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Año VIIINúmero 379
21 NOVIEMBRE 2024

María Fernanda D’Ocón, el gran descubrimiento

María Fernanda D'Ocón
María Fernanda D'Ocón
Un día lejano de 1992 compré una entrada para ir a ver una función que protagonizaba María Fernanda D’Ocón en la obra “Cena para dos” de Santiago Moncada, junto a Manolo Codeso y Milagros Ponty. Recuerdo la portada de la función: un plano de María Fernanda bailando, con esos ojos pizpiretos y grandes, pintados con una raya negra, la boca roja y el pelo negro azabache con sus particulares rizos. Oír su voz y su forma de interpretar me dejó completamente enamorado. El color de su voz era distinto al de todos los demás, y de una capacidad emocional fuera de lo convencional.

A fuerza de tanto oírla y verla acabé obsesionado. Una maravillosa actriz que no hace televisión ni cine. No es mediática, y encima cuando me acerco a ella me abre sus brazos como si nos conociéramos de toda la vida. Rápido me dio su contacto y fueron muchas las ocasiones en las que pudimos compartir algún tiempo juntos. Además, seguí su trayectoria. Los bosques de Nyx dirigida por Miguel Bosé, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, junto al gran Gerardo Malla y dirigida por Adolfo Marsillach, Las bacantes de Eurípides, Mi hijo y yo, Tartufo, Misericordia y Antígona. Pero de todas ellas, tres tuvieron un carácter especial. Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? por ir a varias plazas con la compañía y celebrar con ella uno de mis cumpleaños. Aunque todo esto pueda parecer algo banal, el hecho de poder compartir con grandes de la escena el día a día te enriquece personal y culturalmente hablando. Son muchas las anécdotas que atesoran y mucho que transmitir sobre los directores, sobre el teatro, y sobre otros compañeros con los que han trabajado. Además de la evolución del medio. Misericordia fue otra de las funciones que se clavaron en mi corazón. ¡Cuántas veces la había oído hablar de esa producción! Una función de teatro que le marcó para siempre, y a mí también. 

Pero la función que verdaderamente más me marcó fue Tartufo. Una producción en donde la D’Ocón no asumía un papel protagonista, pero que se representó en su estancia en Madrid en aquel teatro que dejaría huella en mi vida, el Teatro La Latina. Pues allí estuve con ella, entre cajas, por fin tendría la oportunidad de pisar las entrecajas de aquel palacio de la revista y donde había visto por primera vez a la genial Lina Morgan. 

María Fernanda D’Ocón en imagen promocional del Teatro Español

Más tarde volvimos a coincidir, llamadas de teléfono, pero la vorágine del trabajo y del día a día no nos permitió hablar todo lo que hubiñesemos querido. Una enciclopedia del teatro más contemporáneo. Los mejores momentos eran las merendolas antes de entrar al teatro, mientras yo seguía ensimismado su conversación, como si nada más importara alrededor.

Llamativo resultaba cuando contínuamente contaba aquello de que no quería ser actriz. Que le llegó un poco por casualidad. Casada con Mario Antolín, del que se separaría a los veinte años de matrimonio, y quien la introdujo de lleno en el teatro, pues él dirigía, siempre se empeñó en ser una muy buena ama de casa y una excelente madre. Pero ninguno de aquellos dos anhelos se cumplió. A cambio, fue durante diez años primera actriz del Teatro María Guerrero dirigida por José Luis Alonso. 

A pesar de ser una de las grandes damas del teatro, María Fernanda también cosechó grandes éxitos en televisión. Pero en aquella televisión que no hacía a los actores tan ‘famosos’. Estuvo considerada como una de las pioneras de la televisión en España. Su rostro era ya habitual en la pantalla de Televisión Española a los pocos meses de la inauguración de la primera cadena del país. Desde 1957 participaba en varios espacios dramáticos rodados en la entonces sede de TVE, situada en el Paseo de La Habana de Madrid. Ese mismo año protagonizaba una de las primeras series de TV españolas: Los Tele-Rodríguez, de Arturo Ruiz Castillo, junto a Mario Antolín, así como la adaptación de la novela Oliver Twist, de Charles Dickens, a las que seguiría la primera temporada de Palma y Don Jaime, junto a Antonio Casal.

La actriz en una imagen promocional de una de sus últimas funciones, ‘Juntos y separados’

En los años sesenta y setenta interviene en numerosos espacios de teatro televisado emitidos a través de Teatro de siempre o Estudio 1, que le permite interpretar a Tirso de Molina, Miguel Mihura, Carlos Arniches…Especialmente recordada fue su interpretación del papel de Benigna en la obra Misericordia de Benito Pérez Galdós, coprotagonizada junto a José Bódalo y emitida en Estudio 1 el 25 de abril de 1977. Ambos actores repetían personaje interpretado en teatro cinco años antes.

También protagonizó otro clásico de la televisión: la obra de terror El televisor (1974), dirigida por Chicho Ibáñez Serrador dentro de la serie Historias para no dormir y en la que interpretaba a la abnegada esposa de un enloquecido Narciso Ibáñez Menta.

Entre 1979 y 1981 se puso al frente del reparto del programa infantil La mansión de los Plaff. Con posterioridad intervino en la serie Dime que me quieres (2001) en Antena 3.

Debutó en la gran pantalla con la película El alcalde de Zalamea (1954), una adaptación del clásico de Calderón de la Barca dirigida por José Luis Gutiérrez Maesso. Sin embargo, su carrera cinematográfica no tendría excesiva continuidad. Rodó solo nueve películas en cuarenta años de carrera.

Collage con algunas imágenes de la actriz

María Fernanda Conejos Gómez, conocida como María Fernanda D’Ocón (Valencia, 2 de noviembre de 1931-Gualba, Barcelona, 24 de marzo de 2022) desarrolló una destacada carrera en el teatro —obtuvo en dos ocasiones el Premio Nacional de Teatro, entre otros galardones—, demostrando excelentes aptitudes tanto para la comedia como para la tragedia, con un repertorio muy variado. 

En una gran entrevista que le hizo Rosa Alvares para la revista Figuras del Ministerio de Cultura, la misma D’Ocón afirmaba sobre su secreto a la hora de afrontar un papel: “Siempre me he nutrido del texto, de mi sensibilidad y de mi vitalidad. Nunca he tenido otros referentes que no fuera yo misma, para bien o para mal. Si he aceptado un papel, es porque ya había conectado conmigo, porque había entrado dentro de mis vericuetos. Siempre he amado a mis personajes en escena, pero cuando caía el telón, se quedaban allí. Ninguno me ha hecho cambiar mi pensamiento o mi forma de ser; nunca me han marcado, si acaso he sido yo quien lo ha hecho con mi manera de interpretar”.

Siempre la recordaré, junto a la puerta del camerino, acariciándome los hombros, mirándome a los ojos y diciéndome sonriendo con picardía:  “¡Te cambio mis años por los tuyos, y lo pasado, pasado!

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