La obra de Max Aub tiene como uno de sus andamiajes la sátira, el humor y el juego con la literatura apócrifa o que reinventa momentos de la historia. De este tronco salieron Manuscrito cuervo, Crímenes ejemplares o el pintor apócrifo Jusep Torres Campalans.
Y todo esto también lo contiene La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, un cuento delirante, con retranca y de apenas veinte páginas que protagoniza Ignacio Jurado Martínez, un camarero sonorense que está harto de lo pesados que son los exiliados españoles, todo el día dale que dale con la guerra civil. Decide viajar a España con el plan de matar a Franco, para recuperar así la tranquilidad amable de su viejo café viejo y tranquilo.
Vivan los cafés, viva el camarero
“Yo no podía sufrir esos gritos. Entiéndanme. No es que necesite el silencio. Es que necesito las conversaciones. Las conversaciones, no el alboroto, porque con el alboroto no puedo entender las cosas. Son muchos años, y me gusta saber. Y, si puedo, meter baza, pegar la hebra, sacar consecuencias. Ese es mi gusto. Eso es lo que más me gusta en la vida. Los diálogos, la cháchara, el chisme, son mi alimento; si no meto cuchara, si no echo mi cuarto de espadas, si no comento – comentar, digo, que no es discutir-, no estoy contento”, explica en el relato.
Del 27 al 29 de abril se estrena en el Teatro del Barrio un espectáculo unipersonal basado en este relato que impulsa e interpreta el actor Alfonso Torregrosa. El germen del proyecto surgió en la primavera horrible de la pandemia, cuando Torregrosa llamó a José Ramón Fernández para proponerle adaptar la obra, y éste accedió. Laura Ortega (Fandangos y tonadillas, El ausente) dirige la obra sobre este héroe involuntario, asesino confeso de Francisco Franco y que se desarrolla en un espacio íntimo, mágico. Compartido por actor y público, que rodea al artista como si estuviera en un café. El tiempo del espectáculo dura lo que dura un café.
“Me ha costado mucho darme cuenta de que el mundo no está bien hecho. Los hombres, a lo más, se dividen en melolengos, nangos, guarines, guatos, guajes, guajolotes, mensos y babosos. Cuestión de matices, como el café con leche. ¿O cree que el café con leche ha vuelto idiota a la humanidad?”.
Una reivindicación de la conversación
El Café Español en el que trabaja Jurado Martínez como camarero y donde conversa, es tan protagonista como él. Asoma aquí la nostalgia de los viejos cafés, adquiere peso el valor del relato, de una charla. De la historia, de la memoria. Se potencia la confusión intencionada entre la verdad y la mentira, la historia y el artificio, el personaje y el escritor. El realismo mágico. El lenguaje propio de los objetos, la presencia de los otros en sus rastros: labios en las copas, manchas en la servilleta, colillas de cigarros…
También se afronta el destino trágico de un antihéroe llamado Ignacio Jurado Martínez. Se inventa un desenlace distinto para la historia, justicia poética a favor de los perdedores.