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Año VIIINúmero 376
30 OCTUBRE 2024

La señora: Ficción y realidad familiar en un escenario de conflictos

Fotografía de escena de la obra
Fotografía de escena de la obra
"La señora" es una exploración audaz y desgarradora de las complejidades familiares y los límites entre realidad y ficción, dirigida con una crudeza psicológica sin filtros y protagonizada con maestría por un trío actoral que lleva la intensidad emocional al máximo.

En inglés y en francés, la misma palabra, play y jouer, se utiliza para definir tanto el juego como la interpretación. Esto plantea una interesante cuestión: ¿puede esta barrera entre juego y actuación desdibujarse hasta el punto de perder la condición de actante?, ¿los dilemas familiares pueden replicarse sobre las tablas?, ¿dejar el foco mediático y la visibilidad pública implica entrar en el ostracismo? Si desean profundizar en estas y otras cuestiones pueden acudir al Teatro Pavón. Les aseguro que no saldrán indiferentes.

“La señora” de Pablo Quijano sigue a María, una ex niña prodigio de la actuación que, a los setenta años, vive alejada de los escenarios. A pesar de su retiro, María (Bibiana Fernández) sigue aferrada a un sueño frustrado: la representación de «Las criadas» de Jean Genet, una obra que nunca pudo estrenar en los años 70 debido a la censura. Sus dos hijos, aspirantes a directores, deciden persuadirla para que vuelva a actuar, deseosos de montar una versión de radical contemporaneidad con ella como protagonista. A lo largo de la obra, los hijos (Xoán Fórneas y César Vicente), que han crecido escuchando a su madre interpretar el texto de Genet en casa, se ven atrapados en una red de secretos y manipulaciones que revelan las tensiones entre el pasado y el presente.

Como he mencionado en la sinopsis, y a modo de punto de partida para el espectador, estamos ante una compleja y audaz reinterpretación de «Las criadas» de Jean Genet, tomando como referente el primer montaje español de 1969, dirigido por Víctor García e interpretado por Núria Espert, Julieta Serrano y Mayrata O’Wisiedo en el Teatro Fígaro. Este montaje, censurado tras su primer estreno en una España de mediados del siglo XX, se convierte en el punto de partida para una propuesta radicalmente nueva que respeta pero reinventa el legado de Genet. Ya solo por este planteamiento merece la pena felicitar a Pablo Quijano quien, con menos de treinta años, ha demostrado una altura dramatúrgica excepcional. Su capacidad para reinventar un clásico como este, imbuyéndolo de una profundidad psicológica y una complejidad narrativa sin igual, revela un talento maduro y sofisticado que raramente se encuentra en dramaturgos tan jóvenes. Este libreto, uno de los más solventes de la oferta estival, marca un hito en su carrera y augura un futuro prometedor para un dramaturgo cuya innovadora visión y destreza técnica presagian grandes logros en el mundo del teatro.

Su dramaturgia se caracteriza por una enorme carga psicológica y una habilidad para entrelazar la realidad con la ficción, y así mantener al espectador en un estado constante de expectación y asombro. Cada línea está diseñada para provocar reflexión y, a menudo, invita a rebobinar mentalmente para captar toda la profundidad y matices narrativos. Las frases, densas y evocadoras, contribuyen a la construcción de personajes profundos y multifacéticos y crean un juego de espejos que reflejan el estado emocional y psicológico de los personajes, especialmente el de María, la protagonista. La trama se ve enriquecida por una serie de subtramas que surgen y evolucionan y, conforme transcurren los minutos, da la sensación de estar construyéndose en tiempo real. Estamos, por tanto, ante una propuesta disruptiva que desafía las convenciones teatrales, explora nuevas formas de narración y no solo refleja la esencia caótica y a menudo desordenada de la vida misma, sino que también permite a los amantes del teatro disfrutar de una experiencia dinámica y envolvente.

La temática comienza con un hilo fino entre ficción y censura para acabar en una hemorragia que va desde la desesperación artística hasta la manipulación familiar y la búsqueda de identidad. La trama se centra en una actriz retirada que, al enfrentarse al fracaso de una obra nunca representada, revela cómo la censura, tanto en su versión histórica bajo una dictadura como en su forma contemporánea de intereses políticos y económicos, puede moldear y limitar la expresión artística. A través del retrato de María y sus hijos, la representación explora el impacto que la censura y las barreras ideológicas tienen en la percepción personal y profesional, sumado a una compleja y tóxica dinámica familiar. En el pasado, marcada por un régimen dictatorial que sofocaba la creatividad; hoy, el control sobre la expresión es ejercido por intereses de unos pocos, que a menudo prevalecen sobre el bienestar colectivo. Además, la pieza examina cómo el componente ideológico se ve desdibujado por estos intereses, revelando la tensión entre el deseo de éxito y las realidades impuestas por las circunstancias externas.

