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Año VIIINúmero 379
22 NOVIEMBRE 2024

«La grandeza» y «El recogimiento», las dos publicaciones lanzadas por la Compañía Nacional de Teatro Clásico esta temporada

La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha iniciado este año una colección de libros vinculados al análisis de las perspectivas de creación y recepción de teatro del Siglo de Oro.

Esta temporada han presentado dos volúmenes:

  • La grandeza. Teatro, poesía y política en la España del Siglo de Oro, escrito por María Condor Orduña, doctora en Historia del Arte y licenciada en Filología y en Derecho.
  • El recogimiento. La ventura del yo, escrito por Gregorio Luri, maestro, licenciado en Pedagogía y doctor en Filosofía.

Se trata de dos libros editados de forma sugerente e informal que nos permiten aproximarnos a las grandes ideas que sustentan los temas y estrategias narrativas del teatro del Siglo de Oro. Dos libros breves que nos hablan de líneas de creación de la consciencia colectiva aparentemente antagónicas, pero profundamente complementarias.

 

La grandeza. Teatro, poesía y política en la España del Siglo de Oro

El arte del Barroco, ese mundo inmenso, complejo, lleno de luces deslumbrantes y de sombras unas veces enigmáticas y otras atormentadas, nos sigue hechizando. Y lo hace con sus contradicciones: su espiritualidad y su sensualidad, su gestualidad vacua y su sinceridad desgarrada, sus apoteosis retóricas y sus temblores místicos, su vuelo aéreo y su peso terrenal, su anhelo de libertad y sus sujeciones esclavizadoras, su búsqueda de lo invisible en lo visible y del símbolo en cada objeto, su ansia de perduración y su torturada conciencia de la fugacidad de la vida y la belleza. Es juego, asombro, admiración, paradoja, trampantojo, engaño y desengaño, vida y sueño. Nos hechiza, en buena medida, porque es así de humano, así de próximo.        

La línea maestra de este libro es la grandeza: el poder y sus mecanismos, la utilización de los recursos que el arte, singularmente el teatro, le ofrece, para su propaganda política y religiosa, presentando un mundo homogéneo que no existe, un orden imaginario, una falsa catarsis y una falsa resolución de conflictos; la imagen de una sociedad persuadida y conforme, una superficie límpida como un cristal, pero debajo de la cual bulle una multitud de conflictos, y todo ello en un clima espiritual y material de crisis e incertidumbre que monarquía, nobleza e Iglesia tratan de sobrevolar para mantener sus privilegios.

Si reconocemos todo esto, también defendemos que lo que más importa es el mundo de arte, de belleza y poesía que esos artistas crean, paradójicamente gracias a aquellos individuos obsesionados por el poder que los impulsaron, subvencionaron y contrataron.

Así pues, un libro sobre el arte barroco debe ser un Jano bifronte, con un rostro vuelto hacia las estructuras históricas que presidieron su nacimiento y las condiciones materiales y sociales en las que surge, y otro hacia el cúmulo de obras que nos legaron, muchas de ellas geniales: la raíz poética del teatro áureo es lo que vamos a reivindicar aquí a cada paso.

No podemos olvidar, ni lo creemos necesario, que somos personas de nuestro tiempo y que nuestra mirada es otra, obligadamente crítica, libre e irreverente. Se ha dicho que los textos no deben leerse solo como artefactos históricos, que cada época, cada generación, debe hacer su propia lectura. Lo ideal, creemos, es combinar las dos cosas, en aras de la propiedad filológica y de la búsqueda del reto intelectual.

Toda cultura dirigida estalla por las costuras, y en función de este hecho hemos organizado los capítulos, con la intención de escudriñar las relaciones dialécticas entre lo que hay y lo que no hay, y por qué no lo hay. En aquella sociedad, todo se articula en esquemas de poder: ricos sobre pobres, aristócratas sobre plebeyos, españoles sobre los demás, católicos sobre judíos y musulmanes, blancos sobre negros, indios y morenos, hombres sobre mujeres, heteros sobre cualesquiera otros, cristianos viejos sobre conversos de todo origen, por no hablar del inframundo de la delincuencia común, un inmenso patio de Monipodio nutrido por la miseria.

