La vida es, en esencia, una continua representación donde los sentimientos y las experiencias humanas se entrelazan en un guion a veces parece improvisado. Las risas, las lágrimas, las decisiones trascendentales y los pequeños momentos cotidianos forman un teatro constante donde los protagonistas cambian, pero las emociones permanecen universales. En el escenario, el teatro tiene el poder de capturar esas experiencias y presentarlas de manera amplificada, como un espejo de nuestras propias vidas. A través de la ficción, los personajes nos permiten vernos reflejados, cuestionando dónde termina la realidad y dónde comienza la fantasía, y recordándonos que detrás de cada risa hay una verdad profunda por descubrir. Si desean poner cara y voz a estas y otras reflexiones pueden acudir a los Teatros Luchana.
«Guionízame» nos sumerge en el alocado universo de tres guionistas desesperados por encontrar la idea perfecta que les asegure el éxito profesional. En su intento por crear un texto brillante, deciden contar la historia de uno de ellos: un hombre que se enfrenta al doloroso recuerdo de un amor perdido y a la búsqueda de su propia redención. A través de recuerdos entrelazados con su amor platónico, momentos de felicidad, tristeza y pasión, este protagonista explora sus emociones para tomar una decisión crucial sobre su futuro. En medio de esta travesía, aparece un demonio disfrazado de mujer fatal, quien lo guiará a través de números musicales y situaciones absurdamente cómicas.
El libreto, firmado por Paco Rodríguez, parte de una premisa que, si bien no es excesivamente novedosa —la búsqueda de una gran idea para escribir un guion exitoso—, destaca por su tratamiento sorprendente y fresco. El primer detalle para destacar es el dominio de Rodríguez (“Una vida perfecta”, “La regla del tres”) de los códigos y recursos teatrales, especialmente el metateatro. La obra no solo se nutre de la historia creada por los propios personajes, también juega constantemente con la línea entre ficción y realidad, haciendo partícipe al público de ese proceso creativo en tiempo real, como si todo pudiera cambiar en cualquier momento. La narrativa se va desarrollando de forma fluida, modulada por una combinación única de verdad y absurdo. Esta dualidad le da a la pieza una naturaleza impredecible: a veces profundamente emotiva, y otras veces descaradamente cómica. El también profesor y cofundador de Laindalo Creaciones logra que los personajes no solo habiten en su propia realidad, sino que también la comenten, la cuestionen y, en ocasiones, la manipulen.
Como nos tiene acostumbrados Rodríguez, bajo la capa de humor desenfrenado y las situaciones impredecibles, late un mensaje profundamente filosófico y existencial que trasciende la comedia sobre el valor de vivir el presente. La obra, en su núcleo, es un recordatorio constante de las locuciones latinas tempus fugit y carpe diem, exhortando al espectador a abrazar el momento y a no quedarse atrapado en lo que ya fue o en lo que podría ser. Las vivencias absurdas de los personajes se ven envueltos no son solo gags humorísticos; son metáforas de la vida misma, donde la incertidumbre y lo inesperado marcan el paso. Los actantes, especialmente el protagonista, se debaten entre el peso del pasado y la ansiedad por el futuro, pero es en ese presente efímero, en el aquí y ahora, donde encuentran su verdadera esencia. Uno de los aspectos más conmovedores del libreto son las analepsis sobre los recuerdos, que conectan al protagonista con su historia de amor perdida. Estas evocaciones no son simples flashbacks, son momentos para reafirmar una verdad universal: nunca estamos completamente solos porque siempre llevamos con nosotros los recuerdos de quienes fuimos y las experiencias que nos formaron. Así, esta obra no solo es un canto a la vida y al disfrute, sino también un tributo a las memorias, esas que nos acompañan en cada paso del camino, sea en soledad o en compañía.
