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Llega al Corral de Alcalá ‘Los despiertos’, de José Troncoso, una tragicomedia sobre el sentido de la vida de la gente corriente

Imagen de escena de la producción

Imagen de escena de la producción

Esta historia comienza hace más de veinte años. Tres actores –Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo– coinciden formándose en el Laboratorio de Teatro William Layton. Al terminar los estudios, se unen en cooperativa con el resto de su clase, para sacar adelante proyectos interpretativos. “No hablamos de una productora al uso sino de un proyecto, una iniciativa que nos permite escenificar textos que nos llaman la atención. Sobre todo, de lengua inglesa, seguramente por los propios orígenes de Layton”, explica Berzal. Arthur Miller, David Mamet, Eugene O’Neill… Desde entonces hasta hoy han puesto en pie una decena de montajes, en una ristra que comenzó con La naranja mecánica y ha enlazado un True west con dirección de José Carlos Plaza Los últimos días de Judas Iscariote, con dirección de Adán Black.

Con el tiempo, a ese núcleo de tres intérpretes le apeteció probarse con textos en castellano y romper con el patrón autoría-dirección-interpretación, para intervenir también en el proceso creativo de una obra. Así entró en la ecuación el dramaturgo José Troncoso. “Participé, en el Teatro del Barrio, en un taller que Troncoso impartió con su agrupación La Estampida, y me enamoró su forma de trabajar. Estaban en cartel sus obras Princesas del Pacífico y Lo nunca visto, que nos encantaron a Israel, a Luis y a mí. Contactamos con él para trabajar juntos. Nos interrumpió el parón de la pandemia, pero, ya de vuelta, y sabiendo que el Teatro del Barrio nos iba a abrir sus puertas para estrenar, se gestó la obra Los despiertos”. Y con ella, la compañía homónima.

Debutaron con el montaje el pasado mes de marzo, y permanecieron casi dos meses en cartel. Después, una nominación a los Premios Godoff y varias paradas en Teatro del Barrio, hasta llegar al Corral de Alcalá.

El montaje se arma con muchas de las constantes del teatro de Troncoso: para empezar, gira en torno a gente corriente, de barrio. Losers. “Él las llama personas invisibles, refiriéndose a gente a la que no vemos aunque está a nuestro alrededor: una mujer mayor que vive sola, la cajera de un supermercado… Troncoso les da una voz, y con su estilo y sensibilidad, crea unos personajes fascinantes”, valora Berzal.

Los despiertos son tres barrenderos nocturnos que trabajan en la calle mientras el resto duerme y sueña. Ellos sueñan despiertos”, explica. Ahí, aferrados a su escoba y con los residuos de otras personas entre manos, “descubren sus anhelos, sus relaciones, sus amores”. No tienen nombre, porque cualquiera somos ellos. Tampoco su ropa los ubica en una época concreta. “La noche tiene un tempo que parece darle una duración casi infinita. Y en el transcurso, cada personaje desvela su vida: uno busca reconciliarse con su pasado a través de un objeto. Otro espera a su madre. Otro busca siempre una novedad, y guarda un secreto. Buscan y esperan”, dice Berzal.

Un extraño sentido de irrealidad invade la escena, alimentado por el simbolismo de la escenografía, la iluminación contrastada (de Javier Ruiz de Alegría) y la música (de Mariano Marín). Es un ambiente onírico, silencioso, circular. Aunque sean tres, aquí hay mucha soledad. Los despiertos están encerrados en la madrugada, aislados de sus vidas y de las vidas ajenas, esperando a que salga el sol. Y a que se ponga. Y a que vuelva a salir. Y esto emparenta la obra con Esperando a Godot, el más shakespeariano de los títulos de Beckett, y con su carácter fragmentado, de tiempo suprimido e historia discontinua.

Más de Troncoso en este texto: el tono chirigotero, carnavalesco, valleinclanesco, esperpéntico. El humor absurdo y basado en la repetición. La poesía. La conexión con el público gracias a la cercanía de la narración, la risa y el llanto. La gestualidad, el toque clown; en este caso, con cara blanca incluida. Los actores no dejan de hablar, hacer, empujar. “Layton trabaja con tus recuerdos y emociones, y Troncoso viene de una escuela que trabaja el gesto, el cuerpo, la mirada, los sonidos. Nos interesaba abordar esa técnica. La cara blanca ayuda a distanciar a los personajes, a romper con el realismo, a darle un tono de cuento”, explica Berzal. Todo el rato se mantienen a caballo entre la entrada de clown y la especulación filosófica, entre lo concreto y la fantasmagoría.

Aunque, si Los despiertos fueran una canción, quizá tendrían algo del punk inglés de finales de los 70, el de Pulp o The Clash, en versión apayasada. Porque la obra subraya esa condición de clase obrera de los personajes, su relación con el trabajo y su alienación. “Las preguntas que se hacen se las formulan mientras trabajan, y una de las cuestiones que se plantean es por qué tenemos que trabajar tanto. Si no trabajásemos, ¿qué haríamos con todo ese caudal de tiempo? Y, por otro lado, si no trabajásemos, ¿la gente se acordaría de quiénes somos? El trabajo nos define, a la gente se la recuerda por su trabajo, a menudo. Y eso puede estar bien si la profesión es vocacional, pero, ¿y si no lo es?”.

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