En el seno de la sociedad, la familia ha sido desde siempre un núcleo central, pero este concepto ha evolucionado con el tiempo. Hoy en día, las familias adoptan muchas formas y dinámicas: las tradicionales, las monoparentales, las escogidas o incluso las compuestas por individuos que, sin compartir lazos de sangre, se identifican como una. La pluralidad de estas estructuras resalta que lo esencial en una familia no es su forma, sino el apoyo emocional, la autenticidad y el amor que los une. «Y qué más da» explora precisamente estas conexiones familiares contemporáneas, donde los desafíos de la individualidad y las expectativas se cruzan en un entramado cómico y revelador.
La obra se presenta en La Usina, uno de los espacios culturales más destacados de Madrid. Este centro se ha convertido en un referente no solo por su cuidada programación teatral, sino también por su enfoque en la enseñanza y la formación artística. Dirigido por un grupo de profesionales del teatro —actores, directores y dramaturgos—, La Usina ofrece un lugar donde lo innovador y lo tradicional se encuentran, permitiendo el florecimiento de propuestas escénicas frescas y experimentales. Este espacio acoge con calidez a las compañías emergentes, promoviendo la creación y el desarrollo de proyectos, tanto en el ámbito técnico como estético, mientras genera un vínculo cercano con su público.
El libreto de “Y qué más da”, firmado por Senén Marto, es una propuesta fascinante y, sin duda, poco convencional dentro del panorama de la comedia familiar. Lejos de caer en los estereotipos que a menudo acompañan a este género, el también modelo ofrece una obra de enredos que, más allá del humor disparatado, esconde un subtexto profundo y revelador. Los personajes están dibujados con gran cuidado y precisión, cada uno con una complejidad que trasciende la superficie cómica para ahondar en cuestiones existenciales de gran calado. Samuel, Alberto y Carlos no son solo miembros de una familia peculiar; son representantes de las tensiones y expectativas sociales impuestas en las distintas etapas de la vida, como el amor, la identidad y la autenticidad. Lo interesante es cómo estas son abordadas, para luego deconstruirlas de manera sutil pero efectiva. Carlos, el hijo, se encuentra en pleno proceso de descubrimiento personal, enfrentándose no solo a las expectativas que tienen sus padres sobre él, sino también a las que la sociedad en general impone sobre lo que significa ser un hombre joven enamorado. De hecho, hubiera sido interesante desarrollar con más profundidad este aspecto de la trama en detrimento de otros secundarios.
El libreto plantea preguntas incómodas sobre las etiquetas de género y cómo estas pueden restringir la libertad individual, mientras que, al mismo tiempo, explora con agudeza el concepto de familia. El título se convierte en una clave fundamental para interpretar el texto. Es una invitación a cuestionar y desafiar los roles predefinidos que todos debemos seguir, a replantearse la vida no como una serie de casillas a rellenar, sino como un viaje impredecible donde lo más importante es la aceptación propia y ajena. La obra nos recuerda que, en última instancia, lo que más importa es ser fiel a uno mismo, sin importar las normas o expectativas. El título, por tanto, encapsula esta idea de manera magistral, revelando que en el caos aparente de las relaciones humanas hay espacio para la reflexión y el cambio.
La dirección de Virginia Avilés es, sin lugar a duda, uno de los grandes aciertos de esta producción. Chispeante, divertida y llena de energía, consigue mantener un ritmo que atrapa al espectador desde el primer momento, sin permitir que la atención decaiga en ningún instante. Avilés demuestra un profundo conocimiento de los tiempos cómicos, manejando con precisión los giros del libreto y asegurando que el dinamismo fluya de manera orgánica, llevando al público por una montaña rusa de emociones, desde la risa más desenfadada hasta momentos de ternura y reflexión.
Uno de los puntos más destacables es el uso cuidadoso y maduro del espacio escénico. La puesta en escena, lejos de ser estática, se convierte en un elemento vivo que complementa la acción y potencia el juego de enredos de los personajes. La directora sabe aprovechar cada rincón del escenario, dotando de significado a cada movimiento y manteniendo una interacción constante entre los actores y el espacio. Además, introduce con destreza recursos teatrales clásicos como los aparte, pequeños monólogos en los que los personajes rompen la cuarta pared para compartir sus pensamientos con el público, lo que añade una capa extra de complicidad y humor. A su vez, la inclusión de momentos musicales, aportan frescura y dinamismo a la obra. Lejos de ser meros interludios, se sienten como una extensión natural de la acción, reforzando el tono festivo y ligero de la comedia, mientras ofrecen respiros cómicos y emotivos que permiten al público conectarse aún más con la historia.
El reparto, integrante de la Asociación Cultural de Teatro Neska, demuestra una gran cohesión y una complicidad palpable en escena. Cada actor aporta matices únicos a sus personajes, logrando un conjunto equilibrado y dinámico que refuerza la comicidad y la emotividad de la obra. Senén Marto se desdobla de su faceta de dramaturgo y encarna a un Samuel sentimental e intenso, con una mezcla perfecta de emotividad y excentricidad que añade una capa hilarante al personaje. Su interpretación está llena de matices, alternando entre la vulnerabilidad emocional y una comicidad desbordante, haciendo de cada una de sus apariciones un placer para el público. Luismi Torrecillas como Alberto ofrece una interpretación más ruda y contenida que el anterior. Su presencia aporta estabilidad dentro del caos familiar, aunque no está exento de momentos cómicos. El también periodista maneja con acierto el equilibrio entre lo más rígido de su personaje y los destellos de humor que surgen a través de su interacción con Samuel y Carlos.
Por su parte, Adrián Ocaña entrega una actuación delicada y profundamente sentimental como Carlos. Es el centro emocional de la obra, y su evolución a lo largo de la trama permite al público conectar con su vulnerabilidad y su deseo de ser auténtico. Sin embargo, queda la sensación de que su talento podría haber brillado aún más si hubiera tenido más momentos protagónicos; una actuación prometedora que deja con ganas de ver más. Unai, el tímido pero encantador amigo de Carlos, es interpretado con gran sensibilidad por Luis Vique. Su aspecto reservado contrasta con los momentos donde se suelta para regalarnos solos con la guitarra que son un verdadero deleite. Este joven actor de gran formación aprovecha al máximo estos instantes musicales, añadiendo una dimensión extra a su personaje que enriquece el conjunto. Además también se viste de un entrañable y juguetón Peter Pan, para dar un extra de reflexión. Y hasta aquí puedo leer.
María Jesús Valero brilla como la divertida, fuerte e independiente Yaya Elena. Su interpretación está llena de chispa y vitalidad, y aporta algunos de los momentos más cómicos de la obra. Con gran carisma, Valero encarna a una abuela que no se deja intimidar por las circunstancias, convirtiéndose en un personaje fundamental dentro del entramado emocional de la familia. Por último, Elena González interpreta a Amaya, la jefa de estudios, quien añade un grado más de complicación a la trama con sus momentos estelares. Su personaje funciona como un catalizador de conflictos, y González lo aborda con energía y precisión, contribuyendo a que los enredos se multipliquen y manteniendo la tensión cómica en su punto más alto.
Dramaturgo: Senén Marto
Director: Virginia Avilés
Ayudante de dirección: Ángel Ruiz
Compañía: Asociación Cultural de Teatro Neska
Reparto: Senén Marto, Luismi Torrecillas, Adrián Ocaña, María Jesús Valero, Javier Madruga/ Luis Vique y Elena González
Técnico: José Carlos González
Diseño Cartel: M2 Integral Design
Escenografía: ATE. Taller escénicas