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Principiantes: borrachera de amor carveriano

Algunos consideran a Raymond Carver como uno de los mejores escritores de relato del siglo pasado y gracias a esta soberbia adaptación de Juan Cavestany y a la exquisita dirección de Andrés Lima rescatamos uno de los textos más icónicos del poeta estadounidense. En él descubrimos a cuatro personajes conversando en una cocina: un matrimonio veterano – Herb McGuinnis (Javier Gutiérrez) y Terry (Mónica Regueiro) – y una pareja de amigos más jóvenes cuya relación es más reciente –Nick (Daniel Pérez Prada) y Laura (Vicky Luengo) –. Entre risas y llantos diluidos en alcohol, los protagonistas tratarán de abordar el significado del amor y darle un sentido en sus respectivas vidas.

Siempre he apostado por los teatros como espacios de reflexión y obras como la que nos ocupan lo corroboran. Quizá algunos de los asistentes desconozcan quién es este dramaturgo o su extensa obra, pero créanme; no es estrictamente necesario. Tan solo deben dejarse llevar por los relatos concisos, claros y sin circunloquios y entrar en el mundo del realismo sucio, caracterizado por la sobriedad, parquedad y sencillez, donde este autor es uno de los maestros del género. De qué hablamos cuando hablamos de amor, colección de cuentos publicada por la editorial Anagrama en 1981, es la materia prima donde pivota la representación y el mejor relato para adentrarnos en el universo Carver caracterizado, en palabras del adaptador, por las relaciones de pareja, el amor y el alcohol como refugios, pero también como armas mortales, la predestinación frente al azar, y la textura literaria de la experiencia americana. Un reflejo de la sociedad estadounidense de los años 80 y un cristal actual sobre temas candentes como los malos tratos, la posesión o el amor tóxico.

En textos extranjeros de gran calado psicológico, la labor de adaptación es básica y fundamental porque en la forma de estructurarlos, ordenarlos y plasmarlos está el éxito o fracaso de la representación; más aún cuando el sustrato primigenio representa una corriente propia, como ocurre en esta ocasión. Juan Cavestany asume esta labor de investigación teatral con un resultado sobresaliente. La propuesta es sumamente inteligente, con un cuidado asombroso de todos los detalles como la iluminación, videoescena o la música. El adaptador de Moby Dick (2017) es capaz de respetar la esencia del realismo sucio basada en el minimalismo y potenciarla gracias a una claridad que en algún momento asusta. Cavestany consigue casi dar forma material al concepto de amor gracias a las aproximaciones de los protagonistas desde relatos aparentemente inconexiones con juegos de narradores; o dicho de otra manera: a través de disquisiciones y digresiones surgidas de conversaciones intrascendentes y potenciadas por el alcohol intenta llegar a la naturaleza del amor y dar respuestas planteando más preguntas en boca de sus protagonistas. Un ejercicio complejo y arriesgado con una implementación exquisita y cargada de simbolismo.

El espectador, sobre todo en los primeros compases de la representación, se encuentra desnudo frente a la escena y va recibiendo impulsos los cuales luego irá dando forma y significado. Por tanto, exige de una escucha activa y dejarse llevar por el terror, la angustia, la incertidumbre, el dramatismo e incluso la comicidad. Sensaciones y emociones captadas con brillantez por su director Andrés Lima. Implementar todo lo dicho anteriormente requiere de maestría y experiencia, dos calificativos aplicados al Premio Nacional de Teatro 2019 y, desde mi óptica, uno de los mejores directores de escena contemporáneos. La mayor dificultad de esta representación es mantener el interés del respetable los 90 minutos iniciado con un potente prefacio. Hago hincapié en este asunto porque mientras pasan las escenas, la acción y el conflicto permanecen inmóviles, cuando en realidad se está ´cocinando´ el amor. Traducido al lenguaje teatral estamos ante una explosión del subtexto, entendido como todo aquello intrínseco por debajo del personaje teatral, al significado profundo y que da sentido al papel interpretado. En definitiva, estamos ante una nueva aproximación de la exégesis carveriana.

