Desde los primeros días del cine mudo, la música ha sido un elemento esencial para narrar historias, intensificar emociones y guiar al espectador a través del relato visual. Ya sea con una orquesta en vivo acompañando proyecciones en blanco y negro o con las modernas bandas sonoras electrónicas, la música ha sabido evolucionar, consolidándose como un lenguaje universal que puede conmover, inspirar o aterrar. En este contexto, el cine ha elevado la música a una forma de arte capaz de trascender la pantalla, con composiciones que acompañan las imágenes y permanecen en la memoria colectiva como símbolos de las emociones humanas. La música cinematográfica nos manipula, nos transporta a mundos lejanos, nos retrotrae a momentos clave de nuestra historia y nos sumerge en la profundidad psicológica de los personajes. Desde los acordes ominosos de “Psicosis” hasta los épicos paisajes sonoros de “El regreso de la Momia”, las bandas sonoras nos permiten experimentar el cine con todos los sentidos.
Es en este marco donde “Tarab”, el espectáculo de la Film Symphony Orchestra (FSO) representado en el Auditorio Nacional, encuentra su inspiración. El título elegido, de origen árabe, encapsula a la perfección el espíritu de esta experiencia: un estado de elevada emocionalidad que puede oscilar entre el éxtasis y el arrebato, la tristeza y la alegría. En la tradición árabe, Tarab también se refiere a un estilo de interpretación musical que busca, a través de la maestría del ejecutante y la conexión con la audiencia, provocar un abanico de sensaciones intensas. Esta idea subyace en cada nota interpretada por la FSO bajo la batuta de su carismático director, Constantino Martínez-Orts, quien lidera a 75 músicos en un espectáculo que no solo evoca las emociones de las grandes bandas sonoras del cine, sino que busca replicar esa conexión vibrante y casi mística que define al Tarab.
Antes de adentrarnos en el análisis musical, resulta imprescindible destacar el enorme acierto del enfoque didáctico que impregna todo el espectáculo. La propuesta, además de deleitar a los sentidos, también educa, ofreciendo a los espectadores una oportunidad única para comprender en profundidad el papel fundamental que la música desempeña en el cine. Previo al comienzo, su director dedica unos minutos a contextualizarla y a glosar sus aspectos más destacados, ayudando a los asistentes a apreciar la belleza de la interpretación y el significado narrativo y emocional que esa música aporta a la película. Este enfoque facilita, incluso a aquellos menos familiarizados con la música cinematográfica, diferenciar los elementos que la componen identificando roles incidentales (refuerza la acción y las emociones, como en “Achilles Leads the Myrmidons” de “Troya”), diegéticos (los personajes perciben la música dentro de la historia, como el emblemático “Let It Go” de “Frozen”) o extradiegéticos (diseñada para manipular directamente al espectador, como en la suite de “Gravity”, que evoca aislamiento y esperanza).
El repertorio es una auténtica declaración de amor al cine y a su música. La Film Symphony Orchestra ha asumido el difícil reto de condensar décadas de historia cinematográfica en un programa que combina piezas emblemáticas, reconocidas por su calidad y premios, con otras más recientes que han dejado huella en el público. Este equilibrio entre lo clásico y lo moderno es uno de los puntos fuertes del espectáculo, pero también presenta desafíos que vale la pena analizar. Podemos destacar piezas como “Star Wars” o “La lista de Schindler” de John Williams, ganadora del Óscar, cuya melancolía es desgarradora; “Dune” de Hans Zimmer, que captura con su suite “Paul’s Dream” la épica de Arrakis; y “Gravity” de Steven Price, que recrea el aislamiento del espacio con su sonido atmosférico. Para maximizar la experiencia, algunas bandas se presentan como suites, condensando sus momentos más icónicos, como ocurre con “Animales fantásticos y dónde encontrarlos” de James Newton-Howard u “Origen” de Hans Zimmer. Esta elección permite revivir emociones clave sin necesidad de reproducir toda la banda sonora. Sin embargo, ciertos momentos, como la suite de “Oppenheimer”, podrían haberse reducido ligeramente para incluir obras icónicas como “Indiana Jones”, “Gladiator” o “Piratas del Caribe”, ampliando la diversidad del repertorio. A pesar de ello, la selección actual ofrece una experiencia rica y profundamente emocional, que celebra lo mejor de la música cinematográfica.
La riqueza sonora de la FSO se apoya en una impresionante variedad instrumental recreando con fidelidad las complejas texturas de las grandes bandas sonoras. Desde las poderosas cuerdas y los vientos delicados hasta instrumentos menos convencionales como el duduk, cada detalle sonoro está cuidado para replicar el universo emocional de las películas. Esto se percibe especialmente en obras como “Gravity”, donde los sonidos evanescentes crean una sensación de inmensidad, o en “Troya”, donde la percusión marca el pulso épico de la batalla. Quizá el mayor logro de la FSO es su capacidad para evocar con fidelidad las escenas de las películas. Al cerrar los ojos durante la suite de “La lista de Schindler”, el público puede sentir la desgarradora tristeza del violín que llora por las víctimas. De igual manera, la interpretación de “Let It Go” de “Frozen” nos transporta al momento exacto en que Elsa abraza su libertad. La música no solo suena, sino que revive las emociones y las imágenes del cine en la mente de los espectadores. El carisma y la energía de Constantino Martínez-Orts son el motor de esta experiencia. Su pasión contagiosa se refleja tanto en la conexión con su orquesta como en la complicidad que genera con el público. Su dirección garantiza la precisión técnica y añade una capa de emoción que transforma cada pieza en un momento único e irrepetible.
Como nos tiene acostumbrados, los efectos lumínicos juegan un papel esencial para intensificar la conexión emocional entre la música y el público. Las luces van más allá de iluminar el escenario, reaccionan y se sincronizan con las diferentes texturas sonoras, creando una atmósfera envolvente que realza cada momento. Durante pasajes de gran epicidad, como en la suite de “Star Wars” o en las secuencias más íntimas de “La lista de Schindler”, las luces se despliegan de manera sutil, proyectando sombras dramáticas o reflejando destellos que evocan el dinamismo de las escenas cinematográficas. Este juego de luces amplifica la experiencia sensorial, sumergiendo al espectador en una interpretación sinfónica que trasciende lo auditivo, elevando las emociones que la música ya provoca a un nivel más visceral y profundo. En definitiva y dado el éxito rotundo de “Tarab”, sería maravilloso que esta experiencia sinfónica cinematográfica tuviera una secuela que expanda aún más su propuesta.