Hay días en que todo confluye, todo lleva la misma dirección. No se sabe muy bien por qué, pero hay días en que todo se pone de acuerdo para hablar de lo mismo. El diablo cojuelo es una novela que los críticos no saben dónde encasillar. Los críticos si no encasillan no son críticos, así que a El diablo cojuelo la ponen en un rincón de las novelas picarescas. Hay que ser muy tolerante para tolerar ese encasillamiento, pero así está en los libros de texto. Junto a ella aparecen las obras maestras del género, que si Guzmán de Alfarache, que si Marcos de Obregón, que si El Buscón (me van a permitir que no hable del Lazarillo, porque es de las pocas novelas que crean un género al que no pertenece) … Precisamente la de Quevedo, que Quevedo decía que no, pero era que sí, es decir, El Buscón, y la de Vélez, las vimos ayer apayasadas. Ya me dirán si no es casualidad. Lo del Hospital fue un despiporre, una payasada de las buenas, con todos los tópicos, desde narices a saltos que se quedan en nada, desde llantos salvajes que mojan al público a bofetadas y caídas. Números de circo cogidos sutilmente por la línea argumental de ese diablo que levanta los tejados de la Babilonia de España, Madrid, para enseñarnos, a nosotros y a un estudiante canalla, lo que se cuece dentro. Con eso, Velvet reflexiona sobre la distancia entre los espectáculos populares y los Clásicos, así, en mayúsculas. La mezcla resultó estimulante, “unusual”, la definió un tipo inusual cuando salimos, despacito, porque el Hospital estaba a reventar, entre otras cosas por esos “unusuals” visitantes que da julio a Almagro. Hablo ahora de una asociación de hispanistas norteamericanos. Dice el amigo Arsenio Ruiz en Lanza que les han cerrado un festival de teatro en El Paso, uno con mucha tradición, y se han venido a Almagro. Toma ya. El del “unusal”, que debe de compartir edad con Stpehen King, iba con camisa de cuadros azules y blancos, pajarita roja, sombrero de paja, mascarilla FPP2, plano de Almagro y libreta a juego con la pajarita. No creo que el atuendo respondiera a la propuesta sobre las tablas, pero también la llevaba para ver el Busclown, de Z Teatro y La escalera de Tijera, ¡vive Dios, qué difícil es poner nombres!
La obra de Quevedo era la rentrée de la actividad en las ermitas. Nótese el uso del barbarismo decimonónico porque llevo años intentando colarlo en algún sitio y no ha sido hasta ahora que venía a cuento. Después del covidparón, el teatro regresa a las calles. Y eso está muy bien. Lo hizo en la Magdalena. Almagreños y visitantes se encontraron con un resumen de la colección de chistes de El Buscón. Porque eso es, fundamentalmente, la novela, muy popular en todos los sentidos que quieran darle al término. Los chistes de Quevedo son, sobre todo, lingüísticos, con lo que la labor de llevarlos al teatro físico de los payasos es ardua. Un ejemplo: al padre de Pablos lo meten en la cárcel y sale de ella con tanta honra que le acompañan doscientos cardenales. A ver cómo me trasladan eso al humor de payaso. No salieron mal librados los chicos de Z Teatro y La escalera de Tijera, me gusta más lo de la escalera que lo de El Zorro, entre otras cosas porque uno podía engancharse a la obra en cualquier momento y eso es muy importante en un hábitat en el que lo normal es que haya encuentros y saludos, gente que pasa con sus cosas, coches que aceleran, cotilleos en potencia esperando convertirse en acto… fuerzas, en definitiva, en contra de la atención.
La verdad es que nos reímos mucho y que volví a casa mirando hacia atrás. Cuando lo hice al pasar la plaza, estaban los de Z Teatro y La escalera de Tijera tomándose algo. Los payasos se desmaquillan para socializar.