La dirección de Paco Rodríguez es un verdadero acierto por su frescura y dinamismo. El también codirector de “Climax”, actualmente en cartelera, apuesta claramente por un enfoque que potencia al máximo las habilidades de sus actores, confiando en su capacidad para llenar de vida cada rincón del escenario, incluso cuando este se presenta como una sencilla caja negra con la sola presencia de una pantalla. Este tipo de ambientación minimalista, propia de obras de corte experimental, funciona como un lienzo en blanco donde los personajes, a través de su energía y expresividad, crean los diversos mundos y situaciones en los que se desenvuelve la trama. La dirección de Rodríguez no necesita de grandes artificios escénicos para hacer que el espectador recree los espacios: la imaginación se activa a través del trabajo actoral y los pequeños detalles visuales orquestados de manera casi imperceptible. Esta simplicidad calculada, además de un homenaje a la tradición teatral más pura, refuerza el mensaje de la obra: en el vacío aparente de la vida, los personajes, como las personas, construyen sus propios significados.
Un elemento fundamental que complementa y eleva la dirección de Rodríguez es la colaboración con Jorge Toledo en la creación de la banda sonora. Las bases musicales son pegadizas pero, sobre todo, están perfectamente integradas en la acción, añadiendo una capa emocional y rítmica para reforzar tanto los momentos cómicos como los más reflexivos. Las canciones no son un mero añadido, forman parte del engranaje narrativo, aportando dinamismo y subrayando el carácter absurdo y desenfadado de la obra.
Las interpretaciones del trío actoral son, sin duda, uno de los pilares más sólidos sobre los que se sostiene la obra. Juntos logran una sincronía cómica impecable, moviéndose con fluidez entre los registros más absurdos y aquellos momentos donde las emociones se sienten más profundas. Cada uno de ellos interpreta múltiples personajes, lo que requiere una versatilidad manejada con gran destreza. Estefanía Rocamora destaca por su capacidad para encarnar personajes fuertes y decididos, mostrando un rango impresionante que va desde la jefa fría y calculadora hasta el demonio juguetón y caótico. Esta actriz, con más de dos décadas en los ámbitos del teatro, el cine y la televisión, maneja la comedia física y verbal con soltura y logra capturar la esencia del demonio tentador, seductor y travieso, pero siempre desde un ángulo cómico que nunca deja de sorprender. Su presencia en el escenario añade un elemento de caos controlado para mantener al público expectante y enganchado, haciéndola indispensable en el engranaje de la obra.
Por su parte, Paco Rodríguez, además de asumir las riendas de la dirección, también brilla como actor en su doble rol. Como Leo, combina ingenio y carisma para dar vida a un guionista que, aunque no sea el más talentoso, se las arregla para destacar. Pero es en su interpretación de Álvaro, un personaje visceral y desenfadado, donde Rodríguez (“Desamparadas”, “Éxtasis”) realmente demuestra su capacidad para la comedia. Su entrega física y su habilidad para manejar el tempo de las escenas le otorgan un control absoluto sobre el ritmo de la representación. Por último, Jaime de Malvar ofrece una interpretación tierna y sincera, especialmente en su papel de Pelayo, un personaje entrañable y vulnerable que aporta una nota de inocencia en medio de tanto caos, logrando que el público empatice rápidamente con él. En contraste, su papel de Alejandro, tímido y reservado añade un toque de dulzura como contraste perfecto con el resto del reparto. Es en estos matices donde este actor (“La regla del tres”, “Negra Sombra)” destaca, ofreciendo una interpretación sutil pero poderosa que equilibra perfectamente la energía desbordante del resto del elenco.
Texto y Dirección: Paco Rodríguez
Reparto: Estefanía Rocamora, Noelia Gallego, Paco Rodríguez y Jaime de Malvar
Producción y Prensa: Jaime de Malvar
Escenografía y Vestuario: Tornabucle Creaciones
Música original: Jorge Toledo
Fotografía: Cristina de Pedro Fotógrafos
Diseño Gráfico: Jaime de Malvar