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«Los Chicos del Coro, El Musical»: Un canto a la esperanza, la educación y la redención a través de la música

Una escena del musical que puede disfrutarse en el Teatro La Latina de Madrid

Una escena del musical que puede disfrutarse en el Teatro La Latina de Madrid

Desde su inolvidable éxito en el cine, con nominación al Oscar y una audiencia global de 15 millones, “Los Chicos del Coro” regresa con una segunda temporada al Teatro La Latina tras conseguir cinco Premios de Teatro Musical, bajo la dirección de Juan Luis Iborra y con la música de Rodrigo Álvarez. La historia sigue a Clément Mathieu, un profesor de música en paro que encuentra trabajo en un internado francés en 1949, y explora temas como la enseñanza, la disciplina y la redención a través de la música. Este musical ha conseguido dar nueva vida a la historia y despertar en el público esa mezcla de nostalgia y novedad que la hace imprescindible en la escena teatral actual.

La adaptación de Pedro Víllora logra lo que pocos: respetar y elevar la esencia de la obra original. Este director y dramaturgo con incontables trabajos teatrales presenta, con precisión dramática, la dura realidad de la posguerra y la pobreza de una época que, sin embargo, permite vislumbrar un resquicio de esperanza a través de la música y la educación. Su libreto no solo es fiel al relato, sino que aborda temas atemporales como el modelo educativo, representando tanto la disciplina férrea como la educación basada en el afecto y el respeto. Víllora, Académico fundador de la Academia de las Artes Escénicas, enriquece la obra con una mirada introspectiva, logrando que el espectador, más allá de juzgar, se cuestione sobre los métodos de enseñanza y sobre la influencia de los maestros en la vida de sus alumnos. El autor lo plantea como una invitación a la reflexión: «habla de la inocencia, del juego, del esfuerzo, del entusiasmo. Habla de la vida. Habla del arte».

Juan Luis Iborra orquesta un espectáculo en el que la emoción es protagonista. Con su vasta experiencia en el teatro y la televisión, logra una conjunción mágica entre la música, el canto y la escenografía que transporta al público a un espacio de introspección. Cada nota, cada gesto y cada momento de silencio en escena están pensados para resonar en el corazón de los espectadores y la dirección de Iborra evoca un equilibrio perfecto que fluye entre lo visual y lo sonoro. Al trabajar con un amplio reparto infantil, el director demuestra su compromiso y cuidado por la espontaneidad y frescura de los pequeños. Un elenco de 70 niños, con rotaciones en grupos de 15 para cada función, logra mantener la energía y la autenticidad en cada pase. En sus propias palabras: «trabajar con niños es muy difícil pero también muy enriquecedor. La felicidad continua que tengo es gracias a ellos. Es un lujo trabajar con ellos porque se implican y me dan mucho”. La elección de rostros nuevos, sin experiencia previa, refuerza la pureza de la historia y contribuye al mensaje de esperanza y redención que la música, y su enseñanza, puede ofrecer.

El elenco infantil sorprende por la exquisita afinación y las angelicales voces, destacando especialmente en los registros agudos que, sin duda, enamorarán al público. La claridad y precisión con que estos jóvenes intérpretes logran sus notas es un verdadero regalo para el oído, y su capacidad para mantener la armonía en cada pieza coral evidencia el excelente trabajo de preparación vocal. Cabe mencionar por su presencia en la trama a Iván Clemente, en el papel de Mondain, al encarnar al joven más problemático del internado, un personaje que irrumpe en la dinámica del coro para agitar la calma y desafiar el orden establecido. Desde su entrada en escena, Clemente se distingue por una presencia intensa y una mirada fría, retadora y penetrante que deja una impresión duradera en el espectador. Su interpretación es provocadora, y aunque su papel es el de un joven rebelde y perturbador, consigue despertar empatía en momentos clave, revelando una complejidad emocional que eleva el tono dramático de la historia.

El reparto adulto acompaña y acoge a los más pequeños, llevando con destreza el peso dramático de la representación. Destaca especialmente Manu Rodríguez como Clément Mathieu, cuya ternura y paciencia dotan de humanidad a un personaje que, en manos menos talentosas, podría fácilmente caer en lo estereotipado. Rodríguez nos regala una interpretación sincera y entrañable, convirtiéndose en un perfecto guía para los jóvenes y en una fuente de inspiración para el público. Su canto resuena con la serenidad y la autoridad de quien ama su profesión. En el otro extremo, Rafa Castejón se transforma en el estricto director Rachin, proyectando una presencia fuerte y casi amenazante que contrasta maravillosamente con la ternura de las voces infantiles y la compasión de Mathieu. Su interpretación es impecable, dotando a Rachin de una rigidez y una frustración que complejizan al antagonista, mostrándolo tanto como figura autoritaria como reflejo de una época dura y represiva.

