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Año VIIINúmero 380
25 NOVIEMBRE 2024

La hora del lobo: una decisión en manos de culpables

Yo no sabía nada. Solo pasaba por ahí. Me obligaron a hacerlo. Fue solo un juego. Frases evasivas usadas en muchos ámbitos para descargar la culpabilidad y limpiar conciencias. Quizá puedan servir en algunos círculos, pero les aseguro que no valdrán en los Teatros Luchana. La cuenta atrás ha comenzado.

Un thriller claustrofóbico, novedoso, intenso, inteligente y de gran profundidad con una acertada y excelente dirección y un reparto entregado en cuerpo y alma conforman La hora del lobo

La Opción Producciones nos presenta de la mano de Jonathan Espino, como dramaturgo, y de Víctor Páez, como director, a Pablo (Rubén Lucas) y Estefanía (Dunia Rodríguez); dos jóvenes como cualquier otros que se despiertan en el baño de una discoteca. Desorientados y sin recordar nada, descubren que están encerrados sin posibilidad de salir. De repente aparece un mensaje proyectado, “Sabemos lo que habéis hecho”, con una cuenta atrás de sesenta minutos. Durante ese tiempo, deberán buscar e interpretar las pistas que les ayuden a escapar de este macabro juego ¿serán capaces de sobrevivir?

Solo con leer la breve sinopsis nos damos cuenta de que no estamos ante una obra más de la vasta cartelera teatral, ni ante una producción cómica cómo nos tiene acostumbrados esta productora, como éxitos como Con la poli en los tacones o La noche del año. Tenemos ante nuestros ojos un thriller claustrofóbico, desconcertante y con altas implicaciones vitales para sus protagonistas. Puede resultar tópico pero es una realidad que, desde la primera secuencia, el espectador queda atrapado en ese mundo paralelo donde solo escapa con el fundido a negro marcando el final de la representación y recordándonos que estamos en el patio de butacas. Esta es la primera virtud del libreto de Jonathan Espino. Este joven dramaturgo, que ya nos divirtió y dejó intrigados en No morderás, pone el listón aún más alto y demuestra su madurez creativa con un libreto novedoso, intenso, inteligente y de gran profundidad.

En un primer momento son solo dos jóvenes encerrados en búsqueda de su libertad pero, como en el paso de los minutos, el espectador irá tomando conciencia de porqué son ellos los elegidos y no otros, y este será parte activa del desenlace. Y hasta aquí puedo leer. En este aspecto radica otra las virtudes del texto. El respetable no será un agente pasivo ajeno a la acción, sino un actor más de la representación que tendrá mucho poder en ella. Así descrito, puede parecer un recurso metateatral más, pero la pertinente y exquisita incorporación de Espino va más allá, y no solo afecta a la acción, también abre un debate sobre el poder humano de opinar –desde el anonimato de redes sociales o desde el sofá– de tolerar ciertos hechos y reprobar otros y, en definitiva, de erigirse juez para castigar acciones y, así, aliviar su cinismo. Como bien se describe el programa de mano, La hora del lobo es ese reducto clandestino donde, lejos de hacer justicia, se comercializa con ella. Expone a personas que han cometido alguna injusticia ante un grupo de espectadores que se visten de César, decidiendo así quién vive y quién muere. Estamos, por tanto, ante una evidencia más del poder del teatro como efecto espejo.

Con un cuidado quirúrgico para no desvelar nada, la obra trata sobre los límites de la ética y de la moral y aborda temas de triste e imperiosa actualidad como la violencia en todas sus formas y en especial el acoso escolar, asociado al anglicismo bullying. Una crítica implícita y explícita contra la inacción y un grito desesperado para romper la espiral del silencio y dar la voz de alarma contra este tipo de violencia, muchas veces silenciosa y silenciada que, como todas, puede terminar siendo mortal. Esta representación debería ser recomendada para alumnos de instituto y tomada en consideración por las asociaciones de padres y madres. La riqueza del libreto. también nos lleva a divagar sobre cuestiones filosóficas como la maldad o bondad inherente del hombre; pues, mientras visionaba la representación, se me vino a la mente la frase de Hobbes de “El hombre es un lobo para el hombre” y su contraria “El hombre es bueno por naturaleza”. En definitiva, un libreto sensacional en su parte gramatical y expresiva.

El encargado de conceptualizar y dar forma al texto es Víctor Páez, quien, también, supera su marca personal y es capaz de plasmar todo el contenido. La principal dificultad es la limitada movilidad de los protagonistas que, gracias a su buena dirección, y al buen hacer de los actores –con una gestualidad facial y corporal exultante– no supone ningún problema. Además, es capaz de potenciar la sensación de claustrofobia y tensión sin agobiar la escena. Otro de los retos a los que se enfrenta Páez, y sale victorioso, es abordar de forma correcta el conocido como teatro físico contemporáneo donde, de nuevo, la implicación para el reparto es alta y principalmente física. A su vez, también hay un componente no visible que engarza con la categoría de subtexto, donde podemos observar una unión simbólica entre los actores, traducida en complicidad.

Los protagonistas del relato son un dúo formado por actor y actriz, entregados a la causa en cuerpo y alma, sin ser esta una frase hecha. Como ya he indicado, hay una dificultad añadida a sus respectivos papeles que ambos son capaces de afrontar y mantener, y que, con el paso de los minutos, nos permite ver una progresión y mayor confianza. Rubén Lucas –integrante de Las horas muertas de Alba Nevado Nieto– da vida a Pablo, un joven de gran fragilidad emocional con carencias afectivas. Su temple, buen hacer y verosimilitud consiguen encoger al jurado-espectador. Por el contrario, Dunia Rodríguez –conocida por su trabajo en la serie Vis a Vis, donde interpretó al personaje Casper– exhala nerviosismo, intranquilidad y rabia aportando más dramatismo a la representación. En ambos casos, desde mi criterio, sus mejores momentos se condensan en los últimos coletazos de la obra siendo su cénit en los alegatos finales.

La ambientación y escenografía son excelentes y una muestra más de que en el teatro menos, es más. El uso de la videoescena en instantes concretos es perfecto al ser a la vez, desconcertante, y la pieza necesaria del puzle para darle forma. La iluminación intimista, lúgubre y fría ayudan a introducirnos aún más en un cubículo del que mañana podríamos formar parte.

 

Dramaturgo: Jonathan Espino

Director: Víctor Páez

Reparto: Dunia Rodríguez y Rubén Lucas

 

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