Entre la nómina de los autores de comedias burlescas hay muchos semidesconocidos, otros que se ocultan bajo seudónimos (inolvidable Velázquez del Puerco que también fue de Puerto) y no podía faltar el dramaturgo de cabecera de Felipe IV, don Pedro Calderón de la Barca. Hemos perdido un Don Quijote y una Celestina de Calderón que, probablemente, respondían a este género; pero nos queda una obra suya que ha renacido en Almagro de la mano de auténticos especialistas de esta curiosidad teatral. La obra es Céfalo y Pocris, que debió de estrenarse mediado el siglo XVII, y los especialistas Teatro del Velador, con Juan Dolores Caballero a los mandos. Hace ya unos años, nos deslumbraron con El rey Perico y la dama tuerta, comedia burlesca por escatológica. Y antes nos hicieron reír con Las Garcias mohosas.
Céfalo y Pocris no encuentran con quién reírse
Teatro del Velador conoce su oficio, pero con Calderón la cosa se complica. Apenas se rio nadie durante la función en el Aurea. Y eso, en una comedia burlesca, es grave. Es, por otro lado, comprensible, porque el texto se las trae. Déjenme un minuto y les resumo el argumento, pero abran la mente, que si no, no hay manera. Resulta que se encuentran un náufrago y un desempeñado por un burro, llegan a un lugar (en la obra original una gruta que es casi como la de Platón) en el que el rey ha encerrado a sus dos hijas recién nacidas porque los augurios no fueron buenos (¿les recuerda a un tal Segismundo?). Las niñas ya no lo son. Tienen una doncella. El rey tiene un consejero, que tiene una hija. Y el rey tiene un hijo. El hijo visita a la hija del consejero, Aura. Nos falta por presentar al gigante, que Teatro del Velador ha convertido en un enano. El enano es una especie de guardián enloquecido o Ricardo III. Mata al príncipe porque visita a Aura y al rey no le parece demasiado mal. Detiene a Aura por fea y a los dos despistados visitantes. El padre de Aura le ofrece morir para borrar su desagravio envenenada o con una daga. Ella elige el veneno. Cuando lo bebe, el padre le desvela que es una broma, pero la mata. Bueno, no exactamente, se convierte en aire en un juego de magia, porque este tipo de comedias son las antecedentes, junto con muchos autos, de las de magia. Luego el rey lleva a Céfalo (el náufrago) a que juegue a la gallina ciega con sus hijas, como si fuera un cuadro de Goya. Parece que todo va a acabar como un cuadro de Goya: negro, negro. El enano va matar a Céfalo y su amigo, vaya usted a saber por qué. Fundido a negro. Y ahora Céfalo elige entre las dos hijas del rey con quién casarse. Elige a una: Pocris. La elige porque ella no le quiere. La otra sí, pero, claro, no la puede elegir, precisamente por eso. El aire Aura (L’aura petrarquista casi), espíritu juguetón vuelve loco a Céfalo y este le persigue. Pocris persigue al perseguidor y este la mata porque tiene que matar una fiera (revísese en este punto, el que lo desee, el mito de Pocris y Céfalo). Llegan los demás. Céfalo confiesa. No pasa nada. El rey canta un kirie. Fin de la obra.
¿Cómo se les queda el cuerpo? Pues como a los espectadores, que no acabaron de entrar en el peculiar universo de este tipo de obras. Porque a todo esto hay que añadirle una estética desmesurada, feísta, una dicción deliberadamente confusa, una música un poco alta, un señor tocando, bien, en el escenario…
Quizá las expectativas fueran demasiado altas después de haber visto las anteriores creaciones de Teatro del Velador. El encuentro con Calderón, sin embargo, a pesar del trabajo realizado, del esfuerzo por acercarnos aquel otro teatro áureo, no funcionó como debía.
Ya hemos dicho que a obra la dirige Juan Dolores Caballero. La interpretan Belén Lario, Sergio Andolini, Alba Suárez, Juan Ignacio Pérez, Sara Molina, Fran Caballero, Mer Lozano, José Luis Fernández Escudero y Juan Carlos Fernández.