Allí, entre los años 1939 y 1945, fue castigado a sepultar a las personas fusiladas en fosas comunes, que integraron la trágica historia del denominado Paredón de Paterna, escenario de más 2.200 ejecuciones. Y desde allí, Badía Navarro ayudó a las familias en la identificación de cuerpos que se iban dando por desaparecidos. También colocó a los cuerpos de los fusilados en la posición más digna posible. Y gracias a esos gestos que le podían haber costado la vida, en los últimos años se han podido identificar centenares de fosas en la Comunitat Valenciana.
Una historia metateatral
En la obra, un actor prepara un monólogo que representará en pocos días. Lo ha escrito él mismo a partir de lo que su familia, nacida en el mismo pueblo del personaje que interpreta (‘El Enterrador’), le narró durante años, sobre ese personaje y sobre su propio abuelo. Hoy ha acudido al teatro a ensayar solo, horas antes de lo previsto.
El personaje que interpreta ha de enterrar, como cada día, a los fusilados que han llevado al cementerio. Entre los cadáveres de aquel día reconoce a un amigo, también vecino del pueblo, que él creía muerto en el frente. Con él se desfoga, explicándole su situación y lo que está haciendo, poniendo en riesgo su vida, para ayudar a los familiares de los fusilados a localizar el lugar donde los ha enterrado y poder identificarlos cuando se dé la ocasión.
El ensayo se interrumpe diversas veces: llamadas telefónicas del director del montaje y llamadas a su madre, la cual, a causa del actual deterioro de su memoria, sostendrá algunos detalles diferentes respecto a los que él creía saber sobre su abuelo y el amigo muerto del enterrador.
Versión que le hará dudar de cuál es realmente la verdad sobre ellos.