Quien mejor que Pablo Quijano para llevar a cabo un montaje crudo, real y directo. Este precoz director –“La gaviota o los hijos de” (2021 y 2022)– no emplea filtros para presentar una narrativa de gran complejidad emocional y psicológica. La puesta en escena se despliega con una claridad impactante, acentuando las tensiones y mentiras que dominan las relaciones entre los personajes. Tengo la sensación de que sigue algunas pautas establecidas por la propio Genet para “Las criadas” al explorar la dualidad de los personajes y sus deseos ocultos, utilizando una dirección que permite al público observar la violencia psicológica y emocional con un realismo inquietante. La forma visceral en que los personajes se enfrentan y manipulan mutuamente, junto con la representación de una dinámica familiar tóxica y cargada de secretos, sigue el enfoque geneteano de destacar el conflicto interno y la opresión personal.

Las columnas vertebradoras de la actuación son Xoán Fórneas y César Vicente, quienes ofrecen una maestría en la interpretación de personajes emocionalmente desgarrados y perdidos. Ambos actores proporcionan una lección sobre cómo encarnar a individuos atrapados en una espiral de adicción y desesperanza, donde la búsqueda de sentido se ve reflejada en obsesión por la dirección cinematográfica o teatral como única posible vía de salvación. Este joven y prometedor tándem presenta una relación cargada de pulsiones eróticas y tensiones conflictivas, un juego de espejos entre la ficción y la realidad central en la obra. Fórneas –músico y productor con más de una decena de papeles televisivos– asume un papel más conciliador y tranquilo, brindando estabilidad a través de su carácter; mientras que Vicente –con incursiones en cine con “Dolor y Gloria” y series en plataformas digitales– adopta una postura más explosiva y conflictiva, encarnando la turbulencia emocional y la intensidad del conflicto. Su dinámica refleja una dualidad compleja y fascinante, donde sus interacciones no solo revelan sus propias heridas y aspiraciones, sino que también subrayan el impacto de lo que ellos denominan “La ceremonia» teatral sobre su realidad.

La estrella y cabeza de cartel es Bibiana Fernández, quien asume el papel de una dama en decadencia, una figura precoz, icónica y olvidada por el paso del tiempo. Con su magnetismo natural y presencia escénica inigualable, encarna a una diva que navega entre el drama y momentos cómicos con una facilidad y elegancia envidiables. Su habilidad para moverse entre diferentes tonos, como se evidenció en “El amor está en el aire” o “La última tourné”, le permite abordar la complejidad del personaje con gran versatilidad. Aunque su registro dramático es sólido y convincente, el texto de su personaje podría beneficiarse de una mayor profundidad para permitirle brillar con toda su intensidad.

La escenografía de Alfonso Barajas se distingue por su simplicidad, pero también por su capacidad de sugerencia y simbolismo. Encarna un caos visual que refleja el tumulto interno de los personajes. Esta disposición aparentemente desorganizada de elementos como mesas y sillas sirve como un hilo conductor funcional y actúa como un espejo del desorden emocional y psicológico de los protagonistas. La iluminación, a cargo de Ernesto Caballero y Samuel Silva, es particularmente destacable por su capacidad de crear un ambiente que oscila entre lo sórdido y lo deslumbrante. El diseño juega un papel crucial en la configuración del tono de la obra, especialmente en su interacción con el telón de fondo. Este juego de luces resalta momentos clave de la trama e intensifica el impacto emocional de las escenas, acentuando el contraste entre la realidad y la ficción que la obra explora. En definitiva, la suma de estos elementos eleva la experiencia del espectador y complementa la complejidad del libreto y la actuación.

Dramaturgia y dirección: Pablo Quijano

Reparto: Bibiana Fernández, Xoán Fórneas y César Vicente / Javier Ruesga (cover)

Diseño de iluminación: Ernesto Caballero, Samuel Silva

Escenografía: Alfonso Barajas

Diseño de vestuario: Ana López Cobos (AAPEE) y José Cobo

Realización de vestuario José Cobo

Alquiler de vestuario Peris Costumes

Peluquería Pablo Morillas

Espacio Sonoro: Javier Carreño y Xoán Fórneas

Ayudantía de dirección Natalia Vellón

Ayudantía artística Sandra Martin

Ayudantía de producción David Ruiz y Miriam Pilo Sanz

Prensa y comunicación Nico García, Futura comunicación

Dirección de producción Karina Garantivá

Una coproducción de Ágora y La Mediterránea con el apoyo de INAEM y Comunidad de Madrid

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