Una producción de Teatro del Barrio que se estrena el próximo 18 de septiembre en este escenario, y ya tiene previstas funciones en el Teatro Arniches de Alicante, en el Rialto de Valencia y en el Central de Sevilla
El texto conecta con la picaresca, su estructura se inspira en El Lazarillo de Tormes y constituye una observación sobre por qué, en el siglo XXI, la construcción de toda personalidad se basa en tener algo que hacer
“Pero aún quedaba pendiente aquello, este espectáculo que estrenamos ahora, que pretende darle al clown una altísima dignidad”, puntualiza Rosal. Hoy tengo algo que hacer es también una producción de Teatro del Barrio, que se estrena el próximo 18 de septiembre en este escenario. Es un regalo que le hace Pablo Rosal, que ha escrito el monólogo y lo dirige, a Luis Bermejo, que lo interpreta. “Con Hoy tengo algo que hacer nos disponemos a presentar las peripecias de un héroe moderno que, siguiendo los cauces de la gran tradición picaresca, parte del hogar con el propósito de comprender qué es esto de tener una ocupación, un algo que hacer que sustenta y organiza cualquier existencia”, explica Pablo Rosal.
Homenaje a una tradición literaria
Para el autor, “es un gustazo escribir un texto para un payaso. Para Luis. Está elaborado pensando en sus cualidades específicas como actor”. Desde siempre, a Rosal, que durante años -y tras una primera etapa teatral en la que colaboró, entre otras compañías, con Agrupación Señor Serrano- ejerció de profesor de literatura en un instituto, lo fascinó El Lazarillo de Tormes. “Y ahora me doy la oportunidad de recuperar su lógica, la de ese título que fue la primera novela moderna junto con Don Quijote de La Mancha”. Como El Lazarillo, la estructura de Hoy tengo algo que hacer se vertebra en siete tratados, y la dinámica es la misma: primero el personaje revela quién es, qué lo define. Luego, explica qué lo ha conducido a serlo.
Evoca, también, la novela de formación. “Se evoca el origen de la literatura moderna, cuando la realidad pasa a ser el centro de atención”, analiza Pablo Rosal. Y en este texto que, coincidiendo con su estreno, publica la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, también se reconoce la huella de otros estilos, de Quevedo a Albert Pla. Pero el juglar al que juega Luis Bermejo, este cuentacuentos, nace de la picaresca pura y dura. ¿Y por qué recuperar ese subgénero en el siglo XXI? “Porque es importante. Porque tenemos que hacer algo para desmantelar tantas capas de orgullo y de yoísmo. Hoy, los discursos vitales se construyen con demasiado poco. El clown acomete una limpieza, busca un punto de convergencia y comunión entre las personas. Le quita el orgullo a todo el mundo. Nos ofrece un viaje viendo cómo la gente está ocupadísima, y eso es lo que construye la identidad del mundo. El clown, que se sabe nadie, es capaz de ver mucho más allá. Sabe que no tiene habilidades. Solo tiene corazón”, mantiene Pablo Rosal.
Una vida apoyada en el hacer
La obra, que ya tiene funciones previstas en Teatro Arniches de Alicante, en el Teatro Rialto de Valencia y en el Teatro Central de Sevilla, aborda una cuestión que, “lejos de ser un tema anecdótico o elemental, o precisamente por esto último, se nos antoja como algo fecundísimo el poner atención sobre este fenómeno absolutamente universal, que atraviesa y fundamenta toda psique: la construcción de cualquier personalidad se basa en el tener algo que hacer, el relato de cada cual respecto al resto se sostiene en el valor y significado que le otorgamos al algo que hacer”, sostiene Pablo Rosal.
Este es el tercer eje sobre el que se erige Hoy tengo que algo que hacer, además de la reivindicación del payaso y el homenaje a la literatura picaresca. Y es el que le da título: “estamos justificando desesperadamente nuestra vida en el hacer. Todo el mundo sostiene su vida en tener algo que hacer. Si lo pensamos bien, es un momento peligroso: la inteligencia aleatoria está sustituyendo todo, pero estamos muy mal construidos en nuestras raíces. Nos falta contemplar, observar, relacionarlo todo. Estamos jugando muy fuerte”.
Y “sólo el payaso es capaz de emprender tamaña empresa con luminosidad, pues su insustancialidad fundacional e inherente, su distancia con cualquier certeza o seguridad y su inagotable curiosidad y sorpresa nos permite adentrarnos en esta investigación”. El dramaturgo sostiene que “en este siglo XXI desvelado, literal, arrasado, sin apenas motivaciones mágicas o simbólicas y con una insaciable tecnología abstracta que no va a parar hasta simplificar la vida y desposeerla de toda voluntad, el algo que hacer se nos presenta como una rudimentaria incógnita, una duda desesperada para el devenir”.
Un festín cómico
Mediante un relato torrencial, rico en encuentros y ocurrencias, este monólogo se propone desplegar un festín cómico y poético. “Para asumir el reto, no se nos ocurre nadie más atinado y poderoso que el gran Luis Bermejo. Su capacidad sugestiva, su encanto y su comicidad son un trampolín ideal para encarnar lo expuesto”, asegura Rosal. Luis Bermejo, un actor con dos nominaciones a los Premios Goya, varios galardones de la Unión de Actores y Actrices y un Premio Talía, ha sido cofundador de la compañía El Zurdo (1995), y colaborador habitual de la compañía Animalario y de Teatro del Barrio. También ha sido Azarías en la versión escénica de Los santos inocentes y, junto con Javier Gutiérrez, productor y protagonista de El traje, de Juan Cavestany, que recientemente acaba de reponerse en una larguísima gira por toda España, una década después de su estreno. Además, en cine, a Bermejo lo hemos visto en La soledad (Jaime Rosales, 2007), Una palabra tuya (Angeles González Sinde, 2008), De tu ventana a la mía (Paula Ortiz, 2011), fue aquel padre angustiado de Magical Girl (Carlos Vermut, 2014), un amante de los sueños profundos en Kiki el amor se hace (Paco León, 2016), volvió a las órdenes de Paco León en Rainbow (2022), y recientemente ha estrenado Norberta (2024), una comedia con tintes dramáticos y trasfondo LGTBIQ+ con dirección de Sonia Escolano y Belén López.