Nos encontramos frente a la adaptación de un texto narrativo excepcional, la “Carta al padre”. Uno de los textos más reveladores de la hermenéutica kafkiana. Esta epístola fue escrita por Kafka para su padre, pero este nunca llegó a tenerla entre las manos. Jamás la recibió. Esta carta, escrita en 1919, desarrolla con una profundidad reveladora la angustiosa relación emocional que Kafka tenía con su padre.
Una dramaturgia para un genio: Mulder, Scully y el Doppelgänger
Una vez finalizada la dramaturgia de esta pieza, ha llegado el momento de decirlo claramente: Kafka me da miedo. Y no me refiero al miedo, comprensible, que puede sentir alguien ante la tarea de adapta un texto suyo. Tampoco a esa angustia existencial que llegan a producir muchos de sus relatos. Tampoco al agobio por escribir un texto que será juzgado, valorado y descuartizado siempre en comparación a Kafka. No, no, no. El miedo que me inspira Kafka es otro tipo de miedo. Porque Kafka tiene un doppelgänger y es él mismo. Me produce un terror inexplicable saber que este hombre, esquelético y con una vida gris, solo iluminada por la tuberculosis, sobrevivió, contra todo pronóstico, al holocausto. Y posteriormente a las purgas literarias soviéticas. Y antes a las purgas de germano parlantes de los nacionalistas checos. Kafka ha sobrevivido a todas las plagas bíblicas. Y si uno visita Praga, como yo NO he hecho, la cara fantasmagórica de este hombre repudiado por todos los totalitarismos y las radicalidades, domina la ciudad: Café Kafka, Librería Kafka…. Y creo, firmemente, que es porque su literatura esconde secretos que todavía no hemos sabido descifrar. Algún día, los expertos en cábala y hermenéutica, lograrán descifrar el enigma: sustituirán las vocales de sus textos por número, las K por vocales, las H por S… Reordenarán los capítulos de sus novelas: el primero será el quinto, el último el que hace diez…, e intercalarán páginas de otras obras. Añadirán páginas en blanco. Mezclarán sus cuentos con sus aforismos. Y hallarán la respuesta. Eso que nos hará entender, sin lugar a dudas, que detrás de esa densa cortina de palabras kafkianas, se esconde una profecía, se esconde una explicación del mundo tal como lo vemos y los vivimos hoy, ahora. Porque Kafka no era un escritor. Era un profeta. Susanna García-Prieto.