Un artista que se enfrenta a un texto y a un lienzo, sin miedos (o haciéndoles frente), a pecho descubierto, delante del espectador. Cada noche dará vida a una obra, un autorretrato que nacerá de sus dudas y, sobre todo, de sus ausencias.
«El hombre y el lienzo» es un montaje único, que permite al espectador formar parte de la creación de dos obras: la dramatúrgica y la plástica. El lienzo final, ese que ha cobrado vida ante los ojos del público ( y algunos lienzos que lo hicieron en otros días de función) podrá ser adquirido por cualquier espectador que quiera llevar hasta otro «rincón» de su vida el particular espectáculo que acaba de disfrutar.
«En ocasiones, no muchas, los textos parecen desarrollarse al margen de la mano del autor. Partía de una idea: escribir sobre un artista que pinta un autorretrato. Y sabía que para poner en escena este texto necesitaba un actor que, además de poseer una curtida experiencia sobre las tablas, tuviera la habilidad del pintor, porque «EL HOMBRE Y EL LIENZO» tenía que ser una combinación de teatro y pintura. Quería investigar sobre el proceso creativo del artista, ahondar en sus miedos, sus dudas, sus deseos, sus obsesiones. Quería escucharlo y quería verlo trabajar.
Surge de pronto la historia de un hombre –podría haber sido una mujer- que arrastra consigo una ausencia poderosa, una pérdida que le ha dejado una herencia llena de incógnitas. Este artista vive, desarrolla su arte, siendo una incógnita para sí mismo. Se busca a través de los trazos, de los colores, de las formas que imprime en el lienzo y, mientras indaga, a medida que el lienzo toma forma, comparte con nosotros, espectadores, sus ideas sobre el arte y los descubrimientos sobre su propia vida, haciendo que nos preguntemos si arte y vida no son, en ocasiones, células del mismo embrión creativo.
Para poner en escena este texto necesitaba un actor que, además de poseer una curtida experiencia sobre las tablas –un monólogo es siempre un reto-, tuviera la habilidad del pintor. «El hombre y el lienzo» es teatro y es pintura.
No quería un actor que hiciera como que pintara, sino un actor que realmente fuera un artista plástico. Cada representación dará origen a una nueva obra pictórica, a un nuevo autorretrato, diferente cada vez. Tengo la gran suerte de contar con esa persona, con ese artista bicéfalo que domina ambas disciplinas. Pese a esa ventaja inicial soy consciente de que la dificultad de la puesta en escena es maridar la acción base de la obra –un hombre que pinta- con el texto –un hombre que habla-. Encontrar la armonía entre ambas acciones –partamos de la base de que la palabra es acción- es el objetivo y el objeto de este espectáculo.»
Alberto Iglesias, autor y director