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Las que gritan: Vivir, reír y gritar. Madres e hijas de una familia imperfecta

Imagen de escena de la obra 'Las que gritan'

Imagen de escena de la obra 'Las que gritan'

Esta comedia de alma a gritos se presenta en el Teatro Bellas Artes, un escenario que resalta la importancia de la figura materna en nuestras vidas. Esta obra explora cómo las madres, con su amor y fortaleza, dejan una huella profunda, a menudo sin ser plenamente conscientes de su impacto. Un recordatorio de que, a pesar de su silencio, son ellas quienes nos conectan con nuestra identidad y nos impulsan a vivir plenamente.

La obra narra la historia de tres hermanas (Elo, Lola y Lourdes) y su madre, quien, tras haber estado ausente en sus vidas, decide reunirlas para un fin de semana de reencuentro y confrontación. Mientras las hermanas cuestionan si la madre, Consuelo, ha cambiado o si siempre fue así, surgen dudas sobre si deben seguir preocupándose por ella o si es el momento de comenzar a vivir y disfrutar de sus propias vidas. En un acto de valentía y liberación, las cuatro mujeres se enfrentan a sus miedos, se dicen todo lo que nunca se atrevieron y, con el apoyo de su madre, deciden gritar a la vida, buscando el equilibrio entre el dolor, la risa y la empatía.

El libreto, a cargo de Antonio Rincón-Cano y José María del Castillo, logra equilibrar a la perfección la comedia y el drama, usando el humor como vehículo para abordar temas profundos sobre la identidad, la familia y la liberación personal. Los autores juegan con la estructura de diálogos dinámicos y cargados de tensión, donde las emociones de los personajes se despliegan en momentos de vulnerabilidad y coraje, todo dentro de un marco ligero pero nunca superficial. La interacción entre las hermanas y su madre está escrita con una gran dosis de realismo, sin caer en lo predecible. Las voces de cada personaje son claramente diferenciadas, lo que otorga una riqueza al texto y permite explorar sus contradicciones internas, especialmente en relación con las expectativas familiares y las presiones sociales. La madre, Consuelo, actúa como un catalizador de esta liberación, reflejado en los diálogos agudos y a menudo irónicos, que alternan entre la crítica mordaz y la ternura.

El ritmo del libreto es ágil, con un excelente manejo de la comicidad, pero sin perder la profundidad emocional necesaria para que el espectador conecte con los personajes. En este sentido, el texto nunca se queda solo en el chiste fácil; detrás de cada situación cómica encontramos una reflexión sobre el miedo, el arrepentimiento, la necesidad de cambiar y la aceptación de lo vivido. El gran mérito del libreto de Rincón-Cano y Del Castillo radica en su capacidad para mantener una tensión constante, en la que cada grito de las hermanas es una declaración de independencia, pero también un eco del amor y la necesidad de redención familiar.

La dirección de José María del Castillo brilla por su capacidad para equilibrar las emociones contrapuestas que atraviesan los personajes, especialmente en los momentos más catárticos de cada una de las hermanas. A lo largo de la obra, cada una de ellas tiene su propio proceso de liberación, pero hay un claro énfasis en los puntos de inflexión que permiten a las hermanas enfrentarse a sus miedos y secretos más profundos. Estos momentos de catarsis, aunque potentes, podrían estar aún más integrados dentro del flujo narrativo. Sin embargo, donde la dirección realmente destaca es en la creación de una atmósfera de relaciones familiares intensamente dinámicas y profundamente humanas. Cada interacción entre las hermanas y la madre es tratada con un cuidado particular, haciendo que las tensiones, los resentimientos y los afectos latentes se desborden de manera natural. La obra pasa a ser un diálogo constante entre el pasado y el presente de la familia, un terreno fértil para una interpretación coral que da protagonismo tanto al conflicto como a la reconciliación.

La figura de la madre sigue siendo el núcleo de la obra, tal como lo establece el libreto, y Del Castillo logra mantenerla en el centro de cada conflicto. La madre no es solo una figura de autoridad o de apoyo; es el catalizador de todos los cambios y el puente entre las generaciones. A través de su dirección, la figura materna cobra una relevancia que trasciende a los diálogos, al espacio escénico y a la forma en que interactúan todos los personajes, resaltando las múltiples facetas de esa relación tan compleja. Una decisión acertada es la inclusión de las llamadas telefónicas a personajes interpretados por Anabel Alonso, Luisa Martín y María Garralón. A través de sus intervenciones, la obra no solo refuerza el tema de la maternidad y la figura femenina como un eje central, también amplía la comprensión del mundo emocional de las protagonistas, ofreciéndoles voces externas que complementan su evolución interna.

