¿Quién es la Bella Otero? Pues en realidad todos los que nos hemos acercado a la danza de una u otra manera hemos conocido algo sobre ella… Una figura del mundo de la danza de finales del XIX. Pero poco más. Es ahora cuando de la mano de Rubén Olmo y Gregor Acuña-Pohl hemos podido adentrarnos en su vida, en su mundo, en su universo, y hemos entendido su proceder, su forma de actuar. Hemos empatizado con ella, y sobre todo, hemos sufrido con ella, porque, al final, los éxitos están empañados por la enfermedad, el olvido y la soledad.
Una mujer que salió de su Valga natal, una aldea en Pontevedra, como consecuencia de una violación y unos presuntos abusos y presiones del cura del lugar. A causa de este episodio quedó estéril y huyó de casa unos meses después para no volver nunca más a su pueblo natal. Tras la fuga decidió usar su segundo nombre: Carolina, en lugar del primero Agustina. Agustina Carolina del Carmen Otero Iglesias, más conocida como Carolina Otero o La Bella Otero, se enroló con un grupo de comediantes y faranduleros ambulantes de la época, de origen portugués, quienes la enseñaron el arte de danzar y cantar, y donde conoció por primera vez el amor. ¿El amor? De ahí, y gracias a la venta que de ella hacen los integrantes de esa compañía ambulante, inicia su periplo personal y profesional, conociendo grandes personalidades de la época con quien tuvo relaciones amorosas.
Realizó giras por todo el mundo como bailarina exótica y actriz, consiguiendo fama internacional. Se sabe que actuó en Nueva York en 1890, además de visitar otros países como Argentina, Cuba y Rusia, coincidiendo en este último con Rasputín, interpretado por un genial Rubén Olmo. Otero actuó durante muchos años en París en el Folies Bergère, donde era la estrella, convirtiéndose en una de las primeras artistas españolas conocida internacionalmente.
Otero no era una bailarina profesional y su arte era más instintivo que técnico. Sus danzas eran una mezcla de estilos flamenco, fandangos o danzas exóticas. También era una cantante competente y tenía calidad como actriz. Representó Carmen de Bizet y piezas teatrales como Nuit de Nöel.
Pero la gran fortuna conseguida, fruto de su arte y por acceder a los caprichos de estos acaudalados e influyentes hombres, la dilapidó a consecuencia de su terrible enfermedad, la ludopatía. Y así murió en Niza. Arruinada y sola, viviendo de la caridad, cuando contaba los 96 años de edad.
Esta intensa vida ha sido plasmada, con gran acierto, por Gregor Acuña-Pohl, que se ha encargado del estudio y la dramaturgia, y por el director Rubén Olmo, que ha sabido coreografiar con gran acierto, soltura y sabiduría prácticamente toda la vida de La Bella Otero. La verdad es que no sorprende la soltura, pues Olmo ya cuenta con grandes obras dentro de su trayectoria profesional como son Belmonte y Pinocho. El espectáculo, compuesto por dos actos, está, a su vez, dividido, en ocho cuadros en el primero, y siete en el segundo. Además de la clara y excelente dramaturgia creada para la ocasión, y la labor de Rubén Olmo en la coreografía, se unen nombres como los de Manuel Busto, Alejandro Cruz, Agustín Diassera, Rarefolk, Diego Losada, Víctor Márquez, Enrique Bermúdez y Pau Vallet en la composición de la excelente música que acompaña a la acción en todo momento. Tanto la Orquesta de la Comunidad de Madrid (ORCAM) como los músicos flamencos del Ballet Nacional envuelven con su música al público sensible que transita por la vida de La Bella Otero.
También cabe destacar la armonía y ensamblaje de todo el cuerpo de baile de la compañía. Un cuerpo de baile muy por encima de las expectativas, y que, además, se adapta a todo tipo de disciplinas dancísticas tales como flamenco, folclore, estilizada, contemporáneo, e incluso un tímido intento de claqué, pasando por la coreografía del Cancán del clásico Folies Bergère. Caso aparte merece el Primer Bailarín y polifacético Eduardo Martínez, quien sorprende al público con sus dotes de gran bailarín, cantante y maestro de ceremonias. Francisco Velasco, Primer Bailarín de la compañía, hace lo propio con los personajes que encarna, metido en todo momento en situación y disfrutando de ellos a través de lo que mejor sabe hacer, bailar. Y para finalizar con el apartado dancístico no podemos olvidar las interpretaciones de Patricia Guerrero y Maribel Gallardo en el papel de la Bella Otero, cada una de ellas en su edad. Una camaleónica Patricia Guerrero que con su fuerza y juventud sabe atrapar al público desde que aparece en escena. Una de las figuras más relevantes del flamenco actual que ha sabido sacar el mayor partido posible a su personaje, a través de la danza y la expresión arrolladora que tiene en cada movimiento. Maribel Gallardo domina a la perfección la escena. Su intensa carrera ha sabido dejar posos en una artista que en este espectáculo pisa el escenario con aplomo y soltura, dando lo mejor de sí misma en cada intervención, desde que inicia la función y con telón bajado nos regala un virtuoso mini concierto de castañuelas, hasta que encarna la decadencia de La Bella Otero en ese pasaje lírico desafinado.
No menos importante ha sido el equipo artístico del que se ha sabido rodear el director Rubén Olmo. Un equipo de una categoría sublime que ha sabido captar y crear el imaginario de Olmo. La escenografía, firmada por Eduardo Moreno, permite la versatilidad de acoger escenas tanto de interior como de exterior, conjugando diversas localizaciones dispares entre sí. Una única estructura sirve de armazón para el adorno posterior, y para ubicar a la perfección en todo momento al espectador.
Nada indiferente nos deja el numerosísimo y gran vestuario ideado por Yaiza Pinillos. Contribuye notablemente a enriquecer la historia, sin la intención de copiar pero sí de recrear una época que todos más o menos podemos tener idealizada en nuestra cabeza. Desde los trajes de faena gallegos, pasando por los trajes de época, así como por los del Ballet Carmen, o incluso los de la propia Carolina Otero, son un gran ejemplo del regalo visual que nos hace Pinillos, además del volumen, formas y texturas que nos hacen volar junto con los protagonistas de esta bella historia.
Remata la escena el dominio de la luz. Firmado por uno de los grandes iluminadores de nuestra país, Juan Gómez Cornejo, Premio Nacional de Teatro, el diseño de iluminación responde al gran conocimiento que el iluminador tiene acerca de los colores y la composición de los mismos para reflejar la luz de la noche en una campiña, la intensidad y luminosidad en interiores como el casino, recalcando momentos cumbres y simbólicos del espectáculo como es el suicidio de Jurgens interpretado por Fran Velasco, entre otros.
En definitiva, no cabe más belleza en un espectáculo hecho desde el corazón, y eso, al patio de butacas llega. Pero lamentablemente hay malas noticias. Las entradas están completamente agotadas y habrá que esperar una nueva temporada para poder disfrutar de La Bella Otero de Rubén Olmo, que con este espectáculo redondo, se saca la espinita de no haber podido debutar con anterioridad como director de la compañía estatal en Madrid a consecuencia de la pandemia.
Y aunque me vibren las manos, sigo aplaudiendo a La Bella Otero y al BNE.