y profundizar en la vida del protagonista. Sus progenitores son interpretados con verdad y realismo por Manuela Paso, en el papel de fanática madre religiosa, y Jorge Mayor como padre ludita en contra de las nuevas tecnologías. Ambos ejercen de represores y coartan las libertades de su hijo alimentando el debate de la educación en el núcleo familiar entendido como agente socializador. En el lado opuesto, encontramos el personaje de Jill, el primer contacto real de Alan con el sexo contrario, interpretado por Claudia Galán. Esta actriz, con más de una quincena de obras teatrales y apariciones en series televisivas, tiñe a su papel y a la obra en su conjunto de aire liberador con una explosión de sensualidad desbordante.

Los recursos técnicos y escenográficos están al servicio de la acción y ayudan a redondearla. Vengoa Vázquez, al frente de este último, diseña un escenario polivalente y funcional –capaz de llevarnos desde la consulta de psiquiatría hasta el interior de una cuadra– que facilita los movimientos del reparto y potencia la belleza estilística y la continuidad del relato. Además de las gradas, destacaría los sillones curvos como sostén y trampolín de expresividad de los arranques de Villazán. Estos recursos se complementan con el perfecto e inteligente uso de la videoescena, diseñado por David Martínez, para transportar al espectador a otros espacios exteriores y como soporte de imágenes y videos de redes sociales. Por último, el buen espacio sonoro, por Manuel Solís, y el diseño de iluminación, de Sergio Torres, con un ambiente intimista y a veces claustrofóbico, terminan de hacernos reflexionar si es real la realidad.

En Equus asistirán a un thriller psicológico de trama detectivesca y tintes psicoanalíticos en una versión renovada del clásico mientras galopan sobre los lomos de un sensacional reparto

 

Autor: Peter Shaffer

Dirección: Carolina África

Adaptación: Natalio Gruesp

Reparto: Roberto Álvarez, Álex Villazán, Manuela Paso, Claudia Galán y Jorge Mayor.

Ayudante de Dirección: Juanma Romero

Diseño de Escenografía: Bengoa Vázquez

Diseño de Iluminación: Sergio Torres

Diseño de Vestuario: Lupe Valero

Diseño de Videoescena: David Martínez

Diseño de Sonido: Manuel Solís

Coreógrafo/Asesor de movimiento: Andoni Larrabeiti

Producción/Regidor: Santiago Ayala

 

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