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La función que sale mal: el éxito de un fracaso que sale bien

Imagen de una de las primeras funciones en Madrid

Imagen de una de las primeras funciones en Madrid

El trío de autores formado por Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields nos invita a asistir al estreno de un grupo universitario amateur de teatro. Su objetivo es llevar a escena el thriller de “El asesinato en Haversham Manor”, aunque el único drama es el de ellos mismos. Los actores, propensos a las desdichas en general y a los accidentes en particular, luchan con escaso éxito contra todas las adversidades con unas consecuencias divertidísimas, a la par que catastróficas, para lograr la carcajada constante y la cara de asombro del espectador.

Así planteado podrán pensar que estamos ante de una de las muchas comedias de la amplia cartelera teatral donde las situaciones rocambolescas, los giros en la trama y la histriónica y disparatada actuación del reparto marcan el desarrollo de la función. Sin ser nada de esto falso, esta descripción es insuficiente y no define de forma certera lo ocurrido en el escenario. A mi juicio, Mark Bell, director de la versión original, llevó a escena la mejor y más destacada obra de comedia surrealista contemporánea, además de abrir un horizonte teatral en este género. Mientras otras obras utilizan recursos de dicha categoría, esta en cuestión es el mejor monográfico del surrealismo cómico. Así han sabido apreciarlo los espectadores -después de dos temporadas de éxito en nuestro país con más de 300.000 asistentes y más de 8 millones desde su estreno en el West End en Londres hace ya diez años- y los entendidos, al otorgarles once premios, entre ellos un Tony, un Oliver y un Moliére.

El objetivo inicial de la representación, logrado a la perfección, es sumar el humor absurdo, corrosivo y siempre novedoso de los Monty Python con la temática detectivesca de conocidos inspectores como Sherlock Holmes. Esta fusión nos lleva a hablar de una representación desternillante, trepidante, asombrosa en forma y contenido y recomendada para todos los públicos. El anterior sexteto británico, al igual que muchos otros españoles como Tip y Coll, tuvo un éxito indiscutible y hoy en día continúan sumando adeptos, pero su humor estaba pensado para implementarlo en forma sketches. Aquí radica la primera esencia de La función que sale mal, representada en más de 30 países, al saber absorber lo mejor del género absurdo en pequeño formato para construir un relato atrayente, pese al sinsentido, para el gran público.

Cuando nos acercamos a obras originarias de otros países, la figura del adaptador es esencial para trasponer toda la carga del libreto a la cultura y el humor del país destinatario. La adaptación española de The goes wrong Show recae en Zenón Recalde, uno de los nombres propios en la dirección y adaptación del teatro español actual, más concretamente del musical. Su trabajo es loable al esclarecer la trama central y los diálogos de los personajes para dar prioridad a la actuación del reparto y a lo representado en escena.

Con estos mimbres, Sean Turner es el encargado de firmar la versión en español. El espectador después de ver esta representación quizá piense que la labor del director quede resumida en la fórmula francesa de: laissez faire, laissez passer, al vivir sobre el escenario momentos surrealistas y estrambóticos donde los actores y actrices pueden dar rienda suelta a todo su talento. Sin embargo, para que esto ocurra y dé tal sensación, la batuta teatral resulta imprescindible.

El director londinense –de enorme trayectoria y formación teatral– sabe transmitir la idea original, jugar con el carácter metateatral, sumergirlo en el género cómico, y elevar todo ello a la enésima potencia. Recomiendo a los espectadores no acudir con esquemas mentales previos porque estoy convencido que, incluso antes de dar comienzo propiamente la representación, estarán hecho añicos. En los dos actos, con una hora de duración cada uno, verán cómo su capacidad de perplejidad va en aumento y cómo los límites son traspasados escena tras escena.

Volviendo a la labor de dirección, la mayor dificultad reside, a mi juicio, en desmantelar los principios básicos de cualquier representación, recogidos por ejemplo en el método conocido como Sistema Stanislavski. Turner apuesta por la deliberada entropía escénica, las abruptas y ruidosas entradas y salidas, una veintena de trompazos y la práctica destrucción de todo lo llevado a escena. Postulados inadmisibles en otros géneros, pero necesarios en esta ocasión para conseguir la sonora y continua carcajada del espectador; gracias, eso sí, a su genial implementación. No obstante, sí percibí un cierto letargo en los últimos compases por una reiteración y duración excesiva de algunas de las escenas; siendo plenamente conocedor de que elementos como la repetición, los malos entendidos y las incoherencias forman parte de las características de este género.

Con independencia de esto último, gran parte del éxito recae en el amplio elenco formado por ocho actores y tres actrices, cuyo trabajo es sublime y de alto riesgo. Son ellos –debido a su profesionalidad, innegable vis cómica, derroche de energía, pasión y paciencia– los encargados de dinamitar, porque romper es quedarse corto, la representación.

Por un ejercicio de concisión es imposible dedicar un comentario extenso a todos los artistas –ataviados con un vestuario de la moda de finales del siglo XIX diseñado por Roberto Surace–, pero es de justicia mencionar: el introito de César Camino, así como su paciencia y resiliencia infinitas como inspector de policía. La desbordante gestualidad facial de perplejidad y gallardía de Víctor de las Heras. Mi descubrimiento teatral con David Ávila por su histrionismo y marcada gestualidad corporal. La discreción y el punto cabal de Adrià Olay, en su papel de un muerto muy vivo. La también corrección y saber estar de Ángel Saavedra, como un servicial mayordomo, y el apoyo técnico y emocional de Darío Paso, Ricardo Saiz, Avelino Piedad y Luciana de Nicola. Continuando con el reparto femenino, las luchas de protagonismo de los papeles interpretados por Carla Postigo y Aránzazu Zarate son bélicas y desternillantes. Probablemente no vuelva a darse la paradoja en sus carreras artísticas de hacer un trabajo sobresaliente con papeles marcados por la sobreactuación, titubeo, indecisión y enorme torpeza, incompetencia e ineptitud.

No me gustaría estar al frente de la dirección técnica y escenográfica porque mi cabreo sería mayúsculo. Bromas aparte –si acuden a verla la entenderán–, esta representación solo es posible con un decorado y atrezzo funcional, polivalente y versátil. Al frente de este cometido está Nigel Hook, quien demuestra un enorme ingenio al integrar dichos elementos y recrear a la perfección y con lujo de detalles una vivienda clásica de corte rococó similar al estilo del juego de mesa de detectives y misterio más famoso. Una mansión con gran iluminación, gracias al trabajo de Ric Mountjoy, y enorme sonoridad, por Andy Johnson. En conclusión, nunca un despropósito teatral será tan divertido como aplaudido.

Un cataclismo escénico sin precedentes, hilarante, surrealista e interpretado con enorme atino y verosimilitud donde descubrirán La función que sale mal

 

Dramaturgo: Henry Lewis, Jonathan Sayer and Henry Shields

Director versión original: Mark Bell

Director versión española: Sean Turner

Director asociado: David Ottone

Director residente: Víctor Conde

Adaptador: Zenón Recalde

Director residente: Federico Barrios Fierro

Diseño de Escenografía: Nigel Hook

Iluminación: Ric Mountjoy

Vestuario: Roberto Surace

Diseño de Sonido: Andy Johnson

Fotografía: Helen Murray

Reparto: Víctor de las Heras, Darío Paso, Carla Postigo, Aránzazu Zarate, Adrià Olay,
César Camino, David Ávila, Ricardo Saiz, Ángel Saavedra, Avelino Piedad y Luciana de Nicola.

 

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