El Centro Dramático Nacional acoge con valentía la adaptación teatral de “Nada”, la célebre primera novela de Carmen Laforet, una obra que marcó un antes y un después en la literatura española de posguerra y fue galardonada con el primer Premio Nadal a la temprana edad de 23 años. Bajo la dirección de Beatriz Jaén y con la adaptación de Joan Yago, este montaje traslada al escenario la historia de Andrea, una joven universitaria que lucha por encontrar su voz en medio de una familia rota y un país devastado tras la Guerra Civil.
El reto de transformar una novela de tal carga emocional, histórica y filosófica en una experiencia escénica es inmenso, pero el equipo creativo del CDN logra plasmar gran parte de la atmósfera opresiva, la belleza cruda y los destellos de esperanza que caracterizan la obra de Laforet. Desde el inicio, el montaje nos transporta a la Barcelona sombría de 1939, donde el eco de los conflictos bélicos resuena tanto en los muros de la casa de la calle Aribau como en el interior de sus habitantes.
Joan Yago, encargado de la dramaturgia, ha realizado un trabajo extraordinario al condensar la esencia de esta novela compleja, logrando una pieza teatral que, para quienes han leído el libro, despertará ecos de sus pasajes más memorables y, para quienes no, abrirá las puertas a un universo obscuro y fascinante. La adaptación destaca especialmente por su fidelidad al espíritu de la novela. Yago, Graduado en Dirección y Dramaturgia por el Institut del Teatre de Barcelona, captura ese microcosmos asfixiante que simboliza la decadencia de una familia y de un país roto por la guerra; pero también da un protagonismo especial a la relación entre Andrea, la joven protagonista que llega a Barcelona para estudiar, y Ena, su amiga y contrapunto vital. Esta amistad, que en la novela está cargada de ambigüedad, se explora aquí con una profundidad que no teme a los matices, respetando la valentía de Laforet al no encasillar su vínculo en categorías simples y reivindicando un tipo de relación femenina que desborda las convenciones sociales de la época. Como bien señala Yago, “las cosas a veces son más complejas y no son blanco o negro”, y esta adaptación se mantiene fiel a esa riqueza interpretativa, evitando resoluciones fáciles.
Uno de los aspectos más sorprendentes de esta adaptación es el uso del narrador homodiegético, esa voz interior de Andrea que en la novela articula toda la trama y que aquí se transforma en apartes que oscilan entre la narración descriptiva y los diálogos. Esta estructura narrativa permite al espectador entrar en la mente de la protagonista y experimentar, casi de forma íntima, la confusión, la angustia y los destellos de esperanza vividos. Aunque puede haber momentos en los que el uso de esta técnica parezca excesivo, no cabe duda de que está ejecutada con brillantez. Las descripciones, tan minuciosas y poéticas como en el texto de Laforet, se alternan con los diálogos de forma magistral, dotando a la obra de un ritmo que mantiene la atención del espectador en todo momento.
La dirección de Beatriz Jaén aporta una mirada realista y profundamente simbólica a esta adaptación. Sin concesiones, recrea escenas de violencia y caos doméstico que, en ocasiones, rozan lo grotesco, haciendo que lo trágico impacte con una crudeza que envuelve al espectador. Las tensiones familiares, representadas con un ritmo físico y emocional abrumador, dan cuerpo a la opresión asfixiante de la casa de la calle Aribau. La directora madrileña (“Breve historia del ferrocarril español”) convierte los espacios en metáforas poderosas: la casa es un símbolo de ahogamiento, con su escenografía laberíntica y sus angustiantes sombras que parecen devorar a los personajes. En contraste, las pocas escenas exteriores se presentan como espacios de libertad e independencia, donde Andrea vislumbra un futuro más allá del caos. Pequeños detalles —luces tenues, sonidos metálicos y silencios abruptos— intensifican la atmósfera, subrayando la frontera emocional entre el mundo opresivo interior y el aire liberador del exterior. Por último, el fuero interno de Andrea, ligado a la fantasía y los sueños, encuentra en las videoproyecciones un recurso clave para su representación. Estas imágenes, de carácter onírico y simbólico, permiten al espectador adentrarse en sus pensamientos más profundos. Con este recurso, la adaptación logra dar forma a la complejidad emocional de Andrea, equilibrando su lucha con momentos de lirismo y esperanza visual.
