Esta producción de Magdalena Broto y JP Pérez-Padial nos invita a adentrarnos en el camerino de cuatro actores exultantes por el éxito de su obra, pero un suceso inesperado hará trastocar sus planes presentes y futuros. Esa noche vivirán un torbellino de emociones, recuerdos y confesiones que desembocará en un divertido caos y saldrán a la luz sus miedos, ilusiones y secretos. Lejos de acobardarse, este cuarteto demostrará qué difícil – ¡y qué hermosa!- puede ser la vida y cómo, todos y cada uno, tenemos que representar el papel que nos toca.
Cuatro hombres y un destino podría ser el resumen de esta obra producida por La Mandanga. Reconozco que ya antes de sentarme en el patio de butacas me despertaba un enorme interés por la escasa información inicial y que, tras visionarla, debo de reconocer que supera las expectativas. El primer acierto del libreto es jugar durante los setenta y cinco minutos con las dudas e inseguridades de los protagonistas una vez que el conflicto se ha presentado. A diferencia de otras representaciones donde la interrelación de los personajes determina la trama, en esta, son las vivencias de los cuatro actores, en su doble condición, quienes marcan el epicentro de la acción. Es a través de sus relatos vitales, repletos de dudas, conflictos, miedos y pocas certezas, donde nace el hilo conductor que da sentido el relato. Sin darse cuenta, con sus aciertos y fracasos van dibujando un retrato bastante exacto de lo que es la vida y del que seguro podemos sentirnos identificados. En definitiva, un libreto inteligente y compacto, de apariencia ligera, que aborda asuntos de alta complejidad con enorme sensibilidad y encierra muchas reflexiones.
No descubro nada si afirmo que una buena dirección es esencial en cualquier representación, pero me parece aún más importante en una comedia realista donde todo nace de los propios actores. En esta plaza debe lidiar Esteban Roel que, como maestro curtido en la actuación y producción, sale por la puerta grande. Su dirección continúa con la senda emocional marcada por el libreto y ahonda en los sentimientos de los protagonistas. Roel trabaja muy bien las emociones, profundizando en ellas, mientras los protagonistas van mostrando y modelando su carácter y forma de ser. Aquí nace otro de los conflictos de la representación, más profundo e interesante que el inicial, que es el de las distintas formas de ser y comportarse de las personas en situaciones límites. De nuevo, se producen interesantes debates como la lucha entre el pragmatismo y el idealismo, y reflexiones sobre la mentira, cobardía y fracaso. En su declaración de intenciones, el director afirma que “la verdadera dirección no es contar tu historia sino, simplemente, darles vida y voz a esos personajes y a las actrices y actores que los representan” y cumple de forma escrupulosa con este propósito.
Roel también afirma que esta obra “no habla del teatro, no habla de los personajes, simplemente te muestra a las personas con las cuales, de verdad, podemos identificarnos” y, aunque no cambio ni una coma de esta pretensión; esta representación también habla de la dificultad de dedicarse al mundo de la interpretación y de los innumerables inconvenientes, muchos de ellos impuestos por personas cercanas, para conseguir vivir de ello. Este carácter metateatral, representado en un camerino, sobrevuela durante toda la representación y es el motor que da sentido tanto a la obra como a sus protagonistas.
De su dirección, también destacaría el inteligente y buen uso del flashback, para que el espectador pueda conocer instantes pasados de sus vidas y entienda el porqué de sus comportamientos. Estos momentos de retrospección van acompañados de la parálisis de la acción y de un pertinente uso de la iluminación para acompañar al respetable en este viaje al pasado. Tampoco debemos olvidar que estamos ante una comedia por la cantidad de gags, situaciones rocambolescas y chistes que rebajan la profundidad del libreto y que, nuevamente, nos muestra el absoluto caos de la vida misma. A esto debemos sumarles las hilarantes imitaciones, cambios de voz, de género y lo que se les ponga por delante, que, sin duda, harán reír a todos los públicos.
Los encargados de materializar todo lo anterior son cuatro actores, formados en el Instituto del Cine Madrid y participado en varios cortometrajes y películas, que se dejan literalmente la piel sobre el escenario gracias, también, a la dirección de cuerpo y gesto de Luis Cao. JM. Maciá, Kino Gil, Nico Seijo y Pablo de Castro representan a la perfección cuatro personalidades diferentes y cuatro formas distintas de encarar la vida. Todos muestran una complicidad bárbara sobre el escenario que se transmite en verosimilitud y con cada rol son capaz de dibujar múltiples personalidades que les permiten sacar lo mejor de cada uno. Cuatro actores con mucho futuro por delante.
Cuando terminé de visionar la representación, me vino a la mente la certera frase de Charles Chaplin comparando la vida con una obra de teatro en un alegato a vivirla: “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos; por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida…antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos”. Esta, como no podía ser de otro modo, terminó con el aplauso de todos los presentes.
Qué difícil es crear una obra inteligente y compacta, de apariencia ligera, que aborde asuntos de alta complejidad con enorme sensibilidad, con cuatro actores como protagonistas, que demuestren que la vida, aún difícil, puede ser maravillosa
Dirección: Esteban Roel
Ayudante de dirección: Chos
Reparto: Pablo de Castro, JM Maciá, Kino Gil y Nico Seijo
Coordinador cuerpo y gesto: Luis Cao
Producción: Magdalena Broto y JP Pérez-Padial
Productora: La Mandanga (Esteban Roel y Jon Plazaola)