El Festival de Teatro Clásico de Almagro abre la puerta también a la poesía popular, al romance tradicional y a los mitos que han pervivido en las cocinas populares a lo largo de los siglos. Historias transmitidas de forma oral a las que la ‘gran cultura’ siempre dio la espalda, aún sabiendo que las grandes obras de nuestra literatura clásica serían difícilmente entendibles si tras ellas no estuviera agazapada la tradición oral.
Ángeles Vázquez plantea en ‘Serrana’ una propuesta que se apoya en el Romance de la Serrana de la Vera, cuyos orígenes traspasan el siglo XV, para hablar de la esencia del ser humano, de la relación con ese miedo ancestral a qué regresen los viejos dioses, en este caso diosa, para ocupar el lugar que se les ha usurpado.
Sin más texto que la grabación de las palabras de los ancianos del lugar rememorando la historia tal y cómo les fue transmitida, y apoyándose dramáticamente en la ambientación musical propuesta por Milo ke Mandarini, que transita entre la música tradicional y la sonoridad de vanguardia, los tres actores-bailarines recrean sobre las tablas un universo lleno de conflictos y lucha por la supervivencia, donde la Madre Naturaleza siempre acaba reclamando su lugar.
La lectura contemporánea de la historia de Isabel de Carvajal, se apoya en el teatro físico y en una coreografía casi orgánica de movimientos tradicionales de la cultura campesina y de animales mitológicos populares. Cuerdas, varas y cráneos de animales son los elementos simbólicos que dan forma matérica al sufrimiento y la lucha por la supervivencia de un pueblo a lo largo de los tiempos.
Impactante puesta en escena de Clara Ferrao interpretando a la Serrana, de Álvaro Murillo, que en su barba hipster es capaz de resumir la forma autodestructiva de ver el mundo de la era industrial, y del también bailarín-actor Stefano Fabris, que en sus movimientos traslada toda la desesperación del ser humano desarraigado y huérfano.
En el centro iconográfico y simbólico de la obra están las cerezas regadas por la gran Madre Naturaleza,. La patada inicial a una cesta de estos frutos rojos sirve como detonante simbólico de la tragedia, simbolizando una sociedad que ha despreciado sus tradiciones y su respeto por el medio ambiente.
Escenografías de gran exigencia física, pero también de rematada finura poética y visual que gira en torno a las cerezas como elemento simbólico fundacional. Cerezas que brotan de barba hipster, algo que resultaría casi incomprensible si en los últimos tiempos no hubiéramos visto a los corzos tomar las ciudades y beber agua en sus fuentes.