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Año VIIINúmero 379
24 NOVIEMBRE 2024

Jäger, fuet y una última canción: amistad, talento y buen teatro

En la escuela aprendimos que los seres vivos nacen, crecen se reproducen y mueren. El ser humano, por tanto, comparte estas funciones vitales que los teóricos las categorizan en etapas. Este camino solemos hacerlo en compañía de nuestros seres queridos, a través de la socialización, y con el tiempo logramos experiencia y madurez. Ahora bien, ¿quién marca la línea de estar preparados ante las desgracias? ¿Somos realmente capaces de superar u olvidar cualquier hecho por terrible que sea? ¿Nuestros compañeros de viaje lo serán siempre? ¿Cómo se puede mantener una amistad si todo lo que la une se tambalea? Estos y otros interrogantes nos plantea cada martes la obra representada en la sala Lola Membrives del Teatro Lara.

La joven y talentosa Sara Ruiz Sardón, al frente de la dramaturgia y dirección, nos presenta a Eme, Cris y Jota, tres íntimos amigos que lo han compartido todo: desde sus primeros besos, suspensos, sueños y fantasías, hasta su futuro personal y laboral para construir una vida perfecta… “cuando fueran mayores”. Cercanos a los treinta, viajan a unas vacaciones como “las de siempre”, pero con reproches escondidos, fantasmas presentes y futuros, corazones que ya no volverán a ser ni sentir lo mismo y ganas, muchas ganas, de dejarlo todo atrás.

En ocasiones solo necesitamos una mano amiga que apueste por el talento, la creatividad y el ingenio y eso es precisamente la labor desempañada por la Fundación Smedia, quien ha seleccionado a la productora Producciones con K para coproducir esta representación y mostrar, así, el apoyo a jóvenes creadores para conseguir sacar adelante producciones tras los obstáculos impuestos por la crisis del COVID19. Gracias a este empuje, el público podrá conocer esta maravillosa comedia dramática contemporánea escrita y dirigida por Sara Ruiz Sardón, tras protagonizar Yo, NUNCA, obra escrita junto a Jesús Redondo, y firmar los textos inéditos Otra obra sobre un futuro de mierda y Al final siempre hay que matar a alguien. El libreto es fresco, ágil, ligero y a su vez profundo, delicado y cargado de simbolismo. Ruiz Sardón es capaz de construir un relato de apariencia sencilla con tres jóvenes como protagonistas, un festival como escenario y una vida como puede ser la de cualquiera de nosotros con una profundidad, claridad y honestidad desbordantes. Quizás el público en los primeros compases de la representación vea estos elementos como accesorios; pero a medida que avanza la representación, el motor de la acción comienza a coger velocidad y se transforma en inteligentes giros argumentales, sorpresas inesperadas y un final armónico y emotivo, sin caer, en ningún instante, en sentimentalismos baratos ni tópicos manidos.

El relato es una fotografía exacta de los miedos e inseguridades, aunque también de fortaleza y capacidad de sacrificio de la generación más preparada de la historia. Casi sin darnos cuenta, la dramaturga licenciada en Comunicación Audiovisual potencia los valores de la amistad, alerta de la importancia de la salud mental y nos pone un espejo ante el que mirarnos. Esto último permite que los espectadores entiendan, simpaticen y hasta puedan verse identificados con lo representado en escena. Así pude apreciarlo con los leves movimientos de cabeza y ligeras y pícaras sonrisas de aceptación de algunos de los presentes.

La dramaturga madrileña, diplomada en Interpretación para Cine y Televisión, se desdobla de esta faceta y se adentra por primera vez en el mundo de la dirección con este texto propio. Continúa con la misma esencia simbólica del libreto y termina de potenciar lo anteriormente descrito. En lo relativo al espacio escénico, Ruiz Sardón aprovecha todas las facilidades y recursos de la sala, con escenas paralelas a ambos lados del proscenio e inteligentes entradas y salidas del reparto desde diferentes puntos. Como bien recoge la compañía, el montaje juega con esa dicotomía alternando elementos puramente naturalistas con elementos fantásticos y estéticamente diferenciados.

La música resulta un recurso esencial para el desarrollo de la representación; no solo por enmarcarse en un festival, sino por ser el vehículo de transmisión de los sentimientos de los protagonistas. Entre canción y canción aderezada por alcohol, y pinchada en directo, los personajes se van desnudando y aparecen viejos fantasmas que creían haber desaparecido. Esta riqueza y profundidad en la construcción de roles es canalizada de forma magistral por el reparto. Como ocurría con el libreto, en los primeros instantes de la representación puede dar la sensación de cierto descontrol escénico o pesadez, sensación que se va disipando conforme avanza la acción y tanto la obra como sus protagonistas comienzan a madurar.

María Valero da vida a Eme, una joven con una fuerte carencia emocional que intenta superar problemas pasados; y qué mejor lugar para hacerlo que en un festival musical. La actriz sabe aprovechar de forma sobresaliente la debilidad y fragilidad de su papel transformándolo en ternura, dulzura y delicadeza escénicas. Este personaje es probablemente el de mayor evolución, y esto le permite a Valero avanzar también con él y poner el listón interpretativo en lo más alto. Jesús Redondo interpreta a Jota, un joven libertino pero con una gran afección grupal. De su actuación, destacaría la facilidad para arrancar la risa del espectador, oxigenar la representación y rebajar los instantes emocionales más tensos. Por su parte, Delia Seriche se viste de Cris, una mujer de carácter fuerte y decidido. Este rol es conducido con solvencia por la actriz, quien aporta fortaleza y contundencia tanto a su personaje como a la obra en su conjunto. Por último, Adrián Pemau es un ser silente, con apariciones concretas interpretadas con brillantez, esencial para comprender la representación.

La propuesta escénica, diseñada por Silvia Romero, con el inteligente uso de la videoescena, es minimalista, simple y funcional y permite la movilidad del reparto. Además, cumple con la premisa de la compañía de salir del escenario para crear en el espectador una sensación de inmersión plena en ese universo paralelo que se genera en el camping de un festival de música, donde no puede faltar: Jäger, fuet y una última canción.

En esta representación viajarán a un festival de música en una propuesta creativa e inteligente cargada de simbolismo con un reparto joven y talentoso

 

Producción: Producciones con K con la colaboración de la Fundación Smedia

Dirección: Sara Ruiz Sardón

Dramatugia: Sara Ruiz Sardón

Escenografía: Silvia Romero

Fotografía: Marina Neira

Vídeo: Gonzalo Muratel

Reparto: María Valero, Delia Seriche, Jesús Redondo y Adrián Pemau

 

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