El Teatro de La Abadía estrena la tercera parte de la trilogía de ‘Lo propio’, escrita por Javier Lara. En ella, el intérprete regresa a la autoficción para bucear en la relación con su hermana mayor
Junto a Lara, en el reparto, Natalia Huarte y María Morales
Carlota Gaviño afronta su debuten solitario en la dirección
En esta ocasión la dirección corre a cargo de Carlota Gaviño, su amiga, con quien fundó la compañía teatral grumelot y que se embarca, por primera vez en su carrera, en las tareas de dirección en solitario. José Pablo Polo se encarga de la composición musical y de poner música en directo en todas las funciones, mientras que Iara Solano y Carlos Aladro han ejercido de asesores artísticos.
Javier Lara regresa a La Abadía después de La Ternura de Alfredo Sanzol o Mercaderes de Babel de Carlos Aladro. Pero no lo hace solo, le acompañarán sobre el escenario Natalia Huarte (Nise, la tragedia de Inés de Castro de Nao d’amores, Mercaderes de Babel de Carlos Aladro), como un ser natural inexplicable, empático, puro, catalizador de toda violencia y entendimiento, y María Morales (Shock. El cóndor y el puma, de Andrés Lima o Todo el tiempo del mundo de Pablo Messiez), que ejerce de hermana, traída a este espacio para decir mucho, para confrontar, para que el discurso de hermano sea por una vez real, propio, y no permitir que la función se convierta en “solo una obra de teatro”. Así, poco a poco, la obra se va desnudando y despojándose de artificio para prestar toda la atención en las personas en escena.
Tres hermanos, tres obras. Un planteamiento sencillo para contar el mundo desde el yo. Después de hacer cuentas con su padre en Mi pasado en B y de pensar en la muerte junto a su hermano pequeño en Scratch, en esta tercera parte aparece ella: Eva, su hermana mayor, dando asíun cierre circular a esta trilogía. O más bien, lo que de Eva hay en él, porque solo a sí mismo puede pedirse explicaciones.
Esta es la historia de dos hermanos que recibieron una educación muy violenta y tratan de entenderse y amarse, a pesar de todo. Y también la historia de un hombre que trata de entender, a través de su relación con su hermana, su relación con todas las mujeres. Dos hermanos que se temen y liquidan su historia a través del teatro y la educación. Delicuescente Eva es una esperanza de sanación entre ambos.
Sinopsis: Una incursión nocturna a lo profundo del bosque
Dos hermanos perdidos en la oscuridad. Un coche que se ha salido de la carretera dando vueltas de campana. Y un accidente que no deja de suceder. Una y otra vez. En lo profundo del bosque. El coche, y la vida, dan vueltas de campana.
La delicuescencia es la propiedad que tienen algunas sustancias de obtener humedad del aire. Como la miel y algunas sales, las sustancias y los cuerpos delicuescentes absorben la humedad de la atmósfera hasta transformarse en líquido. Lentamente. Casi imperceptiblemente. Experimentan una transformación radical sin violencia. Quizá por eso sintamos el deseo de diluirnos en Eva, el deseo insaciable de disolverse.
En mayor o menor medida y de forma más o menos declarada, toda creación es siempre autoficcional. En este caso, además, el autor actúa (se actúa) con la vehemente necesidad de compartir con el espectador cada día su viaje a través de la espesura. Un viaje en el que un hombre se pierde deliberadamente en el bosque cuando está a punto de anochecer y se pone en mitad de una carretera comarcal, frente al coche a toda velocidad de su hermana, para preguntarle —para preguntarse— sobre la educación recibida; sobre la violencia heredada; sobre su relación con ella y, quizá, a través de ella, con todas las mujeres. De Eva en adelante.
Ahí, en mitad del accidente, en ese espacio medular, interior, quizá baldío e informe, casi olvidado, donde gritan fino y pequeño las voces sin cuerpo, donde abren la boca para beber los sentidos, ahí: hubo alguna vez algo, algo bello, algo escondido en la espesura. Ahí, Eva, delicuescente, espera para acompañarnos en esta incursión nocturna a lo más profundo del bosque.
Las lógicas del sueño y un accidente que sucede en una milésima de segundo
Las lógicas de Delicuescente Eva son las del sueño, según define su directora. Las imágenes —flashes incompletos de un pasado entre real e hipotético— se suceden y transforman unas en otras sin solución de continuidad y vuelven una y otra vez en un espacio que es, en realidad, mental: un bosque oscuro en el que se esconde la casa de nuestra infancia y en el que todo aquello a lo que temimos de niños espera detrás de un árbol.
Pero si hay una imagen que subyace a toda la obra es la del accidente. La colisión, el conflicto violento, la sacudida inevitable que cuestiona nuestro conocimiento sobre las cosas en una milésima de segundo. Delicuescente Eva arranca con un hombre en llamas en mitad de la carretera delante del coche que conduce su hermanaa toda velocidad. Esta acción sugiere que toda la obra puede suceder en la fracción de segundo en la que se produce el choque. Un segundo para repasar toda una vida, como en la muerte súbita. Una fracción de tiempo para recordar cada instante en la vida de dos hermanos, sus errores y sus conflictos, para entenderlos mejor, para entendernos mejor. Delicuescente Eva se construye así como una pieza poco amable, una historia violenta pero contada con mucho amor.
“El trabajo se hace desde el amor que nos profesamos unos a otros y al material. Muchos de nosotros nos conocemos desde hace mucho (Javi y yo desde hace veinte años) y llevamos años colaborando. Eso nos permite generar un espacio de confianza en el que lanzarnos a lo desconocido en cada proyecto”, explica Gaviño.