Especial relevancia tienen la situación de las mujeres, la mitad de la población, salvo excepciones recluidas y en buena medida apartadas de la vida profesional y laboral, económica y creativa; las relaciones familiares e intergeneracionales, no siempre fáciles; la presencia de grupos nunca totalmente asimilados y siempre más o menos rechazados o marginados: judíos, judeoconversos, moriscos, negros –por lo general esclavos–, gitanos, indios, pobres y mendigos, bandoleros… Al final, si sumamos, es mucho más que un conjunto de minorías numéricamente poco relevantes.

Todas ellas hacen sus apariciones en la escena, con mayor o menor fortuna, como también lo hace también el mundo de la ambigüedad sexual y de género, la androginia y la homosexualidad, y en paralelo el uso del travestismo masculino y femenino, aunque las más de las veces responde a motivaciones y situaciones que nada tienen que ver con la ambigüedad. Tiene presencia también en estas páginas la visión de la naturaleza, marco de tantas escenas dramáticas o amorosas, siempre con una potencia simbólica inmediatamente identificable –el lugar agreste, el amable entorno pastoril, la gruta, el jardín–, en ocasiones como remembranza de la mítica Edad de Oro.

Culmina y completa este camino de perfección de las artes poéticas barrocas la música, camino ascensional y supremo sueño barroco, que resulta ser vida gracias sobre todo al genio de Calderón, el cual culmina a su vez en una ópera, la única del Siglo de Oro cuya música se ha conservado y recuperado.  

María Condor

 

Sobre la publicación

La línea maestra de este libro es la grandeza: el poder y sus mecanismos, la utilización de los recursos que arte y teatro le ofrecen para su propaganda política y religiosa, presentando un mundo homogéneo que no existe, una superficie límpida como un cristal, pero debajo de la cual bulle una multitud de conflictos.

Toda cultura dirigida estalla por las costuras con sus esquemas de poder: ricos sobre pobres, aristócratas sobre plebeyos, españoles sobre los demás, católicos sobre judíos y musulmanes, blancos sobre negros e indios, hombres sobre mujeres, héteros sobre cualesquiera otros, cristianos viejos sobre conversos…

Sin embargo, lo que más importa es el mundo de arte, belleza y poesía que los autores crean; un libro sobre el Barroco debe ser un Jano bifronte, con un rostro vuelto hacia las estructuras históricas que presidieron su nacimiento y otro hacia la raíz poética del teatro áureo, que es lo que vamos a reivindicar aquí.

Culmina este camino de perfección la música, supremo sueño barroco que resulta ser vida gracias sobre todo al genio de Calderón y a una ópera, la única del Siglo de Oro cuya música se ha conservado y recuperado.  

 

María Condor, datos biográficos

María Condor Orduña es doctora en Historia del Arte y licenciada en Filología y en Derecho. Aparte de su labor museística y como traductora de inglés, francés, alemán, hebreo, italiano, neerlandés y noruego, como investigadora desarrolla una triple dedicación a la historia del arte y de la literatura, sobre todo del Barroco, y a la musicología; en la actualidad trabaja sobre los contratenores y voces afines en la historia y en un libro sobre música y androginia. Es autora de numerosas publicaciones; colabora en revistas como Raíces. Revista Judía de Cultura, Scherzo y Descubrir el Arte y es conferenciante del Museo del Prado, la Asociación de Amigos del Museo del Prado y el Centro Sefarad-Israel de Madrid.

 

 

 

El recogimiento. La aventura del yo 

Este libro es una invitación al lector español para que celebre un legado espléndido que, teniéndolo a él como heredero, no podrá recibir si no lo reclama: el legado del Siglo de Oro. Es esta una herencia tan rica que puede recibirse de muchas maneras. La elegida por el autor como hilo conductor es la del despliegue de «la aventura» del yo, bajo la hipótesis de que si hay algo común en los autores de los siglos XVI  y XVII es la búsqueda (activa o pasiva) de la propia individualidad. Cuando don Quijote proclama, con el mayor orgullo, su «Yo sé quien soy» está culminando este despliegue. Que sea precisamente él quien lo haga no deja de ser una provocación intelectual.