Los encargados de pasar de las musas al teatro son dos actores y dos actrices con un aguante descomunal. Los cuatro están bajo el corte de la alienación causada por la monotonía y cercanos al patetismo y en última instancia mediocridad. Un aire de trasfondo mohíno pero de apariencia dicharachera y combativa. Sus respectivos personajes son reflejo de una clase media con sensibilidades e idiosincrasias variopintas. Esta actuación sube el listón de la calidad escénica de la cartelera teatral.

El ganador de dos Premios Goya por sus interpretaciones en La isla Mínima y El autor, Javier Gutiérrez, se viste de Herb, un cardiólogo desconocedor de los asuntos del corazón y a través de la persuasión de sus relatos y su carácter fuerte sumerge a sus compañeros de mesa en un profundo debate sobre el significado del amor. A diferencia de otras representaciones, como ¿Quién es el señor Schmitt? donde veíamos a un Gutiérrez más lejano y bonachón, por exigencias del libreto, en esta ocasión deslumbra por su fortaleza escénica y su poder de atracción. Sus monólogos y soliloquios son para enmarcar y en algunos de ellos mira directamente a los ojos del espectador rompiendo la cuarta pared; de ahí mi mención a la importancia de la escucha activa. A su lado, le acompaña Mónica Regueiro, en el papel de Terry, una mujer todavía enamorada de quien le rompió el corazón y algún hueso. Sus personajes –en el primer cuarto de la representación da vida a otro– es uno de los más controvertidos al asumir los malos tratos y la sumisión y, a su vez, seguir creyendo en el amor verdadero. Estas dos vertientes son mantenidas con solvencia por la también productora quien en ningún momento se hunde, pese a que su personaje lo haga.

Como ´principiantes´, si hay alguno veterano, están Nick y Laura. El primero es interpretado por Daniel Pérez, actor de larga trayectoria de teatro, cine y televisión, con un semblante frío e impertérrito a la altura de la coraza de su personaje, en contraposición con su primer papel como Jota donde saca toda su furia contenida en una abyecta escena. Casi sin despegarse le acompaña Vicky Luengo, actriz de reconocido prestigio en sus trabajos de cine y televisión, con uno de los personajes con más evolución. Pasa de ser un satélite externo a tener mucho que decir sobre el amor. Luengo, en ese proceso de descubrimiento, va increscendo desde la dulzura y bonhomía al humor ácido.

El cómo en esta obra es tan importante como el qué. Y en este contexto son fundamentales los elementos escenográficos diseñados con brillantez por Beatriz San Juan, recogidos en una cocina de apariencia simple. Esta construcción refuerza la inteligencia, sencillez y parquedad del libreto y añaden simbolismo y significado al relato. Una cocina abierta también para el público donde solo le hace falta un vaso de ginebra para unirse. El recurso de la videografía, por Miquel Àngel Raió, es correcto y pertinente y aumenta de graduación todo lo anterior. Los paisajes enmarcados y los cambios de tonalidad son la línea de separación con lo que ocurre dentro y fuera con un aire platónico al mito de la caverna. La música es otro de los recursos imprescindibles para entender la representación y su elección no pude ser más acertada marcada por el ritmo de rock como melodía estimulante del alcohol. El cuidado diseño de iluminación, con cambios de tonalidad, es el último de los elementos para sumergirlos en el universo de Carver.

En Principiantes vivirán la primera adaptación de los relatos de Carver con una propuesta inteligente, una implementación exquisita y una ejecución brillante donde conoceremos, o no, de qué hablamos cuando hablamos de amor

 

Autor: Raymond Carver

Adaptación: Juan Cavestany

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Javier Gutiérrez, Mónica Regueiro, Daniel Pérez Prada y Vicky Luengo

 

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