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Año VIIINúmero 380
27 NOVIEMBRE 2024

Lavar, marcar y enterrar. El musical: Un disparatado secuestro para perder la cabeza

Cada cierto tiempo acudimos a la peluquería para cambiar nuestro look. Pero seamos sinceros, cuando salimos del establecimiento no solemos estar conformes con el resultado. Pedimos “por favor solo las puntas” y terminamos sin reconocernos en el espejo. Si quieren un peinado innovador, trasgresor y alejado de todo convencionalismo, pueden visitar la nueva peluquería situada en el Teatro Lara. Les recomiendo coger cita con antelación y no pedir la hoja de reclamaciones.

Tras su paso por el Teatro Lara, con libreto de Juanma Pina, con más de 20.000 espectadores y 6 años en cartel, vuelve a los escenarios esta comedia convertida en musical de la mano de José Masegosa. La peluquería Cortacabeza, ubicada en el madrileño barrio de Malasaña, abre de nuevo sus puertas con cuatro disparatados personajes: Gabriela, orgullosa dueña de la peluquería, Fernando, como su mejor pero más neurótico empleado y una pareja de secuestradoras de pacotilla. Todos deberán compartir ochenta metros cuadrados, durante una noche de armas sin seguro y peligrosos recuerdos, y convivir con tres sorpresas inesperadas. Lo que comienza siendo un corte de pelo normal terminará en un secuestro con aroma a desastre y tintes de vergüenza donde el más allá no está tan lejos como nos creemos.

Como ya comenté en la anterior crítica de la obra, el texto propuesto por Juanma Pina me apasiona por su originalidad. Estamos acostumbrados cada cierto tiempo a ver en el cine una comedia de estas característica, un secuestro que termina siendo de todo, menos secuestro, y una sucesión de escenas cómicas donde el espectador va conociendo la vida de los personajes. Sin embargo, no es común observar una historia de estas características sobre los escenarios. Este tipo de comedia contemporánea es difícil de encuadrar en un único subgénero teatral. Parte de una base costumbrista, sustentada en la cultura pop con personajes populares y negocios tan de barrio como una peluquería, y se desenvuelve en el teatro del absurdo. En la representación, observamos transformaciones repentinas de los personajes, una intensificación progresiva de la situación inicial, una tensión dramática mantenida y un énfasis rítmico para crear una sensación de final.

Como indican desde Showprime, productora de artes escénicas y contenido audiovisual, el espectáculo renace como un musical loco y completamente renovado con la incorporación de nuevos personajes. Este mérito es atribuible a José Masegosa, como ideólogo y director, al haber conservado las virtudes del libreto y decantarse, todavía más y con buen criterio, por la vertiente cómica sin perder la categoría de thriller psicológico. Estamos, por tanto, ante una obra divertida, amena, con un buen hilo conductor, un uso acertado de técnicas narrativas como el flashback o parálisis temporales y elementos atractivos como un arma, la cual no sabemos si funciona, caretas que son todo menos máscaras y un secuestro que parece ideado por Mortadelo y Filemón.

En esta nueva eclosión del género musical en la cartelera actual, no todo vale; la exigencia del espectador cada vez es mayor y el listó más alto. Masegosa, como buen director, dramaturgo y conocedor de este género, ha creado temas originales con un leitmotiv reconocible que ayudan a desarrollar y aligerar la acción, y ritmos marcados y punzantes que casan a la perfección con la trama. Con la inteligencia que le caracteriza –demostrable en multipremiadas obras como El ascensor, El lamento de las Divas o Macabaret– ha diversificado su apuesta musical en la doble dirección dramatúrgica. Nos deja divertidos temas cómicos como “Mear, cagar” o “eso no es ser infiel” y otros de mayor calado como el de la obertura.

Los encargados de materializar esta comedia musical tan absurda como divertida son un reparto, con un vestuario estridente y llamativo propio de los años 80 diseñado por María Arévalo, conformado por siete actores. Interpretan sus textos con convicción y seguridad, dominan a la perfección la comunicación no verbal y cuentan con una marcada gestualidad muy trabajada, tanto en el momento de recitar su texto como cuando no son ellos los interpelados. En el plano vocal, noté una cierta descoordinación y difícil acomode del registro en los primeros compases de la representación, disipándose paulatinamente y permitiendo al elenco dar lo mejor de sí en este campo, gracias a la dirección coral supervisada por Borja Arias. En el plano artístico, ejecutan coreografías simples pero acompasadas y vistosas, diseñadas por Alberto Sánchez-Diezma, con un excelente aprovechamiento del espacio escénico, patio de butacas incluido.

La excéntrica dueña de la peluquería, con un pasado tan obscuro y profundo como su sótano, se apodera de Inma Cuevas –reconocida actriz con una fulminante carrera en teatro y series televisivas– quien se adueña de la acción como maestra de ceremonias y nos deja deslumbrantes solos. Todo un torbellino escénico. A su lado, casi sin despegarse, Jacinto Bobo, –curtido en teatro, cine y televisión– sorprende por su vis cómica y facilidad para reír al espectador, aportando los momentos más cómicos con un personaje paranoico con problemas gástricos y ataques de sincerad. Su actuación conjunta recuerda a la película de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”; de hecho, algunas de las escenas son propias del estilo almodovariano.

Al otro lado del mostrador nos encontramos a la pareja formada por Eva María Cortés y Sara Navacerrada. Ambas actrices –de larga trayectoria en teatro musical– demuestran su poderío escénico y vocal con sorprendentes solos, como el ejecutado por Cortés, y con un infantil intercambio de roles para hacernos ver quién es la cabecilla de este disparatado secuestro. En un más allá no muy lejano, Sergio Campoy, Alberto Sánchez-Diezma y Antonio Villa forman el trío calavera con un realismo terrorífico sensacional. Además de interpretar a otros personajes esenciales en la trama, destacan por sus números musicales cíclicos bien diseñados, para agudizar la tensión y recordarnos el tinte surrealista de la representación. Cabe resaltar, por su histrionismo, expresividad desbordante e importancia en la trama, a Alberto Sánchez-Diezma, que acrecienta la risa de los presentes y se encarga de dinamitar la cuarta pared.

Los elementos técnicos y escenográficos nos ayudan a adentrarnos en este peculiar establecimiento donde lo de cortar se lo toman muy enserio. Como nos tiene acostumbrados este centenario teatro, la escenografía, a cargo David Pizarro, es funcional y polivalente gracias a sus plataformas móviles y recrea con realismo el establecimiento y el sótano. Tanto el diseño de luces, por Juanjo Lloren, como el sonoro son correctos, aunque noté fallos en la ejecución, que estoy convencido irán disipándose conforme avancen las funciones; si es que queda alguien cuerdo o, peor aún, vivo.

En Lavar, marcar y enterrar. El musical, disfrutarán de una inteligente y elaborada propuesta, con música original y un sensacional reparto, mientras participan en un disparatado secuestro sin despeinarte un pelo

 

Música y Dirección: José Masegosa

Libreto original : Juanma Pina

Dirección Musical: José Masegosa

Dirección Coral: Borja Arias

Producción Musical: José Masegosa y Emilio Esteban

Diseño de Iluminación: Juanjo Llorens

Escenografía: David Pizarro

Diseño de vestuario: María Arévalo

Utilería: Roberto del Campo

Coreografía: Alberto Sánchez-Diezma

Dirección creativa: Ángel Viejo

CEO – Productor: Maximiliano Martínez

 

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