Es el punto y es el final de un Festival de Almagro que es el primero postcovid. No sabemos si es el punto y es el final como director del mismo de Ignacio García. Su mandato acaba esta edición y se puede renovar por tres años, pero de momento no lo han hecho, así que mejor tiramos de puntos suspensivos… Esa circunstancia y las relaciones con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que dicen que no son las mejores, ha marcado en parte esta edición.
En la rueda de prensa, Ignacio García, el director, respondió a lo que le preguntaron, expuso los datos (parece que se han recaudado solo 10.000 euros menos que la última edición parangonable, la de 2019), entre los que siempre me llaman la atención el porcentaje de ocupación, que en esta ocasión se va al 80%. Supongo que se incluyen entradas no utilizadas, de esas que tienen políticos, patrocinadores y periodistas, porque si no es así, no lo veo claro.
Les hago mi resumen, con mis gustos, sin darle puntos a las obras, aunque he estado a punto de hacerlo.
Cosas que no me han gustado: que se haya adelantado el Festival, que las propuestas de la CNTC estén por debajo de lo que se le presupone, casi todo lo que ha habido en Fúcares, el paseo de la Fama, que no haya más teatro en la calle, la obsesión por restringir el Festival al Siglo de Oro en español, el maldito calor, no haber podido ir a ver Malvivir y las sillas del Corral, que son punto y aparte…
Cosas que me han gustado: un buen puñado de obras (Cielo Calderón, En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?, El muerto disimulado, la versión italiana de Lo fingido verdadero…), la recuperación del teatro en los barrios, lo de las bicis, lo de los coches, no de punto, de Mercedes, que se haya homenajeado a la compañía Pimenta y Menéndez, que te den agua en los Villarreal, Cayetana Guillén Cuervo y la ficción sonora.
Por esta edición, punto en boca.
¡Ah!, que se me olvidaba: gracias a los lectores, que han seguido, alentado y sufrido, me temo, estas publicaciones.