Masescena

«Solo queda caer», de Raúl Cortés, inició la temporada del Corral de Comedias de Alcalá de Henares

Una caricatura del poder y de las ambiciones políticas, del aparato burocrático, del folklore, de la cultura en general y de la situación del arte y de los artistas, por medio de un humor que va de la mordacidad al surrealismo más ácido

Esa es la hilaridad que abraza Solo Queda Caer: la de los canallas y la de los pícaros, la risa quijotesca tan soñadora como crítica, esa que florece a carcajadas entre la amargura y la miseria.

Solo Queda Caer recupera la esencia de las antiguas “cantigas de escarnio” -un género medieval totalmente olvidado hoy en día- o del astracán -tan popular en la primera parte del siglo XX- para hacer un retrato de la realidad política, social y artística de nuestra época. Una época rara, muy rara también, como el país. Y por esa rareza, más propicia al sainete que al drama o la tragedia. Pasan los días con expresión de sátira, a veces la existencia es un chiste grueso; otras, una mueca misteriosa. Hay una sensación de estancamiento, un limo denso, hondo y ancestral. Y, como una condena, todo parece estar en perpetua pausa. 

 

Solo queda caer

 

En un pequeño y paramoso pueblo, tres despojos con ínfulas esperan la llamada de su Eminencia con la ansiedad de las grandes oportunidades; hecho que desata una porfía kafkiana por las migajas de un poder tan ridículo como insignificante. Y esta disputa tiene todos los ingredientes de las disputas ibéricas: envidia, desconfianza, hipocresía, traición, servilismo y, sobre todo, el cerril y patriótico desprecio por la cultura y el arte.

 

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