El reparto es sobresaliente, ofreciendo interpretaciones cargadas de matices que elevan cada escena y llenan de vida el universo de Carmen Laforet. Júlia Roch encarna a Andrea con una mezcla impecable de inocencia y fragilidad y de madurez y fortaleza, logrando transmitir su constante lucha interior y su mirada soñadora en medio del caos. Probablemente estemos ante una de las mejores interpretaciones de actrices protagonistas de este año. A su lado, Julia Rubio interpreta a Ena con una fuerza y una naturalidad que capturan perfectamente la dualidad del personaje: fascinante y enigmática, y, a la vez, cálida y cercana.
Carmen Barrantes destaca como Angustias, construyendo un personaje rígido y opresivo, pero con una humanidad latente que la hace profundamente real. En contraste, Laura Ferrer como Gloria aporta una vulnerabilidad conmovedora que amplifica la tragedia de su situación. Peter Vives da vida a Román con una presencia tóxica, magnética y manipuladora, mientras que Manuel Minaya imprime a Juan una violencia contenida y explosiva, que aterroriza tanto como conmueve. Amparo Pamplona como la abuela es un pilar del montaje: su interpretación, entre la resignación y el vacío, encapsula el peso de una familia rota. Andrea Soto, en su doble papel como Antonia y la madre de Ena, logra dotar a ambos personajes de personalidades distintas y memorables. Por su parte, Jordan Blasco (Iturdiaga/Jaime) y Pau Escobar (Pons) completan el elenco con actuaciones precisas, aportando equilibrio y frescura a las escenas universitarias.
La escenografía de Pablo Menor Palomo y la iluminación de Enrique Chueca trabajan en perfecta sintonía para crear un espacio cargado de simbolismo y emoción. La casa de la calle Aribau, representada como un laberinto de muebles apilados, sombras y rincones claustrofóbicos, refleja la decadencia y el ahogo emocional que viven sus habitantes. Cada elemento escénico parece tener historia, un peso acumulado que intensifica la sensación de asfixia. Mención especial al juego de alturas de una de las habitaciones. La iluminación, por su parte, refuerza esta atmósfera con un uso magistral de claroscuros y tonos apagados al sugerir tanto la penumbra de la posguerra como los estados emocionales de los personajes. Fuera de la casa, los cambios lumínicos aportan contraste, creando un mundo exterior más luminoso y liberador, un contrapunto visual que subraya el conflicto central de Andrea entre el encierro familiar y sus deseos de libertad.
Autora: Carmen Laforet
Adaptación: Joan Yago
Dirección: Beatriz Jaén
Reparto: Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar (Pons), Laura Ferrer (Gloria), Manuel Minaya (Juan), Amparo Pamplona (Abuela), Júlia Roch (Andrea), Julia Rubio (Ena), Andrea Soto (Antonia / Madre de Ena) y Peter Vives (Román).
Escenografía: Pablo Menor Palomo
Iluminación: Enrique Chueca
Vestuario: Laura Cosar
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Vídeo: Margo García
Coreografía: Natalia Fernandes
Ayudante de dirección: Romeo Urbano
Ayudante de escenografía: Alberto González Araujo
Ayudante de iluminación: Andrea Burgos
Ayudante de vestuario: Sara Lamadrid
Diseño de cartel: Emilio Lorente
Fotografía y tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Realización de escenografía: READEST
Sombrerera plumista: Henar Iglesias
Moda técnica: Marucha G. Mateos
Confección: Raquel Bermúdez
Producción: Centro Dramático Nacional