El monólogo de Jonathan Swift es un latigazo a nuestra indiferencia. Sin aspavientos, con mesura y moderación, se nos propondrá que lo mejor que podemos hacer para acabar con los pobres que nos rodean es… comérnoslos. No a las adultos, correosos e indigestos, ni siquiera a los jóvenes, no… A los bebés que no pasen del año. Bebés lechales. Así los quitamos de en medio y nos alimentan, formidable manjar. Hay, pues, que preservar a las madres parturientas para que semejante delicia gastronómica sea un realidad en los banquetes de terratenientes. Economía para el Reino y deleite para las clases dominantes.
El texto de Swift, cocinado a fuego lento, sugiere un espectáculo ameno y simpático como un programa televisivo de comida guiado, por ejemplo, por Karlos Arguiñano. Aunque puede que semejante sátira gastronómica termina provocando en algunos una mala digestión en sus conciencias.
«Una humilde propuesta» es un ensayo satírico en el que Swift plantea resolver el problema de la minoridad pauperizada en Irlanda, de campesinos inquilinos que no pueden alimentar sus hijos agobiados por el acoso de propietarios inflexibles y proyecta activar la economía con la fórmula de crianza de niños para el consumo de su carne. Denuncia desde la sensibilidad y usa el sarcasmo, la ironía y el humor negro como vehículo de transmisión, enunciando una tesis que demuestra por el absurdo: el hambre y la sobrepoblación solucionadas por la vía de la producción de niños para alimentación. La obra se ha convertido en un referente indiscutible del género ensayístico.