«El sentido del humor: Dos tontos y yo» se presenta en el Gran Teatro CaixaBank Príncipe Pío como una exploración cómica profundamente humana y universal. Este espectáculo, una colaboración de comedia entre tres pesos pesados del humor ibérico, resulta un ejercicio metateatral que juega con el absurdo, la reflexión y las dinámicas del escenario.
La obra apuesta por una fórmula sencilla pero efectiva: el humor como catalizador de introspección. Los tres protagonistas —monologuistas de reconocido prestigio— abordan el proceso creativo y los retos de la comedia mientras interactúan entre ellos y con el público. Este meta-discurso se siente fresco y orgánico, gracias a un guion que combina la chispa del humor clásico con giros contemporáneos. El espectáculo adopta como hilo conductor una pregunta que resuena profundamente: ¿tiene límites el humor? Desde esta premisa, los actores desmenuzan diferentes estilos cómicos —desde el absurdo y el sarcasmo hasta el negro y el físico—, no solo discutiéndolos, sino ejemplificándolos con chistes, gags y reflexiones que convierten la teoría en práctica. Este formato híbrido, entre conferencia teatralizada y cabaret cómico, es uno de los puntos más originales y atractivos de la obra.
A lo largo de la función, la narrativa se organiza como un homenaje al humor en todas sus formas. Cada escena parece diseñada para provocar una risa inmediata mientras invita al espectador a reflexionar sobre la naturaleza de esa risa. ¿Es legítimo reírse de todo? ¿Cuáles son las consecuencias de cruzar ciertas líneas? Estas preguntas, aunque planteadas con ligereza, dejan un eco profundo en la audiencia. La idea de usar el humor como vehículo de reflexión es potente, pero la ejecución se siente algo contenida en ciertos momentos. Si bien Mota, Segura y Flo muestran una maestría indiscutible al navegar por los terrenos más resbaladizos con chispa y destreza, el espectáculo podría haberse beneficiado de mayor audacia escénica, sketches conjuntos que potenciaran la química del trío o monólogos más largos y elaborados. Estas inclusiones habrían añadido mayor dinamismo y un punto extra de innovación que, aunque no imprescindible, podría haber elevado la experiencia.
Lo que realmente sostiene este recital cómico es la extraordinaria química del trío protagonista. Cada intérprete aporta un estilo único: uno más crudo, otro más sarcástico y el tercero con un toque reflexivo que ancla las escenas más frenéticas. Que cada cual adivine quién es quién. Estos contrastes potencian la narrativa y ofrecen un abanico de registros que garantizan risas constantes. El primero encarna la comedia más visceral, esa que no se anda con rodeos y va directo a los instintos básicos del público. Su estilo, cargado de referencias explícitas, sexuales y a menudo irreverentes, apuesta por lo políticamente incorrecto para arrancar risas inmediatas. Con un desparpajo que raya en lo provocador, construye su monólogo como un carrusel de referencias tabú y exageraciones grotescas, manteniendo siempre al público en vilo.
El segundo humorista es el encargado de traer el caos al escenario. Su estilo físico, surrealista y absolutamente impredecible desarma al público y lo empuja a reír sin filtro. A través de un humor que a menudo no tiene ni pies ni cabeza —y precisamente por eso funciona—, logra convertir situaciones aparentemente simples en episodios hilarantes. Su dominio del espacio y del lenguaje corporal es impecable, y su capacidad para jugar con el silencio o con situaciones inesperadas demuestra su experiencia en el arte del absurdo. Por último, el tercer monologuista adopta un enfoque íntimo y narrativo, recurriendo a experiencias personales para construir su relato. Con un estilo que conecta rápidamente con el público, ofrece reflexiones llenas de ironía y ternura, explorando lo cotidiano desde una perspectiva humorística.
Más allá de las carcajadas, «El sentido del humor: Dos tontos y yo» deja una reflexión poderosa: la risa es un patrimonio del ser humano, un acto universal que nos une y nos define. Los tres protagonistas, con sus estilos contrastantes, subrayan esta idea al demostrar que la risa puede nacer de lo más básico, de lo absurdo o de las experiencias más personales. En un mundo cada vez más complejo, el espectáculo nos recuerda que no debemos renunciar a este acto tan humano y necesario. Al jugar con el absurdo, la provocación y la introspección, esta propuesta matinal se convierte en algo más que una comedia: es una celebración de la risa y de nuestra capacidad de encontrar humor en todo lo que nos rodea. Que el público decida quién es más tonto, o si todos lo somos un poco, no hace más que reforzar la idea de que la risa, en su diversidad, es un regalo del que nunca deberíamos privarnos.