Rojas Zorrilla es uno de esos autores que siempre he leído con verdadera pasión. Creo que sus obras son un paso más allá respecto a la dramaturgia que en el Siglo de Oro deja consolidada Lope, y contribuyen a que la dramaturgia nacional gane enteros en colorido y eficacia —de manera paralela a la obra de Calderón— hasta los años 40. Me atrevería a decir que las obras de ambos son la última evolución original de nuestro teatro patrio antes de que se eche a perder del todo, víctima de las influencias francesas que anegarán nuestro gusto dramático durante los siguientes dos siglos.
Y aunque habitualmente sus comedias requieran maneras un tanto excesivas, cercanas a la farsa, no faltan en sus obras —pegados a los personajes estrambóticos y desmedidos— momentos delicados, llenos de una lírica particular. Es decir, que sus personajes son de carne y hueso, y aman, y sufren penalidades de todo tipo tratando de nadar contra la corriente enloquecida que impone la sociedad en la que transcurre el argumento; reflejo casi grotesco de la realidad que habitaba el espectador. Este es el complicado equilibrio que se plantea en esta pieza: combinar el mecanismo, lleno de ritmo y contraste, del enredo que gobierna el figurón y permitir respirar a los personajes que lo necesitan. Y en ello estamos…
Equipo Artistico