La experiencia dura poco, pero está muy bien. Los actores de las Teatralizadas, los que llevan a cabo durante todo el año las visitas al Corral, se ponen en la piel de doña Ana y don Carlos para, pedaleo que pedaleo, llevar a las calles sus amores y desamores. Les sigue un pequeño grupo de ciclistas. Nos paramos en Valdeparaíso, donde don Carlos sale al balcón a requebrar, supuestamente a una misteriosa mujer, doña Leonor en la obra original, Los empeños de una casa, de Sor Juan Inés de la Cruz, que ha arreglado para la ocasión Ignacio García. Nos cruzamos con la Mercedes del Teatro de sus idem, seguimos hasta el cajero de Globalcaja, donde nos dieron unos euroversos, cruzamos por la Plaza, hasta regresar a los Villarreal. Lo mejor, ya digo, fue el impacto que nuestra presencia causaba en las gentes con las que nos cruzamos. El Festival late con estas iniciativas, pequeñas pero de mucho más valor del que parece. Por cierto, a los actores se les oye realmente bien, lo que es sorprendente, y las bicis son muy cómodas. Cuando dejamos nuestras monturas, de la casa de al lado salió un hombre con una bici de madera fabulosa, preciosa. Los actores se la requisaron para hacerse una foto con ella. Recomendable la experiencia.
Después acabamos la función como acaban las funciones en Almagro, tomando una cerveza en la Plaza y contándonos algunos chismes. Los hubo sobre las relaciones del Festival y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sobre el futuro de sus dirigentes, sobre el gobierno regional, sobre el gobierno local, sobre los medios de la región. Son rumores. Pasaron los de la Cope, Sevilla y Almazán, porque este sábado han hecho un programa, Agropopular, algo del campo, desde los soportales de la Plaza y venia en misión de reconocimiento. Almagro atrae en julio a pesar de sus problemas. El primero, el del agua, burbujeante, mestiza por el color, inútil para su función, muy eficaz para acabar con los electrodomésticos. Otros problemas son menores comparados con este, pero el del olor del vertedero afecta al Festival con estas temperaturas. Las noches de teatro se aromatizan con el sudor de los espectadores y un tufo corpóreo, como el de la mofeta esa de los dibujos animados, que se percibe lejano. Pasó el miércoles en el palacio de los Jedler y el viernes, ya sábado por la hora a la que acabamos, en el Hospital. Algo huele a podrido en Almagro. ¿O era en otro sitio?