El seguimiento de «la aventura del yo» nos permite descubrir en el Siglo de Oro una unidad que supera las diferencias canónicas entre Renacimiento y Barroco, y disfrutar de la fiesta imperecedera del encuentro gozoso de unos hablantes geniales con su lengua. Estos hablantes, además, poseyeron una decidida voluntad de exploradores del alma que les permitió crear unas obras de tal magnitud que se han convertido en figuras del espíritu universal.

Ninguna herencia cultural está garantizada si sus destinatarios naturales se vuelven insensibles a su valor. Es decir, si no están dispuestos a verse a sí mismos, al menos de tarde en tarde, como contemporáneos de Lope, Cervantes, Quevedo, Calderón, Suárez, San Juan… Un clásico es un autor que nunca decepciona, pero no por lo mucho que sabe de su tiempo, sino por lo mucho que ha visto del nuestro. Un clásico merece este nombre cuando ha descubierto en nosotros facetas profundas que sin su luz nos pasarían desapercibidas. Un clásico nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Precisamente por ello nos permite ampliar los límites de nuestro presente y observarlo con cierta objetividad desde la distancia, condición imprescindible para conocerlo bien.

Un clásico es un autor que nunca decepciona, pero al que podemos decepcionar si no sabemos heredarlo. Se ha dicho que el mediocre es aquel que está al lado de la grandeza sin enterarse.

Desde la cárcel de León, Quevedo nos dirigió una carta en la que decía: «Creamos a los libros que advierten sin interés; a los autores ancianos, que por estar ya desotra parte de muchos siglos, ni pueden lograr los oprobios ni comprar aplausos con las adulaciones. Su reprehensión no enoja al perdido que la lee, ni su alabanza desvanece al virtuoso. Los maestros difuntos son tolerables, porque hablan con los vicios, con las personas que los tienen, no contra las personas».

Gregorio Luri

 

Sobre la publicación

Este libro es una invitación cordial a mantener vivo un patrimonio del que somos inevitablemente descendientes, pero quizás, también, unos herederos descuidados, ya que no parecemos muy predispuestos a pleitear contra el olvido en defensa de nuestros derechos de sucesión. Se trata del increíble patrimonio de nuestro Siglo de Oro.

La perspectiva elegida para mostrar esta herencia es la del recogimiento, entendido como una apasionada exploración colectiva del yo. España era un hervidero de adelantados en la conquista del alma. De ahí el clamor de yoes que nos llegan desde el pícaro, el místico, el filósofo o el conquistador y que culmina en las páginas del Quijote con la más orgullosa autoproclamación del yo de toda la literatura del Siglo de Oro: «Yo sé quién soy».

Sostenía Valera que la edad de la razón no empieza ni con Bacon ni con El discurso del método, sino el día en que Juan Sebastián Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522. No le falta razón precisamente porque Elcano es el símbolo de tantos circunnavegadores del alma como había en España.

 

Gregorio Luri, datos biográficos

Gregorio Luri Medrano nació en Azagra, Navarra, en 1955 y reside en El Masnou (Cataluña) desde 1979. Maestro, licenciado en Pedagogía y doctor en Filosofía. Es autor de dos docenas de libros de educación, filosofía e historia, entre ellos ¿Matar a Sócrates?, El cielo prometido, La imaginación conservadora o La escuela no es un parque de atracciones. El último, del que se siente especialmente orgulloso, lo ha escrito con su nieto Bruno de 10 años, a cuatro manos. Se titula Mi familia es bestial.  Luri ha sido galardonado con el Premio de ensayo Juan Gil Albert, el Premio Mejora tu Escuela Pública y la Medalla de Carlos III el Noble del Gobierno de Navarra.

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