En la intimidad de la sala Lola Membrives del Teatro Lara, un espacio convertido en la cuna de espectáculos que mezclan frescura, humor y reflexiones sobre nuestra generación, “Hijos de los 90” encuentra su hogar natural. Esta obra, que rinde homenaje a quienes crecieron entre los tamagotchis y los videoclubs, solo podía presentarse en este teatro, especializado en dar vida a historias que conectan profundamente con las inquietudes y emociones de las nuevas generaciones. Más que una obra, es una carta de amor a una generación en búsqueda de definición entre la memoria del pasado y la vorágine del presente.
El argumento sitúa a cinco amigos –Andy, Sofía, Alex, Laura y Guille– en unas desventuradas vacaciones en Gandía y funciona como un mosaico de vivencias que oscilan entre el humor más absurdo y las reflexiones existenciales. Con un esquema que recuerda a las sitcoms clásicas, la obra entreteje hábilmente enredos románticos, historias de amistad y cuestionamientos propios de los veintitantos, todo ello condimentado con alcohol, música y una partida de El lobo, ese juego que, en esta puesta en escena, se convierte en un microcosmos de las tensiones y alianzas entre los personajes.
El libreto de Iván Silva Sánchez es el pilar central de la representación. Este joven dramaturgo construye un libreto que brilla por su autenticidad y habilidad para capturar el espíritu de toda una generación. Los diálogos, rápidos, ingeniosos y llenos de referencias culturales, no solo provocan carcajadas, dibujan con precisión las complejidades emocionales y existenciales de sus personajes. El humor, omnipresente, no se limita a los gags visuales o a los juegos de palabras: está enraizado en la cotidianidad de una generación que aprendió a reírse de sí misma como una forma de lidiar con la incertidumbre del mundo.
Silva, en su faceta de dirección, logra alternar momentos hilarantes con otros de profunda introspección en un retrato multifacético y honesto de los jóvenes nacidos en los noventa. Especial mención merece la estructura del texto, que adapta con soltura el formato de una sitcom televisiva al escenario teatral. Cada escena está medida con precisión para mantener un ritmo ágil y dinámico, mientras los arcos narrativos de amistad, amor sin prejuicios y autodescubrimiento se desarrollan de manera orgánica, sin perder de vista el tono ligero pero reflexivo que define a la obra. Para lograrlo, usa de forma pertinente la figura del aparte tomando al público como confidente y haciéndole partícipe de la acción. En definitiva, a través de situaciones cómicas rozando lo surrealista –como las profecías catastróficas que acechan a los protagonistas–, la obra consigue captar la esencia de una generación atrapada entre el peso de las expectativas sociales y el deseo de libertad.
El elenco, liderado por un grupo de actores que equilibran la comedia física con momentos de vulnerabilidad emocional, se mueve con la precisión de un reloj bien engrasado. Cada uno de los cinco protagonistas tiene su momento para brillar, pero es la química grupal la que eleva la obra. Desde las réplicas mordaces hasta las confesiones sinceras, los actores logran que el espectador se sienta parte de esta pandilla veraniega.
Sergio San Millán es un torrente de frescura, naturalidad y carisma, con una vis cómica que le permite robarse cada escena en la que aparece. Andy es el amigo que todos querríamos tener, esa alma libre capaz de convertir un momento incómodo en una anécdota hilarante. Pilar Morales, en el papel de Laura, es una joya de humor y detalle. Con su pasión desmedida por los refranes y su peculiar filia sexual por las caras tristes, aporta una de las subtramas necesarias para entender la representación. En el papel del mejor amigo vacilón desde la infancia de Laura, Javier Orán, da vida con seguridad y convicción a Guille, quien , bajo la fachada de masculinidad fuerte, esconde una vulnerabilidad que se adivina en sus silencios e inseguridades. Por su parte, en el papel de Sofía, una aspirante a estrella musical con una personalidad ecléctica, Lucía Estévez despliega su faceta más versátil y encantadora. Su dispersión e ingenuidad regalan algunos de los momentos más divertidos de la obra y abre otra trama amorosa en la acción, mientras su entrega y energía escénica dotan a su personaje de una vitalidad que conecta inmediatamente con los presentes. Por último, Fran Expósito interpreta a Alex, un friki de los videojuegos con dificultad de conectar fuera de ese mundo, con sinceridad y ternura. Cuando se entera de que otro personaje está interesado en él muestra un nerviosismo tierno y encantador.
La escenografía de Andrea Hermoso y Pilar Morales y el diseño lumínico de Raquel Garrido lejos de intentar replicar la grandilocuencia de la televisión, se apoya en un diseño minimalista que deja espacio a la imaginación. Unas pocas piezas de mobiliario y juegos de luces son suficientes para transportar al espectador a las calurosas noches de Gandía. Este enfoque subraya la fuerza de las interpretaciones y el dinamismo del texto. En definitiva, “Hijos de los 90” no solo rinde homenaje a una generación, la coloca bajo el microscopio para explorar sus contradicciones y sueños con humor y ternura. Es un espectáculo que, aunque está profundamente enraizado en la experiencia de los millennials, se abre camino hacia el corazón de cualquier espectador que valore la amistad y los dilemas de la adultez temprana.
Dramaturgia y Dirección: Iván Silva Sánchez
Reparto: Reparto: Sergio San Millán, Pilar Morales, Lucía Estévez, Andrea Hermoso, Javier Orán, Sorín Baltés, Rafa Ramos y Fran Expósito.
Escenografía y Vestuario: Andrea Hermoso Y Pilar Morales
Iluminación: Raquel Garrido
Diseño de sonido: Lucía Estévez y Sergio San Millán
Luces y Sonido: Raquel Garrido
Fotografía: Vlad