El pasado mes de mayo, Paula Iwasaki y Guillermo Serrano, fundadoras de Caramba Teatro, celebraron diez años conquistando escenarios con ¡Ay, Carmela! reponiendo su versión de este montaje en el Teatro del Barrio. Arrasaron en taquilla
Porque ha pasado una década desde entonces y no han dejado de girar con este texto que Sinisterra escribió con ocasión del cincuenta aniversario de la Guerra Española, y que, pese a esa concreción geográfica y temporal, se ha traducido a múltiples idiomas y se ha representado innumerables veces, con versión cinematográfica (de CarlosSaura) incluida. “Es un texto universal con unos personajes de una profundidad infinita”, analiza Iwasaki. “El culmen de esta experiencia lo vivimos cuando representamos la obra en las ruinas de Belchite, el pueblo donde se ubica la trama y que la guerra destruyó por completo. Sinisterra vino como espectador y participó en el coloquio. Semanas después, nos escribió para contarnos que iba a crear una obra para Guille y para mí: El lugar donde rezan las putas”.
¡Ay, Carmela! cuenta la historia de Carmela y Paulino. Ella es pura garra. Él es más conformista y comedido. Forman un elenco cómico que viaja por los pueblos con el lema ‘Variedades a lo fino’, y se verá forzado a improvisar una velada teatral para el Ejército Nacional. Cómo mantener la dignidad, cómo soportar el horror y la cotidianeidad en plena contienda. Arte, política, personas del teatro que sobrellevan la adversidad. Decisiones y consecuencias, batallas que se pierden antes de que comiencen. De todo eso va ¡Ay, Carmela!, que, con humor y emoción, transita la soledad, el miedo, la injusticia. “Y no solo habla de la Memoria Histórica sino también de la memoria en sí, de la segunda muerte de los personas: qué ocurre si nos falta alguien, qué herramientas ponemos en marcha para recordar”, expresa Paula, que destaca que “Carmela, a diferencia de Paulino, es emocional, no habla de políticas, no usa etiquetas. Defiende la tolerancia, la empatía. Y eso acaba condenándola”.
En su forma y su narración, la obra juega con rupturas temporales que nos trasladan del pasado al presente, para llevarnos, otra vez, de vuelta al pasado. “Como en el texto original, en nuestra propuesta defendemos un espacio escénico vacío, porque basta la palabra y la relación entre estos personajes”, describe Paula. La creación la conecta con diferentes generaciones de artistas. “¡Ay, Carmela! no envejece. Así nos sedujo a nosotras, y así seduce a las personas más jóvenes que vienen a vernos”.