El trabajo conjunto del elenco resalta lo que podría haber sido un drama solitario en una experiencia compartida, reflejando la complejidad de las relaciones familiares, donde el amor y el sufrimiento se entrelazan en igual medida. La conexión entre ellas y la manera de complementar sus interpretaciones crea una atmósfera de tensión y liberación que se convierte en caldo de cultivo para que cada grito y cada revelación se sientan tanto individual como colectivamente.

Rosario Pardo, en su papel de Consuelo, la madre, entrega una interpretación poderosa, llena de vulnerabilidad y rebeldía. Su personaje, en un principio parece ser el pilar de la familia, se revela como una mujer que decide finalmente vivir su vida a su manera. Pardo logra transmitir tanto la ternura como la firmeza de una madre mal comprendida, pero que, en última instancia, se atreve a desafiar las expectativas y encontrar su propio camino. El carácter reivindicativo de Consuelo es una de las fuerzas que impulsa la obra, y esta archiconocida actriz lo convierte en un faro de transformación, tanto para ella misma como para sus hijas.

Por otro lado, Pepa Rus, como Lourdes, aporta una perspectiva diferente, dando vida a una mujer religiosa que lucha por hacerse escuchar en un entorno familiar el cual la ignora. Su personaje, aunque inicialmente parece más introvertido, encuentra su voz a lo largo de la función, mostrando una evolución profunda desde la represión hasta la liberación emocional. La interpretación de Rus está marcada por una contención que, cuando finalmente explota, resuena con un gran poder emocional. Desde mi óptica, esta actriz nos regala los momentos más cómicos de la obra y, como nos tiene acostumbrados, vuelve a dar muestra de su inherente vis cómica.  Lourdes no solo grita por ser escuchada, sino también para afirmar su existencia, y Rus logra hacer palpable esta lucha interna.

En el rol de Elo, la hermana mayor, Camino Miñana (en sustitución de Eva Isanta) construye un personaje fascinante en su complejidad. La veterinaria, que ha suprimido sus propios deseos para cuidar de su familia, queda desbordada por el caos y la revelación de los secretos familiares. Miñana logra capturar a la perfección la transformación de su personaje, mostrando su miedo, su conciliación, pero también la enorme capacidad de cambio y crecimiento. Elo es el ancla emocional en la obra, y su relación con los animales y su resistencia a enfrentar sus propios deseos personales ofrecen una capa de sensibilidad y vulnerabilidad que esta actriz maneja con gran sutileza.

Por último, Norma Ruiz, como Lola, interpreta a la hermana de apariencia perfecta: una vida exitosa y un estatus social envidiable, pero que esconde una insatisfacción profunda. Lola representa el desencanto de quienes, a pesar de cumplir con los ideales sociales, sienten que algo les falta. Ruiz ofrece una interpretación impresionante al capturar la dureza externa de su personaje, que esconde una gran fragilidad emocional. La agudeza de Lola y su necesidad de control están presentes en cada gesto y, cuando finalmente se suelta, la interpretación de esta actriz permite una liberación catártica que es tan conmovedora como sorprendente.

La construcción escenográfica de Mónica Boromello es un punto fuerte. Su recreación del interior de una casa es detallada y efectiva, logrando un espacio familiar y reconocible que sirve como el epicentro de los conflictos y las reconciliaciones. Los paneles móviles con imágenes de fondo no solo son pertinentes, aportan una dimensión simbólica que refleja el estado emocional de las protagonistas, especialmente en los momentos de mayor catarsis. Estos elementos en movimiento funcionan como un espejo abstracto de las turbulencias internas, añadiendo una capa visual que intensifica la narrativa. La iluminación, a cargo de Pilar Valdelvira, resulta correcta y cumple con el propósito de enfatizar la acción dramática. Su diseño sabe destacar los momentos clave y dirigir la atención del espectador hacia las emociones más profundas. Por último, la composición musical de Guillermo Fernández brilla con especial potencia. Sus piezas acompañan y elevan las emociones de la obra, especialmente un estribillo rockero que se convierte en una especie de himno a la libertad y al disfrute de la vida. Este recurso musical refuerza el mensaje de la obra y añade un toque de modernidad y vitalidad que conecta de manera directa con el público.

Dirección: José María del Castillo

Productores: Jesús Cimarro y José María del Castillo

Texto original: Antonio Rincón-Cano y José María del Castillo

Reparto: Rosario Pardo, Eva Isanta (Camino Miñana), Norma Ruiz, Pepa Rus

Escenografía: Mónica Boromello

Iluminación: Pilar Valdelvira

Vestuario: Guadalupe Valero

Composición musical: Guillermo Fernández

Ayudante de dirección: Jesús Redondo

Movimiento escénico: Aleix Mañé

Diseño de maquillaje y Peluquería: Chema Noci

Jefe de producción: Juan Pedro Campoy

Diseño de cartelería: María LaCartelera

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