En el lado femenino, Eva Diago da vida a la profesora Langlois, regalándonos momentos cómicos y oxigenando el libreto como solo esta actriz sabe hacer. Por su parte, Chus Herranz se viste de la madre de uno de los coristas y nos deleita con unos solos sensacionales para redondear la carga emotiva de la trama.  Cierra el reparto Xisco González, quien interpreta al servicial conserje y hombre multiusos, Maxence, aportando momentos de genuina diversión a la obra y un sensacional número cómico. Su personaje, que encarna la figura amigable y leal dentro del internado, se convierte en una bocanada de aire fresco entre las tensiones del relato, sumando un toque de humanidad y calidez al entorno rígido y disciplinario de «El fondo del estanque».

La música es el núcleo palpitante de “Los Chicos del Coro”, y en esta adaptación teatral su relevancia trasciende el mero acompañamiento escénico para convertirse en el verdadero motor de la narrativa. En un musical como este, donde el valor emocional de cada pieza vocal es tan profundo, la música se vuelve el medio perfecto para transmitir los sentimientos y deseos de los personajes, dirigiéndolos de forma directa al corazón del espectador. Esta capacidad para comunicar más allá de las palabras convierte cada momento musical en una lección en sí misma, en un acto de enseñanza a través de la creatividad. Rodrigo Álvarez, a cargo de la dirección musical, rinde homenaje a las inolvidables composiciones de Christophe Barratier y Bruno Coulais, llenando la sala con una melodía que evoca tanto la nostalgia como la esperanza. Con cada interpretación en directo, la música se convierte en una extensión del coro, intensificando la experiencia sensorial de la obra y, en alguna ocasión, arrancando lágrimas a los espectadores. Los números no solo cumplen la función narrativa, también suman un carácter metateatral: además de contar la historia de los personajes, conforman el repertorio propio del coro, creando una cohesión mágica entre lo escénico y lo musical.

En paralelo a esta riqueza sonora, el diseño coreográfico de Xenia Sevillano añade un toque de elegancia y precisión que embellece los números musicales sin desviar la atención de la emotividad inherente de la obra. Estas coreografías, sin excesos, refuerzan la narrativa y complementan el canto de los niños y adultos, dotando al conjunto de un pulso armonioso y pulcro. La caracterización y el vestuario, a cargo de Silvia Lebrón e Iria Carmela Domínguez, respectivamente, nos transportan con gran fidelidad a la época reflejada, aportando autenticidad y contexto a cada personaje. Desde los uniformes hasta los detalles de las ropas de época, el vestuario resalta el realismo histórico y subraya el trasfondo social de los personajes, sumergiendo al espectador en el ambiente opresivo y austero del internado.

Este viaje al pasado cobra vida gracias a la detallada y cuidadosa escenografía diseñada por David Pizarro, quien ha logrado recrear con precisión la imponente fachada del internado y transportar al espectador a cada rincón donde transcurre la historia. Con un diseño que abarca tanto las aulas austeras como los exteriores, Pizarro utiliza estructuras y plataformas móviles que permiten transiciones fluidas y una versatilidad visual que amplía el universo de la obra. La habilidad de trasladar la acción de un ambiente a otro, sin perder la coherencia visual y el tono sombrío de la época, refuerza la inmersión del público y nos sumerge en la Francia de posguerra con gran eficacia. A este impecable trabajo de escenografía se suma el diseño sonoro de Javier G. Isequilla, cuya precisión y riqueza auditiva realzan la atmósfera del internado, aportando realismo a cada escena, desde el eco de las voces en los pasillos hasta los sonidos naturales que enmarcan los momentos más íntimos de la obra. Finalmente, la labor de iluminación de Juanjo Llorens, maestro en el manejo de luces y sombras, ensalza la puesta en escena y la carga dramática de cada acto. Su trabajo no solo ilumina, sino también dibuja la profundidad de la historia, culminando en un espectáculo visual que, junto al sonido y la escenografía, corona “Los Chicos del Coro” como una experiencia teatral verdaderamente cautivadora y sensacional.

Director: Juan Luis Iborra

Versión y letrista: Pedro Víllora

Director musical: Rodrigo Álvarez

Reparto: Manu Rodríguez, Chus Herranz, Rafa Castejón, Eva Diago, Xisco González, Iván Clemente

Director de producción: Víctor Aranda

Ayudante de dirección: Nacho Redondo

Coordinador de coral: Toni Arenas

Dirección de casting: Beatriz Giraldo

Traducción y versión: Pedro Víllora

Diseño de escenografía: David Pizarro

Diseño de iluminación: Juanjo Llorens

Diseño de sonido: Javier G. Isequilla

Diseño de vestuario: Iria Carmela Domínguez

Diseño de caracterización: Silvia Lebrón

Coreografía: Xenia Sevillano

Atrezzo: Roberto Del Campo

Arreglos Música: Roberto Álvarez, Nicolás Martín Vizcaíno y Javier Castellano

Producción ejecutiva: Farruco Castronan, Toni Codina y Rafa Coto.

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