Tanya Beyeler y Pablo Gisbert acercan al espectador a explorar las complejidades de la percepción visual y la búsqueda de claridad en un mundo ahogado de imágenes a un viaje abismal titulado La luz de un lago
El Conde de Torrefiel
La compañía fue creada por los dramaturgos Tanya Beyeler y Pablo Gisbert. Pablo Gisbert nació en Ontinyent (València) en 1982. Estudió dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y en l’Institut del Teatre de Barcelona. En 2011 recibió el Accésit al Premio Marqués de Bradomín y en 2013 el Premio Sebastià Guasch de Barcelona por su labor dramatúrgica dentro de la compañía de danza La Veronal. Gisbert presenta sus propias creaciones con su compañíaEl Conde de Torrefiel, junto a Tanya Beyeler. El Conde de Torrefieles un proyecto escénico que fluctúa entre la literatura, las artes plásticas y el movimiento coreográfico, y ha estado en festivales de España, Europa y Latinoamérica. Pablo Gisbert ha sido propuesto para la plataforma europea de dramaturgia contemporánea Fabulamundi: Playwriting Europe. En 2015 recopiló todos sus textos en un libro titulado Mierda Bonita con la editorial La Uña Rota.
En Una imagen interior, su pieza anterior, se metieron a vueltas con el concepto de Realidad, desplegando una serie de cuerpos, materiales y palabras en escena que apelaban a la imaginación del espectador. “Cuando se habla de realidad, se habla de ficción, y si hablamos de imaginación, hablamos de imágenes. Y las imágenes están al principio del proceso que lleva a La luz de un lago. La profusa maraña de imágenes que nos envuelve, hasta volvernos ciegos”, afirman Tanya Beyeler y Pablo Gisbert.
La luz de un lago
La luz de un lago es un viaje abismal que lleva al espectador a explorar las complejidades de la percepción visual y la búsqueda de claridad en un mundo ahogado de imágenes -explican Tanya y Pablo. La trama gira en torno a la realización de una película del mismo nombre, siguiendo las historias entrelazadas de una niña, un mendigo y una bailarina, quienes se enfrentan a la pérdida gradual de la visión”. Con una concepción muy plástica y el uso de materiales orgánicos -también por el concurso en la creación de la pieza de La cuarta piel, colectivo alicantino conformado por arquitectos, escritores, ceramistas, joyeros y artistas que se define como comunidad de prácticas que vincula procesos participativos al cuidado del entorno-, la puesta en escena desafía los límites del lenguaje y de las convenciones teatrales. La obra utiliza la ceguera como metáfora del colapso provocado por los espejismos, los trampantojos y las alucinaciones que emanan de ver demasiado. Texto proyectado, como de costumbre, voces en off y un trabajo concienzudo con el sonido, son algunos componentes usados para abordar la construcción de una poderosa imagen invocada pero difícil de alcanzar en un mundo lleno de desenfoques.