“Cerca de la casa de mi infancia, un tren pasaba al borde del agua, a diez kilómetros hacia el oeste. Escuchábamos siempre pasar el tren, a cualquier hora, de día y de noche. Aquello me parecía tan extraño: no escuchábamos ni el autobús que pasaba por la calle, ni los coches, pero el tren a diez kilómetros sí conseguía captar nuestra atención. Nos llamaba. Nos hacía promesas de aventuras, de tierras desconocidas, portadoras de esperanza, un viaje nostálgico hacia lugares y épocas olvidadas. Seguimos una voz que nos es propia, formamos una comunidad involuntaria e inesperada, reunida en un momento de vacío suspendido entre dos vidas, aquella a la que hemos renunciado y aquella que nos preparamos para vivir"....